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La revolucion traicionada

Sábado 7 de junio de 2008

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Leon Trotsky

¿QUÉ ES Y A DÓNDE VA LA UNIÓN SOVIÉTICA?

Este libro fue escrito cuando el poderío de la burocracia soviética parecía inquebrantable y su autoridad indiscutible. El peligro del fascismo alemán atraía naturalmente la simpatía de los medios democráticos de Europa y de América hacia los soviets. Generales ingleses, franceses y checoslovacos participaban en las maniobras del Ejército Rojo y cantaban loas a oficiales, soldados y técnica. Estas alabanzas eran perfectamente merecidas. El nombre de los generales Iakir y Uborevich, comandantes de las divisiones militares de Ucrania y de la Rusia Blanca, era citado con respeto en las páginas de la prensa mundial. En el mariscal Tujachevski se veía, con toda razón, al futuro generalísimo. En esos momentos, numerosos periodistas extranjeros de "Izquierda" y no solamente del tipo de Duranty, sino también algunos perfectamente conscientes, escribían extasiados sobre la nueva Constitución soviética como "la más democrática del mundo".
Si este libro hubiera visto la luz inmediatamente después de ser escrito, muchas de sus conclusiones hubieran parecido paradójicas o, lo que es peor, dictadas por una pasión personal. Pero algunos, "azares" de la suerte del autor hicieron que apareciera en diversos países con un retraso considerable. Mientras tanto se desarrolló la serie de procesos de Moscú que sacudieron al mundo entero. Toda la vieja guardia bolchevique fue sometida al exterminio físico, fusilados los organizadores del partido, los participantes en la Revolución de Octubre, los edificadores del Estado soviético, los dirigentes de la industria, los héroes de la guerra civil, los mejores generales del Ejército Rojo, entre ellos Tujachevski, Iakir y Uborevich, de los que hablamos antes. En cada una de las diversas repúblicas de la Unión Soviética, en cada provincia, en cada región, la depuración fue sangrienta, no menos feroz que en Moscú, aunque más anónima. La preparación de las elecciones "más democráticas del mundo" va acompañada de fusilamientos en masa que barren de la tierra a la generación de la revolución. En realidad nos encontramos en vísperas de uno de esos plebiscitos cuyo secreto conocen tan bien Hitler y Goebbels. Si Stalin tiene el 100% de los votos o "solamente" el 98’5%, no depende de la población, sino de las prescripciones dadas desde arriba a los agentes locales de la dictadura bonapartista. El futuro Reichstag de Moscú tendrá como misión, podemos predecirlo desde ahora, coronar el poder personal de Stalin bajo el nombre de presidente plenipotenciario, de jefe vitalicio, de cónsul inamovible o -¿quién sabe?- de emperador. En cualquier caso, los "amigos" extranjeros, demasiado celosos, que han cantado himnos a la "Constitución" estalinista, corren el peligro de caer en una difícil situación. Les manifestamos de antemano nuestra compasión.
El exterminio de la generación revolucionaria y la depuración implacable entre la juventud, atestigua la tensión terrible de las contradicciones entre la burocracia y el pueblo. En el presente libro hemos tratado de proporcionar un análisis social y político de esta contradicción antes de que apareciera tan violentamente a la luz pública. Las conclusiones que, hace más de un año, hubieran parecido paradójicas, se exhiben hoy ante los ojos de la humanidad en toda su trágica realidad.
Algunos de los "amigos" oficiales, cuyo celo es pagado en rublos de buena ley y en divisas de otros países, tuvieron la imprudencia de reprochar al autor que su libro ayudaba al fascismo. ¡Cómo si las represiones sangrientas y las bribonadas judiciales no hubieran sido conocidas sin eso! Identificar la Revolución de Octubre y los pueblos de la URSS con la casta dirigente, es traicionar los intereses de los trabajadores y ayudar a la reacción. El que realmente quiera servir la causa de la emancipación de la humanidad, debe tener el valor de mirar la verdad de frente, por amarga que ésta sea. Este libro no dice sobre la Unión Soviética más que la verdad. Está impregnado de un espíritu de hostilidad implacable hacia la nueva casta de opresores y de explotadores. Por eso, sirve a los verdaderos intereses de los trabajadores y a la causa del socialismo.
El autor cuenta firmemente con la simpatía de los lectores reflexivos y sinceros de los países latinoamericanos.

L. Trotsky
México, septiembre de 1937

OBJETO DE ESTE TRABAJO

El mundo burgués fingió en un principio que no observaba los éxitos económicos del régimen de los soviets, es decir, la prueba experimental de la viabilidad de los métodos socialistas. Ante el ritmo, sin precedente en la historia, de su desarrollo industrial, los sabios economistas al servicio del capital tratan aún con frecuencia de guardar un profundo silencio, o se limitan a invocar "la explotación excesiva de los campesinos". Dejan escapar, de este modo, una excelente oportunidad para explicarnos por qué la explotación de los campesinos en China, en el Japón o en la India, por ejemplo, jamás ha provocado un desarrollo industrial que pueda compararse, siquiera de lejos, con el de la URSS.
Sin embargo, los hechos cumplen su objetivo. Las librerías de los países civilizados están invadidas por estudios consagrados a la URSS. Esto no tiene nada de asombroso: fenómenos semejantes no se producen con frecuencia. La literatura dictada por un odio ciego ocupa en esta producción un sitio cada vez menos importante; por el contrario, gran parte de las obras recientes está impregnada de una simpatía creciente, cuando no de admiración. Hay que felicitarse de la abundancia de obras pro soviéticas como de un índice de lo que ha mejorado la reputación del Estado recién llegado. Por lo demás, es infinitamente más loable idealizar a la URSS que idealizar a la Italia fascista. Pero el lector buscaría vanamente en las páginas de estos libros una apreciación científica de lo que en realidad sucede en el país de la Revolución de Octubre.
Las obras de los "amigos de la URSS" se clasifican en tres categorías. El periodismo de los diletantes, el género descriptivo, el reportaje de "izquierdas" -más o menos- proporciona el mayor número de libros y de artículos. A su lado se colocan, aunque con mayores pretensiones, las obras del "comunismo" humanitario, lírico y pacifista. El tercer lugar lo ocupan las esquematizaciones económicas al viejo estilo alemán del socialismo de cátedra. Louis Fisher y Duranty son suficientemente conocidos como los representantes del primer tipo de autores. El difunto Barbusse y Romain Rolland son los que mejor representan la categoría de los "amigos humanitarios": no es, por cierto, una casualidad que antes de llegar a Stalin, el uno haya escrito una Vida de Jesús, y el otro una Vida de Ghandi. En fin, el socialismo conservador y pedante ha encontrado en la infatigable pareja fabiana de los Webb sus representantes más autorizados.
Lo que une a estas tres categorías tan diferentes es su adoración de los hechos consumados y su inclinación hacia las generalizaciones tranquilizadoras. Todos estos autores no tienen la fuerza de rebelarse en contra de su propio capitalismo, lo que los inclina a apoyarse sobre una revolución extranjera, por lo demás, apaciguada. Antes de la Revolución de Octubre y muchos años después, ninguno de estos hombres, ninguno de sus padres espirituales se preguntaba seriamente por qué caminos podría llegar a este mundo el socialismo. Por esto mismo les es tan fácil aceptar como socialismo lo que sucede en la URSS. Esto les confiere un aspecto de hombres de progreso que están con su época, y también cierta firmeza moral, sin comprometerlos a nada. Su literatura contemplativa y optimista, nada destructiva, que coloca todos los errores en el pasado, ejerce sobre los nervios del lector una influencia tranquilizadora que les asegura un buen recibimiento. Así se forma insensiblemente una escuela Internacional que podemos llamar la del bolchevismo para uso de la burguesía ilustrada o, en un sentido más estrecho, la del socialismo para turistas radicales.
No tratamos de polemizar con las producciones de este género, pues no ofrecen ocasiones serias para la polémica. Los problemas terminan para donde en realidad comienzan. El objeto del presente estudio es dar una justa apreciación de la realidad para comprenderla mejor. No nos detendremos ante los días ya transcurridos más que en la medida en que esto nos ayude a comprender el día de mañana. Nuestra exposición será crítica; todo el que se inclina ante los hechos consumados es incapaz de preparar el porvenir.
El desarrollo económico y cultural de la URSS ha pasado ya por varias fases sin alcanzar todavía -está muy lejos de ello- el equilibrio interno. Si se recuerda que la tarea del socialismo es la de crear una sociedad sin clases, fundada en la solidaridad y la satisfacción armoniosa de todas las necesidades, no existe aún, en este sentido fundamental, el menor socialismo en la URSS. Es cierto que las contradicciones de la sociedad soviética difieren profundamente, por su naturaleza, de las del capitalismo, pero no son menos ásperas. Se expresan por la desigualdad material y cultural, por la represión, por la formación de grupos políticos, por la lucha de las fracciones del partido. El régimen policíaco ahoga y deforma la lucha política sin eliminarla. Las ideas puestas en el índex ejercen a cada paso su influencia sobre la política del Gobierno al que fecundan o contrarían. En estas condiciones, el análisis del desarrollo de la URSS no puede separarse un solo instante de las ideas y de los eslóganes bajo los cuales se desarrolla en aquel país una lucha política sofocada, pero apasionada. La historia se mezcla aquí con la política viva.
Los filisteos bien pensantes de "Izquierda" repiten gustosos que hay que observar la mayor circunspección para criticar a la URSS con el objeto de no perjudicar la edificación del socialismo. Nosotros no creemos que el Estado soviético sea tan frágil. Sus enemigos están mucho mejor enterados de lo que pasa en ella que sus amigos verdaderos, los obreros de todos los países. Los estados mayores de los Estados imperialistas llevan una cuenta precisa del activo y del pasivo de la URSS, que no se basa únicamente en los informes publicados. Los enemigos pueden, por desgracia, aprovechar las debilidades del Estado obrero, pero no podrían, en ningún caso, aprovechar la crítica de las tendencias de este Estado que ellos mismos consideran como positivas. La hostilidad de la mayor parte de los "amigos" oficiales de la URSS hacia la crítica, disimula, en realidad, la ansiosa fragilidad de sus propias simpatías más que la fragilidad de la URSS misma. Alejemos, pues, con serenidad estas advertencias y estos temores. Los hechos deciden, no las ilusiones. Queremos mostrar un rostro, no una máscara.

León Trotsky

4 de agosto de 1936

(....)

