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Un gran debate en la izquierda mundial

Miércoles 28 de septiembre de 2011

Un gran debate en la izquierda mundial

Por Claudio Testa

para Socialismo o Barbarie, 31/08/11

Los acontecimientos de Libia han generado amplias diferencias de opinión en la izquierda. Este debate tiene gran trascendencia. Es que no se trata sólo del curso político de Libia. Lo más importante es que los sucesos de Libia son parte de un acontecimiento histórico trascendental: el conjunto del mundo árabe –más allá de las enormes desigualdades entre los distintos países– está en medio de una crisis histórica, cuyo elemento determinante (aunque no el único) se podría definir como el de un “estado de descontento, protesta y rebelión”. Esto abarca desde los estallidos políticos y sociales que derribaron las dictaduras de Egipto y Túnez hasta diversos grados de disconformidad y reclamos.

Aunque estas situaciones tan distintas van del rosa pálido al rojo vivo, todas en el fondo están teñidas del mismo color: el descontento y hasta la rabia generalizada contra regímenes, gobiernos y condiciones de vida... Y sucede no en tal o cual país, sino en toda una región que es una piedra angular del orden capitalista-imperialista mundial.

El caso particular de Libia se da en ese contexto. Pero la amplitud de las polémicas tiene que ver con que presenta una complejidad particular.

Como señalamos en la Declaración de Socialismo o Barbarie que aquí publicamos, se ha configurado una situación extremadamente contradictoria:

Por un lado, la caída de Gadafi “es un producto de la ola de rebeliones democráticas de los pueblos árabes contra las dictaduras. Pero, a la vez, es un logro de la intervención política y militar del imperialismo, cuyo principal éxito es imponer un gobierno de lacayos a sus órdenes: el CNT (Consejo Nacional de Transición)... Así el imperialismo ha logrado copar esa legítima rebelión democrática y ‘robar’ a las masas el triunfo sobre un dictador que hasta hace pocos meses era uno de los socios más fieles del imperialismo, especialmente de Francia e Italia... A esta contradicción se le agregan otros factores no menos candentes: que amplios sectores de la población están armados, que hay toda clase de facciones regionales, tribales e ideológicas, que el control del CNT (Consejo Nacional de Transición) por abajo aparece como más precario, y, finalmente, que los intereses de las masas populares, sus anhelos de democracia y justicia social, son objetiva y diametralmente opuestos al plan colonial-petrolero que el imperialismo exige a sus títeres del CNT que apliquen”.

Es que en Libia, como define agudamente el activista egipcio Basheer al-Baker, el imperialismo está ensayado una nueva forma de intervención: la “cooptación de las revueltas”.[1]

No tener en cuenta el conjunto de estas agudas contradicciones –que todavía no han tenido un desenlace categórico– lleva a posiciones equivocadas... y contraproducentes para lograr un desenlace independiente y revolucionario. Aquí criticamos tres de esos puntos de vista.

Chávez: “¡Viva Bolívar-Gadafi!”, o cómo aplicar hasta el fin una “política de estado”

“Lo que es Simón Bolívar para nosotros los venezolanos, es Muamar Gadafi para el pueblo libio...” (Chávez, discurso al condecorar a Gadafi durante su visita a Venezuela, septiembre de 2009)

Chávez convierte la correcta oposición a la intervención del imperialismo en Libia en algo muy distinto... y nefasto: en un apoyo político absoluto a Gadafi y su régimen. Damos la cita de este discurso, pronunciado casi un año y medio antes del estallido de la rebelión popular en Libia, para ver dónde está el centro de la cuestión, en relación a Chávez. Entre dos cosas muy diferentes –el rechazo a la intervención imperialista y el sostén incondicional a la dictadura de Gadafi– Chávez se ubica ante todo en ese último terreno.[2]

Chávez sigue la clásica “política de estado”, que aplicaron tanto el stalinismo como las corrientes nacionalistas-burguesas cuando gobernaron. Es decir, la política está determinada por los intereses inmediatos del estado que gobiernan, no por los intereses históricos de las masas obreras y populares que dicen representar. Y los resultados de esa política han sido siempre desastrosos.

Los negocios e intereses petroleros comunes con Gadafi, llevaron a Chávez a consagrarlo como otro Bolívar, algo que no puede menos que asombrar a cualquiera que conozca mínimamente a ambos personajes. Pero esto no es novedoso en relación a Chávez. De la misma manera, los negocios e intereses comunes con el estado y la burguesía colombiana lo llevaron al pacto con su nuevo presidente, Santos. Sus consecuencias políticas no han sido mejores que en lo de Libia: van desde la entrega de refugiados políticos a los represores colombianos, hasta la gestión del pacto de Zelaya con el régimen golpista para domesticar a la Resistencia de Honduras. ¡Es este tipo de Realpolitik la que dicta los pasos de Chávez, también en el caso de Libia!

En función de la defensa de Gadafi y su régimen sanguinario, la propaganda chavista ha intentado cumplir la “misión imposible” de sostener dos puntos: 1) que Gadafi es un líder antiimperialista; 2) que la rebelión desatada en Libia no tiene nada que ver con las masas populares de ese país ni con el proceso de rebeliones del mundo árabe.

La realidad es que el “antiimperialismo” de Gadafi había muerto por lo menos dos décadas atrás, después que la caída del Muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética determinó un giro de 180º: primero, para hacerse perdonar sus pecados “antiimperialistas” de juventud; en segundo lugar, para asociarse económica y políticamente con el imperialismo.

En la esfera económica, Gadafi dio un giro neoliberal y de estrecha asociación con las potencias europeas, en primer lugar con Francia e Italia, que lograron las mayores tajadas del petróleo libio. El “Bolívar” de Libia fue uno de los principales contribuyentes electorales de Sarkozy y uno de los más notorios amigos de Berlusconi... además de poseer alrededor del 10% del paquete accionario de la Fiat. Y también, fue uno de los principales clientes de sus industrias de armamentos.

Pero lo más significativo se dio a nivel político: junto con Mubarak de Egipto y otros dictadores, Gadafi apoyó y colaboró activamente con EEUU en la “guerra contra el terrorismo islámico” desatada por Bush en el 2001, y que llevó a las invasiones de Afganistán e Iraq.

La alineación del Bolívar-Gadafi con Bush, hizo de Libia una de las estaciones de los vuelos secretos de la CIA, donde se llevaban reales o supuestos “jihadistas” secuestrados, con destino final en el campo de concentración de Guantánamo.

Tiene razón, entonces, el viejo político archiconservador español, José María Aznar, que fue junto con Tony Blair el principal socio europeo en la guerras de Bush. Aznar salió a defender a Gadafi, recordando “cómo apoyó todos los esfuerzos del mundo occidental en la guerra”, y cómo “se convierte en un amigo, extravagante, pero en un amigo...”[3] ¡Esa es la “vera historia” de Gadafi, y no la fábula que pretende vender Chávez, sobre todo entre la vanguardia latinoamericana que naturalmente está menos enterada de las idas y vueltas del Bolívar de Trípoli!

Por eso, luego de estallar la rebelión, Gadafi se limitó en los primeros días a seguir invocando las consignas de la “guerra contra el terrorismo islámico”. Sólo cuando sus patrones de Europa y EEUU le vuelven la espalda, Gadafi se acuerda del antiimperialismo de su lejana juventud.

El otro argumento, que el estallido de Libia no tiene nada que ver con las masas populares de ese país ni con el proceso de rebeliones del mundo árabe, es aun más ridículo. Es el mismo plato de teorías conspirativas que suele cocinar la derecha: todo gran movimiento de masas, huelga, revuelta, estallido social, etc., es siempre obra de “agitadores” que actúan “desde las sombras” (o como se dice aquí, en Argentina, de “trotskistas infiltrados”). O sea, las masas trabajadoras y populares no estallan porque llegan a un punto de ebullición. Son borregos, que por sí mismos no pueden ser capaces de una acción propia. Si se ponen en movimiento, debe ser porque algunos conspiradores los llevan de las narices.