EL RÉGIMEN TRANSITORIO

¿Es cierto, como lo afirman las autoridades oficiales, que el socialismo ya se ha realizado en la URSS? Si la respuesta es negativa, ¿puede decirse cuanto menos que los éxitos obtenidos garantizan la realización del socialismo en las fronteras nacionales, independientemente del curso de los acontecimientos en el resto del mundo? La apreciación crítica de los principales índices de la economía soviética debe darnos un pinto de partida para buscar una respuesta justa. Pero no podemos pasar por alto una observación histórica preliminar.
El marxismo considera el desarrollo de la técnica como el resorte principal del progreso, y construye el programa comunista sobre la dinámica de las fuerzas de producción. Suponiendo que una catástrofe cósmica destruyera en un futuro más o menos próximo nuestro planeta, tendríamos que renunciar a la perspectiva del comunismo como a muchas otras cosas. Fuera de este peligro, poco probable por el momento, no tenemos la menor razón científica para fijar de antemano cualquier límite a nuestras posibilidades técnicas, industriales y culturales. El marxismo está profundamente penetrado del optimismo del progreso y esto basta, digámoslo de pasada, para oponerlo irreductiblemente a la religión.
La base material del comunismo deberá consistir en un desarrollo tan alto del poder económico del hombre que el trabajo productivo, al dejar de ser una carga y un castigo, no necesite de ningún aguijón, y que el reparto de los bienes, en constante abundancia, no exija -como actualmente en una familia acomodada o en una pensión "conveniente" más control que el de la educación, el hábito, la opinión pública. Hablando francamente, es necesaria una gran dosis de estupidez para considerar como utópica una perspectiva a fin de cuentas tan modesta.
El capitalismo ha preparado las condiciones y las fuerzas de la revolución social: la técnica, la ciencia, el proletariado. Sin embargo, la sociedad comunista no puede suceder inmediatamente a la burguesa; la herencia cultural y material del pasado es demasiado insuficiente. En sus comienzos, el Estado obrero aún no puede permitir a cada uno "trabajar según su capacidad", o en otras palabras, lo que pueda y quiera; ni recompensar a cada uno "según sus necesidades", independientemente del trabajo realizado. El interés del crecimiento de las fuerzas productivas obliga a recurrir a las normas habituales del salario, es decir, al reparto de bienes según la cantidad y la calidad del trabajo individual.
Marx llamaba a esta primera etapa de la nueva sociedad "la etapa inferior del comunismo", a diferencia de la etapa superior en la que desaparece, al mismo tiempo que el último espectro de la necesidad, la desigualdad material. "Naturalmente que aún no hemos llegado al comunismo completo, -dice la actual doctrina soviética oficial-, pero ya hemos realizado el socialismo, es decir, la etapa inferior del comunismo". E invoca en su apoyo la supremacia de los trusts de Estado en la industria, de los koljoses en la agricultura, de las empresas estatizadas y cooperativas en el comercio. A primera vista, la concordancia es completa con el esquema a priori -y por tanto, hipotético- de Marx. Pero, desde el punto de vista del marxismo, el problema no se refiere precisamente a las simples formas de la propiedad, independientemente del rendimiento obtenido por el trabajo. En todo caso, Marx entendía por "etapa inferior del comunismo" la de una sociedad cuyo desarrollo económico fuera, desde un principio, superior al del capitalismo avanzado. En teoría, esta manera de plantear el problema es irreprochable, pues el comunismo, considerado a escala mundial, constituye, aun en su etapa inicial, en su punto de partida, un grado superior con relación a la sociedad burguesa. Marx esperaba, por otra parte, que los franceses comenzarían la revolución socialista, que los alemanes continuarían y que terminarían los ingleses. En cuanto a los rusos, quedaban en la lejana retaguardia. La realidad fue distinta. Tratar, por tanto, de aplicar mecánicamente al caso particular de la URSS en la fase actual de su evolución la concepción histórica universal de Marx, es caer bien pronto en inextricables contradicciones.
Rusia no era el eslabón más resistente, sino el más débil del capitalismo. La URSS actual no sobrepasa el nivel de la economía mundial; no hace más que alcanzar a los países capitalistas. Si la sociedad que debía formarse sobre la base de la socialización de las fuerzas productivas de los países más avanzados del capitalismo representaba para Marx la "etapa inferior del comunismo", esta definición no se aplica seguramente a la URSS que sigue siendo, a ese respecto, mucho más pobre en cuanto a técnica, a bienes y a cultura que los países capitalistas. Es más exacto, pues, llamar al régimen soviético actual, con todas sus contradicciones, transitorio entre el capitalismo y el socialismo, o preparatorio al socialismo, y no socialista.
Esta preocupación por una Justa terminología no implica ninguna pedantería. La fuerza y la estabilidad de los regímenes se miden, en último análisis, por el rendimiento relativo del trabajo. Una economía socialista, en vías de sobrepasar en el sentido técnico al capitalismo, tendría asegurado realmente un desarrollo socialista, en cierto modo automático, lo que desdichadamente no puede decirse de la economía soviética.
La mayor parte de los apologistas vulgares de la URSS, tal como sucede en la actualidad, están inclinados a razonar más o menos así: aun reconociendo que el régimen soviético actual todavía no es socialista, el desarrollo ulterior de las fuerzas productivas, sobre las bases actuales, debe, tarde o temprano, conducir al triunfo completo del socialismo. Sólo el factor tiempo es discutible. ¿Vale la pena hacer tanto ruido por eso? Por victorioso que parezca este razonamiento en realidad es muy superficial. El tiempo no es, de ninguna manera, un factor secundario cuando se trata de un proceso histórico: es infinitamente más peligroso confundir el presente con el futuro en política que en gramática. El desarrollo no consiste, como se lo representan los evolucionistas vulgares del género de los Webb, en la acumulación planificada y en la "mejora" constante de lo que es. Implica transformaciones de cantidad en calidad, crisis, saltos hacia adelante, retrocesos. Justamente porque la URSS aún no está en la primera etapa del socialismo, sistema equilibrado de producción y consumo, su desarrollo no es armonioso sino contradictorio. Las contradicciones económicas hacen nacer los antagonismo sociales que despliegan su propia lógica sin esperar el desarrollo de las fuerzas productivas. Acabamos de verlo en el problema del kulak, que no ha permitido dejarse "asimilar" por el socialismo y que ha exigido una revolución complementaria que los burócratas y sus ideólogos no se esperaban. ¿Consentirá la burocracia, en cuyas manos se concentra el poder y la riqueza, en dejarse asimilar por el socialismo? Nos permitimos dudarlo, Sería imprudente, en todo caso, confiar en su palabra. ¿En qué sentido evolucionará durante los tres, cinco o diez años próximos el dinamismo de las contradicciones económicas y de los antagonismo sociales de la sociedad soviética? Aún no hay respuesta definitiva e indiscutible a esta pregunta. La solución depende de la lucha de las fuerzas vivas de la sociedad, no solamente a escala nacional, sino a escala internacional. Cada nueva etapa nos impone, desde luego, el análisis concreto de las tendencias y de las relaciones reales, en ,su conexión y en su constante interdependencia. Veremos ahora la importancia de tal análisis en el caso del Estado.

PROGRAMA Y REALIDAD

Siguiendo a Marx y Engels, Lenin ve el primer rasgo distintivo de la revolución en que al expropiar a los explotadores suprime la necesidad de un aparato burocrático que domine a la sociedad y, sobre todo, de la policía y del ejército permanente. "El proletariado necesita del Estado, todos los oportunistas lo repiten -escribía Lenin en 1917, dos o tres meses antes de la conquista del poder-, pero olvidan añadir que el proletariado sólo necesita un Estado agonizante; es decir, que comience inmediatamente a agonizar y que no pueda dejar de agonizar". (El Estado y la Revolución). En su tiempo, esta crítica fue dirigida en contra de los socialistas reformistas del tipo de los mencheviques rusos, de los fabianos ingleses, etc.; actualmente, se vuelve en contra de los idólatras soviéticos y de su culto por el Estado burocrático que no tiene la menor intención de "agonizar".
La burocracia es socialmente necesaria cada vez que se presentan antagonismos ásperos que hay que "atenuar", "acomodar", "reglamentar" (siempre en interés de los privilegiados y de los poseedores, y siempre en interés de la burocracia misma). El aparato burocrático se consolida y se perfecciona a través de todas las revoluciones burguesas por democráticas que sean. "Los funcionarios y el ejército permanente -escribe Lenin-, son ’parásitos’ en el cuerpo de la sociedad burguesa, parásitos engendrados por las contradicciones internas que desgarran a esta sociedad, pero son precisamente estos parásitos los que le tapan los poros".
A partir de 1918, es decir, en el momento en que el partido tuvo que considerar la toma del poder como un problema práctico, Lenin trató incesantemente de eliminar a estos "parásitos". Después de la subversión de las clases explotadoras -explica y demuestra en El Estado y la Revolución-, el proletariado romperá la vieja máquina burocrática y formará su propio aparato de obreros y empleados, y para impedirles que se transformen en burócratas, tomará "medidas estudiadas en detalle por Marx y Engels: 1.- Elegibilidad y también revocabilidad en cualquier momento; 2.- Retribución no superior al salario de un obrero; 3.- Paso inmediato a una situación en la cual todos desempeñarán funciones de control y vigilancia, de tal forma que todos serán rotativamente ’burócratas’ y, por lo mismo, nadie sería burócrata. Sería un error pensar que Lenin creía que esta obra iba a exigir decenas de años; no, es el primer paso: "se puede y se debe comenzar por ahí, haciendo la revolución proletaria".
Las mismas audaces concepciones sobre el Estado de la dictadura del proletariado encontraron, año y medio después de la toma del poder, su expresión acabada en el programa del partido bolchevique, y particularmente en los párrafos referentes al ejército. Un Estado fuerte, pero sin mandarines; una fuerza armada, pero sin samurais. La burocracia militar y civil no es un resultado de las necesidades de la defensa, sino de una transferencia de la división de la sociedad en clases en la organización de la defensa. El ejército no es más que un producto de las relaciones sociales. La lucha en contra de los peligros exteriores supone, en el Estado obrero, claro está, una organización militar y técnica especializada que no será en ningún caso una casta privilegiada de oficiales. El programa bolchevique exige la sustitución del ejército permanente por la nación armada.
Desde su formación, el régimen de la dictadura del proletariado deja, así, de ser un "Estado" en el viejo sentido de la palabra, es decir, una máquina hecha para mantener en la obediencia a la mayoría del pueblo. Con las armas, la fuerza material pasa inmediatamente a las organizaciones de trabajadores tales como los soviets. El Estado, aparato burocrático, comienza a agonizar desde el primer día de la dictadura del proletariado. Esto es lo que dice el programa que hasta ahora no ha sido derogado. Cosa extraña, se creería oír una voz de ultratumba, salida del mausoleo...
Cualquiera que sea la interpretación que se dé a la naturaleza del Estado soviético, una cosa es innegable: al terminar sus veinte primeros años está lejos de haber "agonizado"; ni siquiera ha comenzado a "agonizar"; peor aún, se ha transformado en una fuerza incontrolada que domina a las masas; el ejército, lejos de ser reemplazado por el pueblo armado, ha formado una casta de oficiales privilegiados en cuya cima han aparecido los mariscales, mientras que al pueblo que "ejerce armado la dictadura", se le ha prohibido hasta la posesión de un arma blanca. La fantasía más exaltada difícilmente concebiría un contraste más vivo que el que existe entre el esquema del Estado obrero de Marx-Engels-Lenin y el Estado a cuya cabeza se haya Stalin actualmente. Mientras continúan reimprimiendo las obras de Lenin (censurándolas y mutilándoles, es cierto), los jefes actuales de la URSS y sus representantes ideológicos ni siquiera se preguntan cuáles son las causas de una separación tan flagrante entre el programa y la realidad. Tratemos de hacerlo nosotros en su lugar.