La cocina chavista sirve este mismo plato reaccionario, pero con otra salsa. No se trata en este caso de “agitadores de izquierda”, sino de “células dormidas de Al Qaeda” y de “agentes de la CIA y del Mossad” que habrían –respectivamente– despertado y/o aterrizado en Libia. Con eso creen que queda descalificada esa rebelión popular.

Lo peor de estas posiciones del chavismo son sus consecuencias en las luchas políticas reales que se presentan en Libia y en general en todos los países árabes en ebullición.

Como siempre sucede en estos casos, se abre objetivamente una dura batalla política por ganar a los activistas de vanguardia y, a través de ellos, a sectores de masas. Es una pelea objetivamente abierta a todas las posiciones, sean laicas, islamistas, proimperialistas, reformistas de mil colores, etc.... y también a la izquierda independiente. Es decir, con estos acontecimientos –donde todo se pone en debate y en cuestión–, también se abre una oportunidad histórica para que el marxismo revolucionario y la izquierda independiente en general puedan hacer pie (algo inconcebible en décadas de regímenes petrificados, como los de Mubarak o Gadafi).

El apoyo a Gadafi por parte de Chávez –un personaje que mundialmente es visto como “socialista”– es un factor nefasto de confusión en esa pelea. Daña profundamente a la izquierda y la desprestigia ante las vanguardias de todo el mundo árabe, especialmente de Libia y de Siria, cuya familia de sanguinarios dictadores, los Assad, que gobiernan desde 1970, también son apoyados por Chávez. Esto sólo beneficia a las corrientes que desean que el legítimo impulso democrático de las rebeliones árabes no vaya más allá de una democracia burguesa y puramente formal, que mantenga bajo otro régimen político la misma dependencia del imperialismo.

La LIT: ¿Ya se logró la “gran victoria del pueblo libio y de la revolución árabe”?

El balance que hace la corriente que constituye el PSTU de Brasil y la Liga Internacional de los Trabajadores (LIT) es opuesto por el vértice al punto de vista del chavismo... pero no es menos equivocado y unilateral. Esto lo sintetiza bien el título de su Declaración del 25 de agosto pasado: “¡Gran victoria del pueblo libio y de la revolución árabe!”

Por supuesto, la LIT-PSTU no ignora allí la intervención imperialista ni tampoco la apoya, pero la subestima total y peligrosamente.

La LIT pinta la intervención del imperialismo como un mero recurso para no “quedarse mirando cómo se desarrollaba una guerra civil”, y no como un reorientación estratégica para todo el mundo árabe, que ha tenido un éxito importante y muy peligroso: como decíamos la principio, ha logrado “copar esa legítima rebelión democrática y ‘robar’ a las masas el triunfo”.

Este robo no es una abstracción ni un metáfora, sino algo bien concreto: en primer lugar, ha impuesto el nuevo gobierno –el CNT (Consejo Nacional de Transición)–. Por supuesto, como también señalamos, aún está por verse en qué medida el CNT impone su autoridad. Pero el hecho es que esta primera movida la ha logrado el imperialismo.

Es que el imperialismo no es simplemente un factor externo que se ha limitado a bombardear desde el aire a las fuerzas de Gadafi, sino también factor interno que actúa en primer lugar a través del CNT y las corrientes políticas (algunas no claramente organizadas) que lo componen.

Esto configura un resultado muy contradictorio de la caída de la dictadura: como parte de las rebeliones árabes es un hecho progresivo; pero esto amenaza transformarse en su opuesto al quedar completamente distorsionado por la suba del gobierno pro-imperialista.

No hay nada más peligroso en la política revolucionaria que dar por resueltas y triunfantes luchas que todavía están pendientes. La “gran victoria del pueblo libio y de la revolución árabe” está aún por lograrse. La festejaremos el día en que las fuerzas y organismos representativos de las masas explotadas y oprimidas de Libia echen al CNT e impongan un gobierno independiente del imperialismo.