EL DOBLE CARÁCTER DEL ESTADO SOVIÉTICO

La dictadura del proletariado es un puente entre la sociedad burguesa y la socialista. Su esencia misma le confiere un carácter temporal. El Estado que realiza la dictadura tiene como tarea derivada, pero absolutamente primordial, la de preparar su propia abolición. El grado de ejecución de esta tarea "derivada" verifica en cierto sentí ’do el éxito con que se ha llevado a cabo la idea básica: la construcción de una sociedad sin clases y sin contradicciones materiales. El burocratismo y la armonía social están en proporción inversa el uno de la otra.
Engels escribía en su célebre polémica contra Dühring: cuando desaparezcan, al mismo tiempo que el dominio de clases y la lucha por la existencia individual engendrada por la anarquía actual de la producción, los choques y los excesos que nacen de esta lucha, ya no habrá nada que reprimir, y la necesidad de una fuerza especial de represión no se hará sentir en el Estado". El filisteo cree en la eternidad del gendarme. En realidad, el gendarme dominará al hombre en tanto que éste no haya dominado suficientemente a la Naturaleza. Para que el Estado desaparezca, es necesario que desaparezcan "el dominio de clase y la lucha por la existencia individual". Engels reúne estas dos condiciones en una sola: en la perspectiva de la sucesión de los regímenes sociales, unas decenas de años no cuentan mucho. Las generaciones que soportan la revolución sobre sus propias espaldas, lo ven de otra manera. Es exacto que la lucha de todos contra todos nace de la anarquía capitalista. Pero la socialización de los medios de producción no suprime automáticamente "la lucha por la existencia individual". Este es el eje del asunto.
El Estado socialista, aun en América sobre las bases del capitalismo más avanzado, no podría dar a cada uno lo necesario, y se vería obligado, por tanto, a incitar a todo el mundo a que produjera lo más posible. La función del excitador le corresponde naturalmente en estas condiciones y no puede dejar de recurrir, modificándolos y suavizándolos, a los métodos de retribución del trabajo elaborados por el capitalismo. En este sentido, Marx escribía en 1875 que el "derecho burgués (...) es inevitable en la primera fase de la sociedad comunista, bajo la forma que reviste al nacer de la sociedad capitalista después de prolongados dolores de parto. El derecho jamás puede elevarse por encima del régimen económico y del desarrollo cultural condicionado por este régimen".
Lenin, comentando estas líneas notables, añade: "El derecho burgués en materia de reparto de artículos de consumo corresponde naturalmente al Estado burgués, pues el derecho no es nada sin un aparato de coerción que imponga sus normas. Resulta, pues, que el derecho burgués subsiste durante cierto tiempo en el seno del comunismo, y aún, que subsiste el Estado burgués sin burguesía".
Esta conclusión significativa, completamente ignorada por los actuales teóricos oficiales, tiene una importancia decisiva para la comprensión de la naturaleza del Estado soviético de hoy o, más exactamente, para una primera aproximación en este sentido. El Estado que se impone como tarea la transformación socialista de la sociedad, como se ve obligado a defender la desigualdad, es decir los privilegios de la minoría, sigue siendo, en cierta medida, un Estado "burgués", aunque sin burguesía. Estas palabras no implican alabanza ni censura; simplemente llaman a las cosas por su nombre.
Las normas burguesas de reparto, al precipitar el crecimiento del poder material, deben servir a fines socialistas. Pero el Estado adquiere inmediatamente un doble carácter: socialista en la medida en que defiende la propiedad colectiva de los medios de producción; burgués en la medida en que el reparto de los bienes se lleva a cabo por medio de medidas capitalistas de valor, con todas las consecuencias que se derivan de este hecho. Una definición tan contradictoria asustará, probablemente, a los escolásticos y a los dogmáticos; no podemos hacer otra cosa que lamentarlo.
La fisonomía definitiva del Estado obrero debe definirse por la relación cambiante entre sus tendencias burguesas y socialistas. La victoria de las últimas debe significar la supresión irrevocable del gendarme o, en otras palabras, la reabsorción del Estado en una sociedad que se administre a sí misma. Esto basta para hacer resaltar la inmensa importancia del problema de la burocracia soviética, hecho y síntoma.
Justamente porque, debido a toda su formación intelectual, dio a la concepción de Marx su forma más acentuada, Lenin revela la fuente de las dificultades venideras, comprendiendo las suyas, aunque no haya tenido tiempo para llevar su análisis hasta el fondo. "El Estado burgués sin burguesía" se reveló incompatible con una democracia soviética auténtica. La dualidad de las funciones del Estado no podía dejar de manifestarse en su estructura. La experiencia ha demostrado que la teoría no había sabido prever con claridad suficiente: si "el Estado de los obreros armados" responde plenamente a sus fines cuando se trata de defender la propiedad socializada en contra de la contrarrevolución, no sucede lo mismo cuando se trata de reglamentar la desigualdad en la esfera del consumo. Los que carecen de privilegios no se sienten inclinados a crearlos ni a defenderlos. La mayoría no puede respetar los privilegios de la minoría. Para defender el "derecho burgués", el Estado obrero se ve obligado a formar un órgano del tipo "burgués", o, dicho brevemente, se ve obligado a volver al gendarme, aunque dándole un nuevo uniforme.
Hemos dado, así, el primer paso hacia la comprensión de la contradicción fundamental entre el programa bolchevique y la realidad soviética. Si el Estado, en lugar de agonizar, se hace cada vez más despótico; si los mandatarios de la clase obrera se burocratizan, si la burocracia se erige por encima de la sociedad renovada, no se debe a razones secundarias como las supervivencias psicológicas del pasado, etc.; se debe a la inflexible necesidad de formar y de sostener a una minoría privilegiada mientras no sea posible asegurar la igualdad real.
Las tendencias burocráticas que sofocan al movimiento obrero también deberán manifestarse por doquier después de la revolución proletaria. Pero es evidente que, mientras más pobre sea la sociedad nacida de la revolución, esta "ley" deberá manifestarse más severamente, sin rodeos; y mientras más brutales sean las formas que debe revestir, el burocratismo será más peligroso para el desarrollo del socialismo. No son los "restos", impotentes por sí mismos, de las antiguas clases dirigentes los que impiden, como lo declara la doctrina puramente policíaca de Stalin, que el Estado soviético perezca, pues aunque se liberara de la burocracia parasitaria, permanecerían factores infinitamente más potentes, como la indigencia material, la falta de cultura general y el dominio consiguiente del "derecho burgués" en el terreno que interesa más directa y vivamente a todo hombre: el de su conservación personal.