Achcar, el NPA y la IV Internacional mandelista: ¿ahora también esperanzas en el CNT?

No es necesario subrayar el papel fundamental que los imperialismos europeos juegan en relación a Libia y a todo el proceso de la “Primavera Árabe”.

Dada la situación política europea, teñida por el descontento creciente debido la crisis y los “planes de austeridad” neoliberales, las protestas contra estas nuevas aventuras coloniales habrían sido un obstáculo serio. Pero el imperialismo logró confundir a amplios sectores obreros y populares de Europa acerca del “carácter humanitario” de los bombardeos de la OTAN. La no presencia (ostentosa) de tropas imperialistas en territorio libio, ayudó también a “maquillar” este operativo colonial. En esto cae una responsabilidad fundamental sobre las “izquierdas” del régimen, como los partidos “socialistas” y “laboristas” que apoyaron la intervención.

El rechazo y la denuncia de la intervención de la OTAN recayó principalmente sobre las corrientes de lo que se llama la “extrema izquierda”. Pero en una importante corriente marxista revolucionaria del continente –la IV Internacional “mandelista”– hubo gran confusión al respecto.

Esta corriente tiene un peso decisivo en el NPA (Nuevo Partido Anticapitalista) de Francia, país que fue clave en la intervención de la OTAN. El NPA oficialmente repudió la intervención. Pero un sector de la IV Internacional “mandelista”, encabezado por Gilbert Achcar –intelectual libanés– sostuvo una posición contraria. Achcar argumentó que “es un error por parte de cualquier fuerza de izquierda oponerse a la idea de una zona de exclusión aérea [de la OTAN] y de destrucción de las unidades blindadas de Gadafi... [...] sin estar en contra de la zona de exclusión aérea, debemos expresar nuestra desconfianza y defender la necesidad de vigilar muy de cerca las acciones de los países que intervengan".[4]

La conclusión práctica de estas divergencias fue que el NPA no hizo campaña alguna en Francia contra la intervención, más allá de denuncias en sus publicaciones.

En su momentos, desde Socialismo o Barbarie, polemizamos duramente contra esta política y advertimos, además, la ridícula utopía de pretender “vigilar muy de cerca” a la OTAN y sus “acciones”.[5]

Ahora Achcar vuelve al ataque. En un largo artículo –“La conspiración de la OTAN contra la revolución libia”[6]– hace un análisis del carácter reaccionario de esta intervención, pero se olvida de un “pequeño detalle”: que él estuvo a favor de ella. ¡Eso no lo recuerda!

Pero lo peor no es esta escandalosa amnesia política. Lo peor es que Achcar concluye abriendo expectativas esperanzadas en el Consejo Nacional de Transición. ¡Achcar no escarmienta!

Sostiene que el plan de gobierno del CNT “muestra un reconocimiento tranquilizador de la complejidad de la situación libia y la voluntad de abordarla de una manera democrática... Es de esperar que la realidad se ajuste a las previsiones del plan, pero hay muchos factores que se oponen a la aplicación del mismo, dada la compleja maraña de fuerzas tribales...”.

Así, del apoyo a la intervención –¡con “vigilancia”!– de la OTAN, Achcar pasa a la confianza política en el CNT.

Aclaremos que este “plan del CNT” ni siquiera contempla una medida democrática-revolucionaria elemental, como la de una Asamblea Constituyente. Lo que propone –como explica el mismo Achcar– es escandaloso. Es redactar desde arriba un “proyecto de constitución” y someterlo luego a “un referéndum”. ¡Es decir, un plan político absolutamente antidemocrático y bonapartista: “nosotros, el CNT, desde arriba, les redactamos una Constitución, y ustedes tómenla o déjenla!”

Asimismo, pareciera que en la “conspiración de la OTAN contra la revolución libia” no figura el tema del desarme de los sectores populares, ni el peligro de tropas de ocupación en el terreno (bajo el disfraz de “fuerzas de paz de la ONU” u otra variante). Tampoco aparece la renegociación de las explotaciones petroleras en condiciones leoninas, mucho peores que las de Gadafi.

Para concluir: pensamos que lo sucedido en relación a la intervención de la OTAN y lo que se esboza ahora, frente a la nueva situación en Libia, son hechos muy graves, tanto para el NPA como la corriente de la IV Internacional mandelista. ¿Esto es lo que el marxismo revolucionario europeo tiene para decir a la nueva vanguardia del mundo árabe? ¡Esto es un desastre!

Insistimos: esto tiene su relevancia porque hay una cierta “llegada” a esa nueva vanguardia. Así, los artículos de Achacar que comentamos, han sido reproducidos en sitios importantes de El Cairo. Y un lector le contestó muy bien, en forma lapidaria, a su artículo sobre la “conspiración de la OTAN contra la revolución libia”, diciendo más o menos lo siguiente: “¿Cómo Achcar? ¿Usted acaso no apoyó la intervención de la OTAN?”

Notas:

1.- “Libya: NATO’s Gateway to the Arab Revolts - Co-opting the Revolts: The New Intervention Order”, by Basheer al-Baker, en www.socialismo-o-barbarie.org, edición del 25/08/11.

2.- Fidel Castro ha tomado una posición en el fondo similar a la Chávez pero más cuidadosa en las formas, sobre todo en relación a Gadafi y su trayectoria política.

3.- “Aznar califica a Gadafi de ‘amigo extravagante’ de Occidente - Critica que la UE y EEUU le abandonen junto a Mubarak y Ben Alí”, por Pablo Pardo, corresponsal en Washington, El Mundo, Madrid, 16/04/11

4.- Achcar, «Le discours de Barack Obama sur la Libye et les tâches des anti–impérialistes», TEAN, 22 avril 2011.

5.- “Sectores de la ‘izquierda’ e incluso de la ‘extrema izquierda’ europea apoyan la intervención – Una capitulación infame a su propio imperialismo”, Socialismo o Barbarie Nº 199, 14/04/11.

6.- Artículo de Achcar en www.socialismo-o-barbarie.org, edición del 25/08/11.

La repuesta de la LIT

Libia, el caos y nosotros
Escrito por Santiago Alba Rico
Jueves 29 de Septiembre de 2011 01:07
Publicamos este artículo del filósofo, escritor, traductor y activista de izquierda Santiago Alba Rico sobre el triunfo de los rebeldes en Libia contra Gadafi. Santiago Alba es un colaborador habitual de páginas como Rebelión y siempre se ha declarado admirador de la revolución cubana y del proceso venezolano. Desde una posición de izquierda se ha posicionado desde un primer momento a favor de la rebelión en Libia contra la dictadura de Gadafi. En este artículo hace una polémica abierta y franca con los que siguen hasta el día de hoy apoyando a Gadafi, explicando que hubiera significado para la primavera árabe un triunfo de este dictador, amigo de Ben Ali de Túnez o Silvio Berlusconi. Nos parece además muy importante su texto porque lo escribe desde dentro de la realidad árabe, él vive en Túnez, y nos refleja los sentimientos de las masas de esta región.

La intervención de la OTAN avivó el debate y fracturó a la izquierda en torno a la rebelión en Libia. Un sector de la izquierda occidental incide en los interés extranjeros negando la espontaneidad de la revuelta y el carácter dictatorial de Gadafi, y olvidando lo que su victoria hubiera supuesto para la «Primavera Árabe».

La última semana de agosto, tras la entrada de los rebeldes en Trípoli, el mundo árabe estalló en un grito de alivio y júbilo. En Yemen y Siria las manifestaciones contra las dictaduras de Ali Saleh y Bachar Al-Assad multiplicaron su número e intensidad al calor de esta victoria que todos los pueblos de la región vivieron como propia. En Túnez, el 22 y 23 de agosto, refugiados libios y ciudadanos tunecinos lo celebraron en la capital, pero también en Sfax, Gabes y Jerba, la caída de Gadafi.