GENDARME E INDIGENCIA SOCIALIZADA

El joven Marx escribía dos años antes de El Manifiesto Comunista: "(...) el desarrollo de las fuerzas productivas es prácticamente la primera condición absolutamente necesaria (del comunismo) por esta razón: que sin él sí se socializaría la indigencia y ésta haría resurgir la lucha por lo necesario, rebrotando, consecuentemente, todo el viejo caos (...)". Esta idea no la desarrolló Marx en ninguna parte, y no se debió a una casualidad: no preveía la victoria de la revolución en un país atrasado. Tampoco Lenin se detuvo en ella, y tampoco esto se debió al azar: no preveía un aislamiento tan largo del Estado soviético. Pero el texto que acabamos de citar, que no fue para Marx más que una suposición abstracta, un argumento por oposición, nos ofrece una clave teórica única para abordar las dificultades absolutamente concretas y los males del régimen soviético. Sobre el terreno histórico de la miseria, agravado por las devastaciones de la guerra imperialista y de la guerra civil, "la lucha por la existencia individual" lejos de desaparecer con la subversión de la burguesía, lejos de atenuarse en los años siguientes, revistió un encarnizamiento sin precedentes: ¿tenemos que recordar que en dos ocasiones se produjeron actos de canibalismo en ciertas regiones del país?
La distancia que separa a Rusia del Occidente, no se mide verdaderamente sino hasta ahora. En las condiciones más favorables, es decir, en ausencia de convulsiones internas y de catástrofes exteriores, la URSS necesitaría varios lustros para asimilar completamente el acervo económico y educativo que ha sido, para los primogénitos del capitalismo, el fruto de siglos. La aplicación de métodos socialistas a tareas presocialistas es el fondo del actual trabajo económico y cultural de la URSS.
Es cierto que la URSS sobrepasa, actualmente, por sus fuerzas productivas, a los países más avanzados del tiempo de Marx. Pero, en primer lugar, en la competencia histórica de dos regímenes, no se trata tanto de niveles absolutos como de niveles relativos: la economía soviética se opone al capitalismo de Hitler, de Baldwin y de Roosevelt, no al de Bismarck, Palmerston y Abraham Lincoln. En segundo lugar, la amplitud misma de las necesidades del hombre se modifica radicalmente con el crecimiento de la técnica mundial: los contemporáneos de Marx no conocían el automóvil ni la radio, ni el avión. Una sociedad socialista sería inconcebible en nuestros tiempo sin el libre uso de todos esos bienes.
"El estadio inferior del comunismo", para emplear el término de Marx, comienza en el nivel más avanzado al que ha llegado el capitalismo, y el programa real de los próximos periodos quinquenales de las repúblicas soviéticas consiste en "alcanzar a Europa y América". Para la creación de una red de gasolineras y de autopistas en la URSS se necesita mucho más tiempo y dinero que para importar de América fábricas de automóviles listas, y aun que para apropiarse de su técnica. ¿Cuántos años se necesitarán para dar a todo ciudadano la posibilidad de usar un automóvil en todas direcciones y sin encontrar dificultades para obtener gasolina? En la sociedad bárbara, el peatón y el caballero formaban dos clases. El automóvil no diferencia menos a la sociedad que el caballo de silla. Mientras que el modesto Ford continúe siendo el privilegio de una minoría, todas las relaciones y todos los hábitos propios de la sociedad burguesa siguen en pie. Con ellos subsiste el Estado, guardián de la desigualdad.
Partiendo únicamente de la teoría marxista de la dictadura del proletariado, Lenin no pudo, ni en su obra capital sobre el problema (El Estado y la Revolución), ni en el programa del partido, obtener sobre el carácter del Estado todas las deducciones impuestas por la condición atrasada y el aislamiento del país. Al explicar la supervivencia de la burocracia por la inexperiencia administrativa de las masas y las dificultades nacidas de la guerra, el programa del partido prescribe medidas puramente políticas para vencer las "deformaciones burocráticas" (elegibilidad y revocabilidad en cualquier momento de todos los mandatarios, supresión de los privilegios materiales, control activo de las masas). Se pensaba que con estos medios, el funcionario cesaría de ser un jefe para transformarse en un simple agente técnico, por otra parte provisional, mientras que el Estado poco a poco abandonaba la escena sin ruido.
Esta subestimación manifiesta de las dificultades se explica porque el programa se fundaba enteramente y sin reservas sobre una perspectiva internacional. "La Revolución de Octubre ha realizado en Rusia la dictadura del proletariado (...). La era de la revolución proletaria, comunista, universal, se ha abierto". Estas son las primeras líneas del programa. Los autores de este documento no se asignaban como único fin "la edificación del socialismo en un solo país" -semejante idea no se le ocurría a nadie, y a Stalin menos que a nadie-, y no se preguntaban qué carácter revestiría el Estado soviético si tuviera que realizar solo, durante veinte años, las tareas económicas y culturales desde hacía largo tiempo realizadas por el capitalismo avanzado.
Sin embargo, la crisis revolucionaria de postguerra no produjo la victoria del socialismo en Europa: la socialdemocracia salvó a la burguesía. El periodo que para Lenin y sus compañeros de armas debía ser una corta "tregua" se convirtió en toda una época de la historia. La contradictoria estructura social de la URSS y el carácter ultra burocrático del Estado soviético, son las consecuencias directas de esta singular "dificultad" histórica imprevista, que al mismo tiempo arrastró a los países capitalistas al fascismo o a la reacción prefascista.
Si la tentativa primitiva -crear un Estado libre de burocracia- tropezó, en primer lugar, con la inexperiencia de las masas en materia de autoadministración, con la falta de trabajadores cualificados leales al socialismo, etc., no tardarían en dejarse sentir otras dificultades posteriores. La reducción del Estado a funciones "de censo y de control", mientras que las funciones coercitivas debían debilitarse sin cesar, como lo exigía el programa, suponía cierto bienestar. Esta condición necesaria faltaba. El socorro de Occidente no llegaba. El poder de los soviets democráticos resultaba molesto y aun intolerable cuando se trataba de servir a los grupos privilegiados más indispensables para la defensa, para la industria, para la técnica, para la ciencia. Una poderosa casta de especialistas del reparto se formó y fortificó gracias a la maniobra nada socialista de quitarle a diez personas para darle a una.
¿Cómo y por qué los inmensos progresos económicos de los últimos tiempos en lugar de suavizar la desigualdad la han agravado, aumentando más todavía la burocracia; cómo una "deformación" se ha transformado en un sistema de gobierno? Antes de responder a esta pregunta, escuchemos lo que los jefes más autorizados de la burocracia soviética dicen de su propio régimen.

"LA VICTORIA COMPLETA DEL SOCIALISMO" Y "LA CONSOLIDACIÓN DE LA DICTADURA"

La victoria completa del socialismo ha sido anunciada varias veces en la URSS y bajo una forma particularmente categórica, después de la "liquidación de los kulaks como clase". El 30 de enero de 1931, Pravda, al comentar un discurso de Stalin, escribía: "El segundo plan quinquenal liquidará los últimos vestigios de los elementos capitalistas en nuestra economía". (Subrayado por nosotros). Desde este punto de vista, el Estado debería desaparecer sin remedio en el mismo lapso, pues ya nada hay que hacer en donde los "últimos vestigios del capitalismo" han sido liquidados. El poder de los soviets -declara a este respecto el programa del partido bolchevique- reconoce francamente el ineludible carácter de clase de todo Estado, en tanto que no haya desaparecido enteramente la división de la sociedad en clases, y con ella, toda autoridad gubernamental". Pero tan pronto como algunos imprudentes teóricos moscovitas trataron de deducir de la liquidación de los "últimos vestigios del capitalismo" -admitida por ellos como una realidad- el fin del Estado, la burocracia declaró sus teorías "contrarrevolucionarias".
¿El error teórico de la burocracia consiste entonces en la premisa principal o en la deducción? En ambas partes. Respecto a las primeras declaraciones sobre la "victoria total", la Oposición de Izquierda contestó: no puede limitarse a considerar las simples formas jurídico-sociales de las relaciones aún contradictorias y poco maduras de la agricultura, haciendo abstracción del criterio principal: el nivel alcanzado por las fuerzas productivas. Las formas jurídicas mismas tienen un contenido social que varía profundamente según el grado de desarrollo de la técnica: "El derecho no puede jamás elevarse sobre el régimen económico y el desarrollo cultural de la sociedad condicionada por este régimen" (Marx). Las formas soviéticas de la propiedad, fundadas sobre las adquisiciones más recientes de la técnica americana y extendidas a todas las ramas de la economía producirían el primer periodo del socialismo. Las formas soviéticas, ante el bajo rendimiento del trabajo, no significan más que un régimen transitorio cuyos destinos aún no han sido sopesados definitivamente por la historia.
"¿No es monstruoso? -escribíamos en marzo de 1932-. El país no sale de la penuria de mercancías, el avituallamiento se interrumpe a cada instante, los niños carecen de leche y los oráculos oficiales proclaman que ’el país ha entrado en el periodo socialista’. ¿Es posible comprometer más torpemente al socialismo?" Karl Radek, entonces unos de los publicistas en boga de los medios dirigentes soviéticos, replicaba a esta objeción en un número especial del Berliner Tageblatt dedicado a la URSS (mayo de 1932), en los términos siguientes, dignos de ser conservados para la posteridad: "La leche es el producto de la vaca, no socialismo; y se necesita realmente confundir el socialismo con la imagen del país en que corren ríos de leche para no comprender que un país puede elevarse a un grado superior de desarrollo sin que, momentáneamente, la situación material de las masas populares mejore sensiblemente". Estas líneas fueron escritas en un momento en que el país era azotado por un hambre terrible.
El socialismo es el régimen de la producción planificada para la mejor satisfacción de las necesidades del hombre, sin lo cual no merece ese nombre . Si las vacas se declaran propiedad colectiva, pero si hay demasiado pocas o si su producto es insuficiente, comienzan los conflictos por la falta de leche: entre la ciudad y el campo, entre los koljoses y los cultivadores independientes, entre las diversas capas del proletariado, entre la burocracia y el conjunto de trabajadores. Y justamente a causa de la socialización de las vacas, los campesinos las sacrificaron en masa. Los conflictos sociales engendrados por la indigencia pueden, a su vez, hacer que se regrese a "todo el antiguo caos". Tal fue el sentido de nuestra respuesta.
En su resolución del 20 de agosto de 1935, el VII Congreso de la Internacional Comunista certifica solemnemente que "la victoria definitiva e irrevocable del socialismo y la consolidación, en todos los aspectos, del Estado de la dictadura del proletariado" son en la URSS el resultado de los éxitos de la industria nacionalizada, de la eliminación de los elementos capitalistas y de la liquidación de los kulaks como clase. A pesar de su apariencia categórica, la afirmación de la Internacional Comunista es profundamente contradictoria: si el socialismo ha vencido "definitiva e irrevocablemente", no como principio, sino como organización social viva, la nueva "consolidación de la dictadura" es un absurdo evidente. Inversamente, si la consolidación de la dictadura responde a las necesidades reales del régimen, es porque aún estamos lejos de la victoria del socialismo. Todo político capaz de pensar de un modo realista, para no hablar de los marxistas, debe comprender que la necesidad misma de "consolidar" la dictadura, es decir, la imposición gubernamental, no prueba el triunfo de una armonía social sin clases, sino el crecimiento de nuevos antagonismos sociales. ¿Cuál es su base? La penuria de los medios de existencia, resultado del bajo rendimiento del trabajo.
Lenin caracterizó un día al socialismo con estas palabras: "El poder de los soviets más la electrificación". Esta definición epigramática, cuya estrechez respondía a fines de propaganda, suponía, en todo caso, como punto de partida mínimo, el nivel capitalista -cuando menos- de electrificación. Pero todavía en la actualidad la URSS dispone por habitante de tres veces menos energía eléctrica que los países capitalistas avanzados. Teniendo en cuenta que mientras tanto los soviets han cedido el lugar a un aparato independiente de las masas, no queda a la Internacional Comunista más que proclamar que el socialismo es el poder de la burocracia más una tercera parte de la electrificación capitalista. Esta definición será de una exactitud fotográfica, pero el socialismo tiene poco sitio en ella.
En su discurso a los estajanovistas, en noviembre de 1935, Stalin, de acuerdo con el fin empírico de esta conferencia, declaró bruscamente: "¿Por qué el socialismo puede, debe vencer y vencerá al sistema capitalista? Porque puede y debe dar (...) un rendimiento más elevado del trabajo". Refutando incidentalmente la resolución de la Internacional Comunista adoptada tres meses antes, así como sus propias declaraciones reiteradas sobre este asunto, Stalin habla esta vez de la "victoria" futura: el socialismo vencerá al sistema capitalista, cuando lo sobrepase en el rendimiento del trabajo. Vemos que no solamente los tiempos del verbo cambian con las circunstancias; los criterios sociales evolucionan también. Seguramente, para el ciudadano soviético no es fácil seguir "la línea general".
En fin, el 1 de marzo de 1936, en su conversación con Roy Howard, Stalin da una nueva definición del régimen soviético: "La organización social que hemos creado, llámese soviética o socialista, no está completamente terminada, pero en el fondo es una organización socialista de la sociedad". Esta definición intencionalmente difusa, encierra casi tantas contradicciones como palabras. La organización social es calificada de "soviética socialista". Pero los soviets representan una forma de Estado y el socialismo es un régimen social. Estos términos, lejos de ser idénticos, desde el punto de vista que nos ocupa, son opuestos: los soviets deben desaparecer a medida que la organización social se haga socialista, así como los andamios se retiran cuando la construcción está terminada. Stalin introduce una corrección: "el socialismo no está completamente terminado". ¿Qué quiere decir este "no completamente"? ¿Falta el 5% o el 75%? No lo dice, así como se abstiene de decirnos lo que hay que entender por el "fondo" de la organización socialista de la sociedad. ¿Las formas de la propiedad o la técnica? La oscuridad misma de esta definición significa un retroceso con relación a las fórmulas infinitamente más categóricas de 1931 y 1935. Un paso más en este camino y habría que reconocer que la raíz de toda organización social está en las fuerzas productivas, y que esta raíz soviética es justamente demasiado débil aún para la planta socialista y para la felicidad humana que es su coronación.