Los propios partidos de izquierda se sumaron a la celebración. El Partido Comunista Obrero de Túnez, de Hama Hamami, uno de los opositores más perseguidos por el régimen de Ben Ali, difundía el 24 de agosto un comunicado en el que felicitaba «al hermano pueblo de Libia por su victoria sobre el despótico y corrupto régimen de Gadafi, confiando en que ahora el pueblo libio pueda decidir su destino, recuperar sus libertades y derechos y construir un sistema político basado en la soberanía que le permita regenerar su país, movilizar sus riquezas en favor de todos los ciudadanos y establecer profundas relaciones de hermandad con los pueblos vecinos».

En los últimos seis meses, en todas las capitales árabes donde la gente protestaba contra los dictadores locales, a menudo jugándose la vida, se han celebrado manifestaciones de solidaridad con el pueblo libio; nos guste o no, aun siendo una de las zonas más anti-imperialistas del mundo, no ha habido ninguna protesta contra la intervención de la OTAN.

Estos últimos meses he tenido a veces la impresión de que mientras la derecha coloniza y bombardea el mundo árabe, la izquierda (parte de la izquierda europea y latinoamericana) le indica cuándo, cómo y de quién debe liberarse. No voy a entrar en una polémica muy pugnaz que ha fracturado el campo anti-imperialista; sólo quiero dejar constancia de que el único lugar donde esa polémica no ha existido ha sido curiosamente donde se producían los acontecimientos. Mientras la izquierda occidental se intercambiaba bofetadas en torno a la intervención de la OTAN, los pueblos árabes, acompañados por una izquierda regional a la que ni en Europa ni en América Latina se escuchaban, se dedicaban y se dedican a combatir las dictaduras con medios y en condiciones que ningún análisis marxista habría previsto y probablemente tampoco deseado. El caso es que tampoco las potencias occidentales habían previsto ni deseado lo ocurrido y el resultado de su improvisación chapucera, tan hipócrita como diligente, es aún una incógnita.

Uno de los errores del esquemático análisis de un sector de la izquierda occidental (tan occidental en esto como occidentales son las bombas de la OTAN) es el de llamar la atención sobre los intereses euro-estadounidenses en Libia, como si esos intereses no hubieran estado asegurados bajo Gadafi y como si, en cualquier caso, de una enumeración de intereses se desprendiese necesariamente una intervención. No se interviene donde y cuando se quiere sino donde y cuando se puede. Los intereses interesan, sin duda, pero no hacen posible una intervención militar.

En el caso de Libia, a mi juicio, son dos los factores que la han hecho posible.

El primero es que se trataba, como reconocieron enseguida los pueblos y las izquierdas árabes, de una causa justa. La rebelión popular comenzada en Bengasi y abortada en el barrio de Fashlum de Trípoli el 17 de febrero prolongaba, con igual legitimidad y espontaneidad, las revoluciones en Túnez y Egipto. Escribía Jean-Paul Sartre en 1972 que «el poder utiliza la verdad cuando no hay una mentira mejor». En este caso ninguna mentira era mejor que la verdad misma: «el monstruoso tirano» Gadafi era un monstruoso tirano y los «rebeldes libios» eran realmente rebeldes libios. Al convertir Occidente la verdad en propaganda, la izquierda esquemática -muy alejada o con poco conocimiento de la zona- cayó en la trampa y se puso a repetir ingenuamente, frente a ella, un montón de mentiras o medias verdades, regalando a los bombardeadores una causa justa y asumiendo la ignominia de defender una injusticia.