(...)


El Termidor soviético

¿POR QUÉ HA VENCIDO STALIN?

El historiador de la URSS tendrá que reconocer que, en los grandes problemas, la política de la burocracia dirigente ha sido contradictoria y compuesta de una serie de zigzags. Explicar o justificar estos zigzags por el "cambio de circunstancias" es algo visiblemente inconsistente. En cierto modo, cuanto menos, gobernar es prever. La fracción Stalin no ha previsto para nada los inevitables resultados del desarrollo que persigue; ha reaccionado con reflejos administrativos creando, posteriormente a los hechos, una teoría de sus cambios de opinión, sin preocuparse de lo que proclamaba la víspera. Los hechos y los documentos indiscutibles también obligarán al historiador a aceptar que la Oposición de Izquierda analizó de una manera infinitamente más justa las evoluciones que se desarrollaban en el país, y que previó mucho mejor su curso posterior.
A primera vista, esta afirmación parece contradictoria por el simple hecho de que la fracción del partido menos capaz de prever alcanzó incesantes victorias, en tanto que el grupo más perspicaz fue de derrota en derrota. Esta objeción que se presenta espontáneamente al espíritu sólo es convincente para el que, aplicando a la política el pensamiento racionalista, no ve en ella más que un debate lógico o una partida de ajedrez. Pero en el fondo, la lucha política es la de los intereses y de las fuerzas, no la de los argumentos. Las cualidades de los que dirigen no son indiferentes para el resultado de los combates, pero no son el único factor ni el decisivo. Por lo demás, los campos adversos exigen jefes hechos a su imagen.
Si la Revolución de Febrero llevó al poder a Kerenski y a Tseretelli, no fue porque éstos hayan sido "más inteligentes" o "más hábiles" que la camarilla gobernante del zar, sino porque representaban, cuanto menos temporalmente, a las masas populares levantadas contra el antiguo régimen. Si Kerenski pudo lanzar a Lenin a la ilegalidad y encarcelar a otros líderes bolcheviques, no se debió a que sus cualidades personales le hubiesen dado la superioridad sobre ellos, sino a que la mayoría de los obreros y los soldados aún seguían en esos días a la pequeña burguesía patriota. La "superioridad" personal de Kerenski, si esta palabra no está mal empleada aquí, consistía, precisamente, en no ver más lejos que la gran mayoría. A su vez, los bolcheviques no vencieron a la democracia pequeño burguesa por la superioridad de sus jefes, sino gracias a un reagrupamiento de las fuerzas, cuando el proletariado consiguió por fin arrastrar al campesino descontento contra la burguesía.
La continuidad de las etapas de la Gran Revolución Francesa, tanto en su época ascendente como en su etapa descendente, muestra de una manera indiscutible que la fuerza de los "jefes" y de los "héroes" consistía, sobre todo, en su acuerdo con el carácter de las clases y de las capas sociales que los apoyaban ; sólo esta correspondencia, y no superioridades absolutas, permitió a cada uno de ellos marcar con su personalidad cierto periodo histórico. Hay, en la sucesión al poder de los Mirabeu, Brissot, Robespierre, Barras, Bonaparte, una legítima objetividad infinitamente más poderosa que los rasgos particulares de los protagonistas históricos mismos.
Se sabe suficientemente que hasta ahora todas las revoluciones han suscitado reacciones y aun contrarrevoluciones posteriores que, por lo demás, nunca han logrado que la nación vuelva a su primitivo punto de partida, aunque siempre se han adueñado de la parte del león en el reparto de las conquistas. Por regla general, los pioneros, los iniciadores, los conductores, que se encontraban a la cabeza de las masas durante el primer periodo, son las víctimas de la primera corriente de reacción, mientras que surgen al primer plano hombres del segundo, unidos a los antiguos enemigos de la revolución. Bajo este dramático duelo de corifeos sobre la escena política abierta, se ocultan los cambios habidos en las relaciones entre las clases y, no menos importante, profundos cambios en la psicología de las masas hasta hace poco revolucionarias.
Respondiendo a numerosos camaradas que se preguntaban con asombro lo que había pasado con la actividad del partido bolchevique y de la clase obrera, de su iniciativa revolucionaria, de su orgullo plebeyo, y cómo habían surgido, en lugar de estas cualidades, tanta villanía, cobardía, pusilanimidad y arribismo -Rakovski evocaba las peripecias de la Revolución Francesa del siglo XVIII y el ejemplo de Babeuf cuando, al salir de la prisión de la Abadía, se preguntaba también con estupor lo que había pasado con el pueblo heroico de los arrabales de París-. La revolución es una gran devoradora de energías individuales y colectivas: los nervios no la resisten, las conciencias se doblan, los caracteres se gastan. Los acontecimientos marchan con demasiada rapidez para que el aflujo de fuerzas nuevas pueda compensar las pérdidas. El hambre, la desocupación, la pérdida de los cuadros de la revolución, la eliminación de las masas de los puestos dirigentes, habían provocado tal anemia física y moral en los arrabales que se necesitaron más de treinta años para que se rehicieran.
La afirmación axiomática de los publicistas soviéticos de que las leyes de las revoluciones burguesas son "inaplicables" a la revolución proletaria, está completamente desprovista de contenido científico. El carácter proletario de la Revolución de Octubre resultó de la situación mundial y de cierta relación de las fuerzas en el interior. Pero las clases mismas que se habían formado en Rusia en el seno de la barbarie zarista y de un capitalismo atrasado, no se habían preparado especialmente para la revolución socialista. Antes al contrario, justamente porque el proletariado ruso, todavía atrasado en muchos aspectos, dio en unos meses el salto sin precedentes en la historia desde una monarquía semifeudal hasta la dictadura socialista, la reacción tenía ineludiblemente que hacer valer sus derechos en las propias filas revolucionarias. La reacción creció durante el curso de las guerras que siguieron; las condiciones exteriores y los acontecimientos la nutrieron sin cesar. Una intervención sucedía a la otra; los países de Occidente no prestaban ayuda directa; y en lugar del bienestar esperado, el país vio que la miseria se instalaba en él por mucho tiempo. Los representantes más notables de la clase obrera habían perecido en la guerra civil o, al elevarse unos grados, se habían separado de las masas. Así sobrevino, después de una tensión prodigiosa de las fuerzas, de las esperanzas, de las ilusiones, un largo periodo de fatiga, de depresión y de desilusión. El reflujo del "orgullo plebeyo" tuvo por consecuencia un aflujo de arribismo y de pusilanimidad. Estas mareas llevaron al poder a una nueva capa de dirigentes.
La desmovilización de un Ejército Rojo de cinco millones de hombres debía desempeñar en la formación de la burocracia un papel considerable. Los comandantes victoriosos tomaron los puestos importantes en los soviets locales, en la producción, en las escuelas, y a todas partes llevaron obstinadamente el régimen que les había hecho ganar la guerra civil. Las masas fueron eliminadas poco a poco de la participación efectiva del poder.
La reacción en el seno del proletariado hizo nacer grandes esperanzas y gran seguridad en la pequeña burguesía de las ciudades y del campo que, llamada por la NEP a una vida nueva, se hacía cada vez más audaz. La joven burocracia, formada primitivamente con el fin de servir al proletariado, se sintió el árbitro entre las clases, adquirió una autonomía creciente.
La situación internacional obraba poderosamente en el mismo sentido. La burocracia soviética adquiría más seguridad a medida que las derrotas de la clase obrera internacional eran más terribles. Entre estos dos hechos la relación no es solamente cronológica, es causal; y lo es en los dos sentidos: la dirección burocrática del movimiento contribuía a las derrotas; las derrotas afianzaban a la burocracia. La derrota de la insurrección búlgara y la retirada sin gloria de los obreros alemanes en 1923; el fracaso de una tentativa de sublevación en Estonia, en 1924; la pérfida liquidación de la huelga general en Inglaterra y la conducta indigna de los comunistas polacos durante el golpe de fuerza de Pilsudski, en 1926; la espantosa derrota de la Revolución China, en 1927; las derrotas, más graves aún, que siguieron en Alemania y en Austria: son las catástrofes mundiales que han arruinado la confianza de las masas en la revolución mundial y han permitido a la burocracia soviética elevarse cada vez más alta, como un faro que indicase el camino de la salvación.
A propósito de las causas de las derrotas del proletariado mundial durante los últimos trece años, el autor se ve obligado a referirse a sus obras anteriores, en las que ha tratado de poner de relieve el papel funesto de los dirigentes conservadores del Kremlin en el movimiento revolucionario de todos los países. Lo que aquí nos interesa sobre todo, es el hecho edificante e indiscutible de que las continuas derrotas de la revolución en Europa y Asia, al mismo tiempo que debilitan la situación internacional de la URSS han afianzado extraordinariamente a la burocracia soviética. Dos fechas son memorables, sobre todo, en esta serie histórica. En la segunda mitad del año 1923, la atención de los obreros soviéticos se concentró apasionadamente en Alemania, en donde el proletariado parecía tender la mano hacia el poder; la horrorizada retirada del Partido Comunista alemán fue una penosa decepción para las masas obreras de la URSS. La burocracia soviética desencadenó inmediatamente una campaña contra la "revolución permanente" e hizo sufrir a la Oposición de Izquierda su primera cruel derrota. En 1926-27, la población de la URSS tuvo un nuevo aflujo e esperanza; esta vez, todas las miradas se dirigieron a Oriente, en donde se desarrollaba el drama de la Revolución China. La Oposición de Izquierda se rehizo de sus reveses y reclutó nuevos militantes. A fines de 1927, la Revolución China fue torpedeada por el verdugo Chiang Kai-Chek, al que los dirigentes de la Internacional Comunista habían entregado, literalmente, los obreros y campesinos chinos. Una fría corriente de desencanto pasó sobre las masas de la URSS. Después de una campaña frenética en la prensa y en las reuniones, la burocracia decidió, por fin, arrestar en masa a los opositores (1928).
Decenas de millares de militantes revolucionarios se habían agrupado bajo la bandera de los bolcheviques-leninistas. Los obreros miraban a la Oposición con una simpatía evidente. Pero era una simpatía pasiva, pues ya no creían poder modificar la situación por medio de la lucha. En cambio, la burocracia afirmaba que "la Oposición se prepara a arrojarnos en una guerra revolucionaria por la revolución internacional. ¡Basta de trastornos! Hemos ganado un descanso. Construiremos en nuestro país la sociedad socialista. Contad con nosotros, que somos vuestros jefes". Esta propaganda del reposo, cimentando el bloque de los funcionarios y de los militares, encontraba indudablemente un eco en los obreros fatigados y, más aún, en las masas campesinas que se preguntaban si la Oposición no estaría realmente dispuesta a sacrificar los intereses de la URSS por la "revolución permanente". Los intereses vitales de la URSS estaban realmente en juego. En diez años, la falsa política de la Internacional Comunista había asegurado la victoria de Hitler en Alemania, es decir, un grave peligro de guerra en el Oeste; una política no menos falsa fortificaba al imperialismo japonés y aumentaba hasta el último grado el peligro en el Oriente. Pero los periodos de reacción se caracterizan, sobre todo, por la falta de valor intelectual.
La Oposición se encontró aislada. La burocracia se aprovechaba de la situación. Explotando la confusión y la pasividad de los trabajadores, lanzando a los más atrasados contra los más avanzados, apoyándose siempre y con más audacia en el kulak y, de manera general, en la pequeña burguesía, la burocracia logró triunfar en unos cuantos años sobre la vanguardia revolucionaria del proletariado.
Sería ingenuo creer que Stalin, desconocido por las masas, surgió repentinamente de los bastidores armado de un plan estratégico completamente elaborado. No. Antes de que él hubiera previsto su camino, la burocracia lo había adivinado; Stalin le daba todas las garantías deseables: el prestigio del viejo bolchevique, un carácter firme, un espíritu estrecho, una relación indisoluble con las oficinas, única fuente de su influencia personal. Al principio, Stalin se sorprendió con su propio éxito. Era la aprobación unánime de una nueva capa dirigente que trataba de liberarse de los viejos principios así como del control de las masas, y que necesitaba un árbitro seguro en sus asuntos interiores. Figura de segundo plano ante las masas y ante la revolución, Stalin se reveló como el jefe indiscutido de la burocracia termidoriana, el primero entre los termidorianos.
Se vio bien pronto que la nueva capa dirigente tenía sus ideas propias, sus sentimientos y, lo que es más importante, sus intereses. La gran mayoría de los burócratas de la generación actual, durante la Revolución de Octubre estuvieron del otro lado de la barricada (es el caso, para no hablar más que de los diplomáticos soviéticos, de Troianovski, Maiski, Potemkin, Suritz, Jinchuk y otros...) o, en el mejor de los casos, alejados de la lucha. Los burócratas actuales que en los días de Octubre estuvieron con los bolcheviques no desempeñaron, en su mayor parte, ningún papel. En cuanto a los jóvenes burócratas, han sido formados y seleccionados por los viejos, frecuentemente elegidos entre su propia casta. Estos hombres no hubieran sido capaces de hacer la Revolución de Octubre; pero han sido los mejor adaptados para explotarla.
Naturalmente que los factores individuales han tenido alguna influencia en esta sucesión de capítulos históricos. Es cierto que la enfermedad y la muerte de Lenin precipitaron su desenlace. Si Lenin hubiera vivido más tiempo, el avance de la potencia burocrática hubiese sido más lento, al menos en los primeros años. Pero ya en 1926, Kurpskaia decía a los oposicionistas de izquierda: "Si Lenin viviera, estaría seguramente en la prisión". Las previsiones y los temores de Lenin estaban aún frescos en su memoria y no se hacía ilusiones sobre su poder total respecto a los vientos y a las corrientes contrarias de la historia.
La burocracia no sólo ha vencido a la Oposición de Izquierda, ha vencido también al partido bolchevique. Ha vencido al programa de Lenin, que veía el principal peligro en la transformación de los órganos del Estado "de servidores de la sociedad en amos de ella". Ha vencido a todos sus adversarios -la Oposición, el partido de Lenin-, no por medio de argumentos y de ideas, sino aplastándolo bajo su propio peso social. El último vagón fue más pesado que la cabeza de la Revolución. Tal es la explicación del termidor soviético.