El segundo factor tiene que ver con el aislamiento del régimen de Gadafi. Aparte de Nicaragua y Venezuela, muy alejados del escenario, los únicos amigos que tenía Gadafi eran unos cuantos dictadores africanos y unos cuantos imperialistas occidentales. Abandonado por estos últimos, ningún Estado con autoridad geoestratégica -ni la Liga Árabe ni China ni Rusia- iban a oponer resistencia a la intervención de la OTAN. Al contrario de lo que ocurre en Siria, un avispero de equilibrios muy sensibles en el que Bachar Al-Assad vende en todas direcciones la carta de la «estabilidad» mientras mata impunemente a miles de revolucionarios sirios, Gadafi y su régimen no representaba nada en la región. Al contrario, todos los intereses, también políticos, lo volvían vulnerable: más que el petróleo, entre los factores desencadenantes de la intervención de la OTAN hay que incluir las presiones de Arabia Saudí sobre unos EEUU muy renuentes y la oportunidad para Francia de represtigiarse en su «patio trasero», el norte de África, tras el batacazo sufrido en Túnez y Egipto, donde el apoyo a Ben Ali y a Mubarak (con el escándalo de las vacaciones pagadas de sus ministros) habían dejado a Sarkozy completamente fuera de juego.

El otro error en el que ha incurrido un cierto sector de la izquierda tiene que ver precisamente con su esquematismo o, mejor dicho, con su monismo. Los pueblos y las izquierdas árabes, jugándose la vida sobre el terreno, han comprendido enseguida la imposibilidad de escapar a la incomodidad analítica si querían derrocar a sus dictadores. Han sabido que había que afirmar muchos hechos al mismo tiempo, algunos contradictorios entre sí. En el caso de Libia, esos cinco o seis hechos son los que siguen: Gadafi es un dictador; la revuelta libia es popular, legítima y espontánea; la revuelta es enseguida infiltrada por oportunistas, liberales pro-occidentales e islamistas; la intervención de la OTAN nunca tuvo vocación humanitaria; la intervención de la OTAN salvó vidas; la intervención de la OTAN provocó muertes de civiles; la intervención de la OTAN amenaza con convertir Libia en un protectorado occidental.

¿Qué hacemos con todo esto? Podemos dejar a un lado la realpolitik, acudir al realismo y tratar de analizar la nueva relación de fuerzas en el contexto de un mundo árabe en pleno proceso de transformación. O podemos afirmar un solo hecho (monismo) y someter todos los demás a sus latigazos negacionistas. Así, si sólo afirmamos la intervención de la OTAN, con sus crímenes y amenazas, nos vemos obligados, por una pendiente lógica que nos aleja cada vez más de la realidad, a negar el carácter dictatorial de Gadafi y afirmar, aún más, su potencial emancipatorio y anti-imperialista; a negar el derecho y espontaneidad de la revuelta libia y afirmar, aún más, su dependencia mercenaria de una conspiración occidental. Lo malo de este ejercicio de monismo es que deja fuera los datos que más importan a los pueblos y a las izquierdas árabes y los que más deberían importar a los anti-imperialistas de todo el mundo: la injusticia de un tirano y la reclamación de justicia del pueblo libio.

El monismo simplifica las cosas allí donde son muy -muy- complicadas. La OTAN misma es consciente de esta complejidad, como lo demuestra el hecho de que -tal y como recuerda Gilbert Achcar- ha bombardeado muy poco Libia con el propósito de alargar la guerra y tratar de gestionar una derrota del régimen sin verdadera ruptura; es decir, lo contrario de lo que demanda el pueblo libio. El conflicto entre la OTAN y una parte de los rebeldes es manifiesto, como lo es entre los rebeldes y la cúpula dirigente del CNT.

Hemos escuchado estos últimos días las denuncias muy agresivas -dirigidas tanto a EEUU e Inglaterra como a Mustafa Abdul Jalil y Mahmud Jibril- de Abdelhakim Belhaj e Ismail Salabi, comandantes rebeldes vinculados al islamismo militante. Como en Túnez y en Egipto, los islamistas están bien organizados y tienen fuerza, pero no son los que iniciaron las revueltas. Es muy triste ver de pronto a un cierto sector de la izquierda unirse al coro de la «guerra contra el terrorismo» y la «amenaza de Al-Qaeda», precisamente cuando las revoluciones árabes muestran su escasísimo ascendiente sobre la juventud árabe. Cualquiera que sea o haya sido la relación entre Al-Qaeda y el Grupo Combatiente Musulmán Libio, las declaraciones públicas de sus líderes en favor de «un Estado civil» y una «verdadera democracia», muy poco creíbles, demuestran un gran conocimiento de la corriente que empu- ja en estos momentos la región.