LA DEGENERACIÓN DEL PARTIDO BOLCHEVIQUE

El partido bolchevique preparó y alcanzó la victoria de Octubre. Construyó el Estado soviético, dándole un sólido esqueleto. La degeneración del partido fue la causa y la consecuencia de la burocratización del Estado. Es importante mostrar, al menos brevemente, cómo pasaron las cosas.
El régimen interior del partido bolchevique está caracterizado por los méritos del centralismo democrático. La reunión de estas dos nociones no implica ninguna contradicción. El partido velaba para que sus fronteras fuesen siempre estrictamente delimitadas, pero trataba de que todos los que franqueaban esas fronteras tuvieran realmente el derecho de determinar la orientación de su política. La libertad de crítica y la lucha de las ideas formaban el contenido intangible de la democracia del partido. La doctrina actual que proclama la incompatibilidad del bolchevismo con la existencia de fracciones está en desacuerdo con los hechos. Es un mito de la decadencia. La historia del bolchevismo es en realidad la de la lucha de las fracciones. ¿Y cómo un organismo que se propone cambiar el mundo y reúne bajo sus banderas a negadores, rebeldes y combatientes temerarios, podría vivir y crecer sin conflictos ideológicos, sin agrupaciones, sin formaciones fraccionales temporales? La clarividencia de la dirección del partido logró muchas veces atenuar y abreviar las luchas fraccionales, pero no pudo hacer más. El Comité Central se apoyaba en esta base efervescente y de ahí sacaba la audacia para decidir y ordenar. La justeza manifiesta de sus opiniones en todas las etapas críticas le confería una alta autoridad, precioso capital moral del centralismo.
El régimen del partido bolchevique, sobre todo antes de la toma del poder, era, pues, el antípoda del de la Internacional Comunista actual con sus "jefes" nombrados jerárquicamente, sus virajes hechos sobre pedido, sus oficinas incontroladas, su desdén por la base, su servilismo hacia el Kremlin. En los primeros años que siguieron a la toma del poder, cuando el partido comenzaba a cubrirse con el orín burocrático, cualquier bolchevique, y Stalin como cualquier otro hubiera tratado de infame calumniador al que hubiese proyectado sobre la pantalla la imagen del partido tal como debía ser diez o quince años después.
Lenin y sus colaboradores tuvieron invariablemente como primer cuidado el de preservar a las filas del partido bolchevique de las taras del poder. Sin embargo, la estrecha conexión, y algunas veces la fusión, de los órganos del partido y del Estado, provocaron desde los primeros años un perjuicio cierto a la libertad y la elasticidad del régimen interior del partido. La democracia se estrechaba a medida que crecían las dificultades. El partido quiso y esperaba conservar en el cuadro de los soviets la libertad de las luchas políticas. La guerra civil trajo una seria consecuencia: los partidos de oposición fueron suprimidos unos después de otros. Los jefes del bolchevismo veían en estas medidas, en contradicción evidente con el espíritu de la democracia soviética, necesidades episódicas de la defensa y no decisiones de principio.
El rápido crecimiento del partido gobernante, ante la novedad y la inmensidad de las labores, engendraba inevitablemente divergencias de opinión. Las corrientes de oposición, subyacentes en el país, ejercían de diversos modos su presión sobre el único partido legal, agravando la aspereza de las luchas fraccionases. Hacia el fin de la guerra civil esta lucha revistió formas tan vivas que amenazó quebrantar el poder. En marzo de 1921, durante la sublevación de Kronstadt, que arrastró a no pocos bolcheviques, el X Congreso del partido se vio obligado a recurrir a la prohibición de las fracciones, es decir, a aplicar el régimen político del Estado a la vida interior del partido dirigente. La prohibición de las fracciones, repitámoslo, se concebía como una medida excepcional destinada a desaparecer con la primera mejoría real de la situación. Por lo demás, el Comité Central se mostraba extremadamente circunspecto en la aplicación de la nueva ley y cuidaba, sobre todo, de no ahogar la vida interior del partido.
Pero, lo que primitivamente no había sido más que un tributo pagado por necesidad a circunstancias penosas, fue muy del agrado de la burocracia que consideraba la vida interior del partido desde el punto de vista de la comodidad de los gobernantes. En 1922, durante una mejoría momentánea de su salud, Lenin se atemorizó con el crecimiento amenazador de la burocracia y preparó una ofensiva en contra de la fracción de Stalin, que había llegado a ser el pivote del aparato del partido antes de apoderarse del Estado. El segundo ataque de su enfermedad, y después la muerte, no le permitieron medir sus fuerzas con las de la reacción.
Todos los esfuerzos de Stalin, con quien estaban en ese momento Zinóviev y Kámenev, tendieron, desde entonces, a liberar el aparato del partido del control de sus miembros. En esta lucha por la "estabilidad" del Comité Central, Stalin fue más consecuente y más firme que sus aliados pues no lo desviaban los problemas internacionales de los que jamás se había ocupado. La mentalidad pequeño burguesa de la nueva capa dirigente era la suya. Creía profundamente que la construcción del socialismo era de orden nacional y administrativo; consideraba a la Internacional Comunista como un mal necesario al que había que aprovechar, en la medida de lo posible, con fines de política exterior. El partido sólo significaba a sus ojos la base obediente de las oficinas.
Al mismo tiempo que la teoría del socialismo en un sólo país, se formuló otra para uso de la burocracia según la cual, para el bolchevismo, el Comité Central lo es todo, el partido, nada. En todo caso, esta segunda teoría fue realizada con más éxito que la primera. Aprovechando la muerte de Lenin, la burocracia comenzó la campaña de reclutamiento llamada de la "promoción de Lenin". Las puertas del partido, hasta entonces bien vigiladas, se abrieron de par en par a todo el mundo: los obreros, los empleados, los funcionarios, entraron en masa. Políticamente, se trataba de absorber la vanguardia revolucionaria en un material humano desprovisto de experiencia y personalidad pero acostumbrado, en cambio, a obedecer a los jefes. Este proyecto se logró. Al liberar a la burocracia del control de la vanguardia proletaria, la "promoción de Lenin" dio un golpe mortal al partido de Lenin. Las oficinas habían conquistado la independencia que les era necesaria. El centralismo democrático cedió su lugar al centralismo burocrático. Los servicios del partido fueron totalmente renovados, de arriba a abajo; la obediencia fue la principal virtud del bolchevique. Bajo la bandera de la lucha contra la Oposición, los revolucionarios fueron reemplazados por funcionarios. La historia del partido bolchevique se transformó en la de su propia degeneración.
El significado político de la lucha se oscureció mucho por el hecho de que los dirigentes de las tres tendencias, la derecha, el centro y la izquierda, pertenecían a un solo estado mayor, el del Kremlin, el Buró Político: los espíritus superficiales creían en rivalidades personales, en la lucha por la "sucesión" de Lenin. Pero bajo una dictadura de hierro, los antagonismos sociales no podían manifestarse al principio más que a través de las instituciones del partido gobernante, Muchos termidorianos salieron antiguamente del partido jacobino del que Bonaparte mismo fue miembro; y entre los antiguos jacobinos, el Primer Cónsul, más tarde Emperador de los Franceses, encontró sus más fieles servidores. Los tiempos cambian y los jacobinos, comprendiendo a los del siglo XX, cambian junto con el tiempo.
Del Buró Político del tiempo de Lenin no quedó más que Stalin; dos de sus miembros, Zinóviev y Kámenev, que durante largos años de emigración fueron los colaboradores más íntimos de Lenin, purgan, en el momento en que escribo, una pena de diez años de reclusión por un crimen que no han cometido; otros tres, Rizhkov, Bujarin y Tomski, están completamente alejados del poder, aunque se haya recompensado su renuncia concediéndoles funciones de segundo orden; en fin, el autor de estas líneas, está desterrado. La viuda de Lenin, Krupskaia, es considerada como sospechosa, pues no ha podido, a pesar de sus esfuerzos, adaptarse al Termidor.
Los miembros actuales del Buró Político han ocupado en la historia del partido bolchevique puestos secundarios. Si alguien hubiera profetizado su elevación, durante los primeros años de la revolución, se hubiesen quedado estupefactos, sin la menor falsa modestia. La regla según la cual el Buró Político siempre tiene razón, y nadie, en todo caso, puede tener razón en contra de él, es aplicada con más rigor que nunca. Por lo demás, el Buró Político mismo no podría tener razón en contra de Stalin, quien, como nunca puede engañarse, tampoco puede, en consecuencia, tener razón en contra de sí mismo.
El regreso del partido a la democracia fue en su tiempo la más obstinada y la más desesperada de las reivindicaciones de todos los grupos de oposición. La plataforma de la Oposición de Izquierda en 1927 exigía la introducción de un artículo en el Código Penal que "castigara como un crimen grave contra el Estado toda persecución directa o indirecta de un obrero a causa de críticas que hubiera formulado...". Más tarde se encontró en el Código Penal un artículo que podía aplicarse a la Oposición.
De la democracia del partido no quedan más que recuerdos en la memoria de la vieja generación. Con ella se ha evaporado la democracia de los soviets, de los sindicatos, de las cooperativas, de las organizaciones deportivas y culturales. La jerarquía de los secretarios domina sobre todo y sobre todos. El régimen había adquirido un carácter totalitario antes de que Alemania inventara la palabra. "Con ayuda de los métodos desmoralizadores que transforman a los comunistas pensantes en autómatas, que matan la voluntad, el carácter, la dignidad humana -escribía Rakovski en 1928-, la pandilla gobernante ha sabido transformarse en una oligarquía inamovible e inviolable que ha sustituido a la clase y al partido". Después de que estas líneas indignadas fueran escritas, la degeneración ha hecho inmensos progresos. La GPU ha llegado a ser el factor decisivo en la vida interior del partido. Si en marzo de 1936 Mólotov podía felicitarse ante un periodista francés de que el partido gobernante ya no tuviera luchas fraccionases, se debía únicamente a que ahora las divergencias de opiniones son reglamentadas por la intervención mecánica de la policía política. El viejo partido bolchevique ha muerto y ninguna fuerza será capaz de resucitarlo.

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Paralelamente a la degeneración política del partido, se acentuaba la corrupción de una burocracia que escapa a todo control. Aplicada al alto funcionario privilegiado, la palabra sovbur -burgués soviético- entró en el vocabulario obrero. Con la NEP, las tendencias burguesas disfrutaron de un terreno más favorable. En marzo de 1922 Lenin puso en guardia al XI Congreso del partido contra la corrupción de los medios dirigentes. "Más de una vez ha sucedido en la historia -decía- que el vencedor haya adoptado la civilización del vencido, si ésta era superior. La cultura de la burguesía y de la burocracia rusas era miserable, sin duda. Pero, ¡ay!, las nuevas capas dirigentes les son aún inferiores. Cuatro mil setecientos comunistas responsables dirigen en Moscú la máquina gubernamental. ¿Quién dirige y quién es dirigido? Dudo mucho que pueda decirse que son los comunistas quienes dirigen...". Lenin no volvió a tomar la palabra en el congreso del partido. Pero todo su pensamiento, durante los últimos meses de su vida, se dirigió a la necesidad de prevenir y de armar a los obreros contra la opresión, la arbitrariedad y la corrupción burocráticas. Sin embargo, no había podido observar más que los primeros síntomas del mal.
Christian Rakovski, ex presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo de Ucrania, más tarde embajador de los soviets en Londres y París, hallándose deportado, envió a sus amigos en 1928 un corto estudio sobre la burocracia del que ya hemos tomado algunas líneas, pues sigue siendo lo mejor que sobre el asunto se ha escrito. "En el espíritu de Lenin y en todos nuestros espíritus -escribe Rakovski- el objeto de la dirección del partido era preservar al partido y a la clase obrera de la acción disolvente de los privilegios, de las ventajas y de los favores propios del poder -de preservarlos de toda aproximación a los restos de la antigua nobleza y de la antigua pequeña burguesía, de la influencia desmoralizadora de la NEP, de la seducción de las costumbres burguesas y de su ideología-. (...) Hay que decir en voz alta, franca y claramente, que los burós del partido no han cumplido esta tarea, que han dado pruebas de una incapacidad completa en su doble papel de educación y de preservación, que han quebrado, que han faltado a su deber ".
Es cierto que Rakovski, deshecho por la represión burocrática, renegó más tarde de sus críticas. Pero cuando el septuagenario Galileo fue obligado en los potros de la Santa Inquisición a abjurar del sistema de Copérnico, esto no impidió que la tierra girase. No creemos en la abjuración del sexagenario Rakovski, pues más de una vez ha analizado implacablemente esta clase de abjuraciones. Pero su crítica política ha encontrado en los hechos objetivos una base mucho más segura que en la firmeza subjetiva de su autor.
La conquista del poder no modifica solamente la actitud del proletariado hacia las otras clases; cambia, también, su estructura interior. El ejercicio del poder se transforma en la especialidad de un grupo social determinado, que tiende a resolver su propio "problema social" con tanta más impaciencia cuanto más alta cree su misión. "En el Estado proletario, en donde la acumulación capitalista no se permite a los miembros del partido dirigente, la diferenciación es por lo pronto funcional; más tarde, será social. No digo que llegue a ser una diferenciación de clase, digo que es social"... Rakovski explica: "La posición social del comunista que tiene a su disposición un coche, una buena habitación, vacaciones regulares y que recibe el máximo del fijado por el partido, difiere de la del comunista que trabajando en las minas de hulla gana de 50 a 60 rublos al mes".
Enumerando las causas de la degeneración de los jacobinos en el poder, el enriquecimiento, los abastecimientos del Estado, etc., Rakovski cita una curiosa observación de Babeuf sobre el papel desempeñado en esta evolución por las mujeres de la nobleza, muy codiciadas por los jacobinos. "¿Qué hacéis -exclama Babeuf- cobardes plebeyos? ¿Os acarician hoy? ¡Mañana os degollarán!". El censo de las esposas de los dirigentes de la URSS daría un cuadro análogo. Sosnovski, conocido periodista soviético, indicaba el papel del "factor auto-harén", en la formación de la burocracia. Es cierto que, junto con Rakovski, Sosnovski se ha arrepentido y ha regresado de Siberia. Las costumbres de la burocracia no han mejorado con ello. Por el contrario, el arrepentimiento de un Sosnovski prueba el progreso de la desmoralización.
Los viejos artículos de Sosnovski, que pasaban manuscritos de mano en mano, contienen justamente inolvidables episodios de la vida de los nuevos dirigentes, mostrando hasta qué punto los vencedores han asimilado las costumbres de los vencidos. Para no remontarnos a los años pasados -Sosnovski en 1934 trocó definitivamente su fusta por una lira-, limitémonos a ejemplos recientes, tomados de la prensa soviética, escogiendo no solamente los "abusos" sino los hechos ordinarios oficialmente admitidos por la opinión pública.
El director de una fábrica moscovita, comunista conocido, se felicita en Pravda del desarrollo cultural de su empresa. Un mecánico le telefonea: "¿Ordena usted que detenga las máquinas o espero?... Le respondo -dice- espera un momento"... El mecánico le habla con deferencia, el director lo tutea. Y este diálogo indigno, imposible en un país capitalista civilizado, es relatado por el mismo director como un hecho corriente. La redacción no puso objeciones pues no observó nada; los lectores no protestan pues ya están habituados. Tampoco nos asombremos: en las audiencias solemnes del Kremlin, los "jefes" y los comisarios del pueblo tutean a sus subordinados, directores de fábricas, presidentes de koljoses, contramaestres y obreros invitados para ser condecorados. ¿Cómo no recordar que una de las consignas revolucionarias más populares bajo el antiguo régimen exigía el fin del tuteo de los subordinados por los jefes?
Asombrosos por su despreocupación señorial, los diálogos de los dirigentes del Kremlin con el "pueblo" comprueban sin error posible que, a pesar de la Revolución de Octubre, de la nacionalización de los medios de producción, de la colectivización y de la "liquidación de los kulaks como clase", las relaciones entre los hombres y la cima de la pirámide soviética, lejos de elevarse hasta el socialismo, no alcanzan aún, en muchos aspectos, el nivel del capitalismo cultivado. Se ha dado un enorme paso atrás en este importante dominio, durante los últimos años; el Termidor soviético que ha concedido una independencia completa a una burocracia poco cultivada, sustraída a todo control, mientras ordena el silencio y la obediencia de las masas, es indiscutiblemente la causa de la resurrección de la vieja barbarie rusa.
No pensamos oponer a la abstracción dictadura, la abstracción democracia para pesar sus cualidades respectivas en la balanza de la razón pura. Todo es relativo en este mundo en donde lo único permanente es el cambio. La dictadura del partido bolchevique fue en la historia uno de los instrumentos más poderosos del progreso. Pero aquí, según el poeta, Vernuft wird Unsinn, Wohltat-Plage . La prohibición de los partidos de oposición produjo la de las fracciones; la prohibición de las fracciones llevó a prohibir el pensar de otra manera que el jefe infalible. El monolitismo policíaco del partido tuvo por consecuencia la impunidad burocrática que, a su vez, se transformó en la causa de todas las variantes de la desmoralización y de la corrupción.