Desde la izquierda tenemos quizás que aceptar la idea de que el mundo árabe inevitablemente será gobernado por el islamismo en los próximos años -si se le hubiese dejado gobernar hace veinte hoy se habrían librado ya de ellos-, pero la triunfal visita de Erdogan a Egipto, Túnez y Libia indica que ese islamismo no será ya el de la yihad y el atentado suicida, como interesaba a la UE y EEUU, sino un «islamismo democrático» cuyos límites, en todo caso, se revelarán también enseguida a los ojos de una población juvenil excedentaria crecientemente integrada en las redes de información global.

Como quiera que sea, la izquierda, que carece de armas y dinero, sólo debería atreverse hablar después de haber imaginado qué haría con ellas si las tuviera. ¿Se las habría dado a Gadafi? ¿Se las habría dado a los rebeldes anticipándose a la OTAN? Lo que debe saber la izquierda occidental es que, apoyando a Gadafi, no apoya a Chávez (contrapunto democrático del tirano libio, pese a sus absurdas declaraciones) sino a Aznar y a Berlusconi y, aún peor, a Ben Ali y Mubarak.

La izquierda árabe, muy realista, sabe lo que habría significado una victoria de Gadafi para la Primavera Árabe aún en curso. No hay que olvidar que Gadafi apoyó al dictador tunecino tras su salida del país, amenazó a su pueblo y trató de desestabilizar sus nuevas instituciones para restablecer a la familia Trabelsi en el poder hasta que -precisamente- la rebelión popular libia del 17 de febrero frustró sus planes. El sofocamiento a sangre y fuego de la revuelta libia hubiera puesto en peligro los logros revolucionarios de Túnez y Egipto, alentado una represión aún mayor en Yemen y Siria y congelado todas las protestas que retoñan de nuevo en Marruecos, Jordania y Bahrein. No se puede -no se puede, no- estar a favor de las revoluciones árabes y de Gadafi al mismo tiempo. Paradójicamente, los que apoyan a Gadafi apoyan sin darse cuenta la ofensiva contrarrevolucionaria de la OTAN en el norte de África.

Quizás prefiramos un orden malo, con tal de que sea invencible, antes que un desorden ambiguo en el que existe alguna posibilidad de vencer, aunque sea a largo plazo; quizás hubiéramos preferido que el metepatas de Mohamed Bouazizi no se hubiera inmolado incendiando toda la región; que los pueblos árabes no se hubieran levantado si no podían ser marxistas y si al final no va a servir para nada o sólo para que gobierne el Islam o para que un puñado de humillados y ofendidos respiren un poco. Pero no somos nosotros quienes decidimos.

Lo cierto es que los pueblos árabes, incluido el libio, han decidido desembarazarse de las dictaduras más largas del planeta, «descongelando» una región del mundo petrificada desde la I Guerra Mundial y condenada a servir intereses ajenos; y con esa decisión la han devuelto a «la corriente central de la historia».

Podemos dejarnos llevar por nostalgias de guerra fría; podemos ver tranquilizadoras conspiraciones de los mismos malos de siempre, ahorrándonos así un esfuerzo de acercamiento a nuestros afines sobre el terreno y de análisis minucioso de los nuevos actores que intervienen en el escenario global; podemos hacer discursos en lugar de hacer política; y regañar a los árabes en lugar de aprender de ellos. O podemos solidarizarnos con los pueblos que en estos momentos están tratando de terminar una historia o de empezar una nueva; con los que, como Siria, Yemen, Bahrein, tratan de sacudirse el yugo de sus dictadores y con los que, como Túnez, Egipto y Libia, tienen que intentar librarse, a partir de ahora, de distintas modalidades de intervención extranjera.

Publicado en Gara

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