LAS CAUSAS SOCIALES DEL TERMIDOR

Hemos definido al Termidor soviético como la victoria de la burocracia sobre las masas. Hemos tratado de mostrar las condiciones históricas de esta victoria. La vanguardia revolucionaria del proletariado fue absorbida en parte por los servicios del Estado y poco a poco desmoralizada, en parte fue destruida en la guerra civil; y en parte, fue eliminada y aplastada. Las masas fatigadas y desengañadas sólo sentían indiferencia por lo que pasaba en los medios dirigentes. Estas condiciones, por importantes que sean, no bastan de ninguna manera para explicarnos cómo la burocracia logró elevarse por encima de la sociedad y tomar en sus manos, por largo tiempo, los destinos de ésta; su propia voluntad hubiera sido en to do caso insuficiente para ello; la formación de una nueva capa dirigente debe tener causas sociales más profundas.
El cansancio de las masas y la desmoralización de los cuadros contribuyeron también en el siglo XVIII a la victoria de los termidorianos sobre los jacobinos. Pero bajo estos fenómenos, en realidad temporales, se realizaba un proceso orgánico más profundo. Los jacobinos estaban apoyados por las capas inferiores de la pequeña burguesía, alzadas por la poderosa corriente, y como la revolución del siglo XVIII respondía al desarrollo de las fuerzas productivas, no podía menos que llevar al fin y al cabo a la gran burguesía al poder. Termidor no fue más que una de las etapas de esta evolución inevitable. ¿Qué necesidad social expresa el Termidor soviético?
Ya hemos tratado en un capítulo anterior de dar una explicación previa del triunfo del gendarme. Nos es forzoso continuar aquí el análisis de las condiciones del paso del capitalismo al socialismo y del papel que en él desempeña el Estado. Confrontemos una vez más la previsión teórica y la realidad: "Aún es necesario imponerse a la burguesía -escribía Lenin en 1917, hablando del periodo que debía seguir a la conquista del poder-, pero el órgano de la imposición ya es la mayoría de la población y no la minoría como siempre había sido hasta ahora (...). En este sentido, el Estado comienza a agonizar". ¿Cómo se expresa esta agonía? Desde luego, en que, en lugar de "Instituciones especiales pertenecientes a la minoría privilegiada" (funcionarios privilegiados, mando del ejército permanente), la mayoría puede "desempeñar las funciones de coerción". Lenin formula más adelante una tesis indiscutible bajo una forma axiomática. "A medida que las funciones del poder son las del pueblo entero, este poder es menos necesario. La abolición de la propiedad privada de los medios de producción elimina la labor principal del Estado formado por la historia: la defensa de los privilegios de la minoría contra la inmensa mayoría".
Según Lenin, la agonía del Estado comienza inmediatamente después de la expropiación de los expropiadores, es decir, antes de que el nuevo régimen haya podido abordar sus tareas económicas y culturales. Cada éxito en el cumplimiento de estas tareas significa una nueva etapa de la reabsorción del Estado en la sociedad socialista. El grado de esta reabsorción es el mejor índice de la profundidad y de la eficacia de la edificación socialista. Se puede formular un teorema sociológico de este género: La imposición ejercida por las masas en el Estado obrero, está en proporción directa con las fuerzas tendentes a la explotación o a la restauración capitalista, y en proporción inversa a la solidaridad social y a la devoción común hacia el nuevo régimen. La burocracia -en otras palabras, "los funcionarios privilegiados y el mando del ejército permanente" responde a una variedad particular de la imposición que las masas no pueden o no quieren aplicar y que se ejerce así, o de otra manera, sobre ellas.
Si los soviets democráticos hubiesen conservado hasta ese día su fuerza y su independencia, en tanto que permanecían obligados a recurrir a la coerción en la misma medida que durante los primeros años, este hecho hubiese bastado para inquietarnos seriamente. ¿Cuál no será nuestra inquietud ante una situación en la que los soviets de las masas han abandonado definitivamente la escena cediendo sus funciones coercitivas a Stalin, Yagoda y compañía? ¡Y qué funciones coercitivas! Preguntémonos para comenzar, cuál es la causa social de esta vitalidad testaruda del Estado, y sobre todo, su "gendarmización". La importancia de este problema es evidente por sí mismo: según la respuesta que le demos, deberemos revisar radicalmente nuestras ideas tradicionales sobre la sociedad socialista en general, o rechazar, también radicalmente, las apreciaciones oficiales sobre la URSS.
Tomemos de un número reciente de un periódico de Moscú la característica estereotipado del régimen soviético actual, una de esas características que se repiten de día en día y que los escolares aprenden de memoria. "Las clases parasitarias de los capitalistas, de los propietarios territoriales y de los campesinos ricos se han liquidado para siempre en la URSS, terminando para siempre, de este modo, con la explotación del hombre por el hombre. Toda la economía nacional es socialista y el creciente movimiento Stajanov prepara las condiciones del paso del socialismo al comunismo" (Pravda, 4 de abril de 1936). La prensa mundial de la Internacional Comunista no dice otra cosa, como de costumbre. Pero si se ha terminado "para siempre" con la explotación, si el país ha entrado realmente en la vía del socialismo, es decir, en la fase inferior del comunismo que conduce a la fase superior, no le queda a la sociedad más que arrojar, por fin, la camisa de fuerza del Estado. En lugar de esto -apenas es creíble- el Estado soviético toma un aspecto burocrático y totalitario.
Se puede observar la misma contradicción fatal, evocando la suerte del partido. El problema se plantea, más o menos, así: ¿Por qué, en 1917-21, cuando las viejas clases dominantes aún resistían con las armas en la mano, cuando los imperialistas del mundo entero las sostenían efectivamente, cuando los kulaks armados saboteaban la defensa y el abastecimiento del país, en el partido se podían discutir libremente, sin temor, todos los problemas más graves de la política? ¿Por qué, en la actualidad, después de la intervención, de la derrota de las clases explotadoras, los éxitos indiscutibles de la industrialización, la colectivización de la gran mayoría de los campesinos, no se puede admitir la menor crítica a los dirigentes inamovibles? ¿Por qué el bolchevique que, de acuerdo con los estatutos del partido, tratara de reclamar la convocatoria de un congreso, sería inmediatamente excluido? Todo ciudadano que emitiera públicamente dudas sobre la infalibilidad de Stalin sería tratado, inmediatamente, casi como el participante en un complot terrorista. ¿De dónde viene esta monstruosa, esta intolerable potencia de la represión del aparato policíaco?
La teoría no es una letra de cambio que se pueda cobrar en cualquier momento. Si comete errores, es conveniente revisarla o llenar sus lagunas. Descubramos las verdaderas fuerzas sociales que han hecho nacer la contradicción entre la realidad soviética y el marxismo tradicional. En todo caso, no es posible errar en medio de las tinieblas; repitiendo las frases rituales, probablemente útiles para el prestigio de los jefes pero que abofetean a la realidad vivida. Lo veremos en este momento, gracias a un ejemplo convincente.
El presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo declaraba en enero de 1936 al Ejecutivo que "la economía nacional se ha hecho socialista (aplausos). Desde este aspecto (?) hemos resuelto el problema de la liquidación de las clases (aplausos)". El pasado aún nos deja, sin embargo, "elementos vitalmente hostiles", desechos de las clases antiguamente dominantes. Se encuentran, además, entre los trabajadores de los koljoses, entre los funcionarios del Estado, a veces entre los mismos obreros, "minúsculos especuladores", "dilapidadores de los bienes del Estado y de los koljoses", "divulgadores de chismes antisoviéticos", etc., etc. De ahí la necesidad de consolidar más la dictadura. Al contrario de lo que esperaba Engels, el Estado obrero, en vez de "adormecerse", debe estar cada vez más alerta.
El cuadro descrito por el jefe del Estado soviético sería de lo más tranquilizador si no encerrase una contradicción mortal. El socialismo se ha instalado definitivamente en el país; "desde este punto de vista" las clases han sido anonadadas (si lo han sido desde este punto de vista, también lo deben haber sido desde todos los otros). Indudablemente que la armonía social es perturbada, aquí y allá, por las escorias y los restos del pasado; sin embargo, no es posible pensar que gentes dispersas, privadas de poder y de propiedad puedan destruir la sociedad sin clases con la ayuda de "minúsculos especuladores" (ni siquiera son especuladores a secas). Como vemos, parece que todo marcha de la mejor manera posible. Pero, en ese caso, lo repetimos una vez más, ¿qué objeto tiene la dictadura de bronce de la burocracia?
Los soñadores reaccionarios desaparecen poco a poco, tenemos que creerlo. Los soviets archidemocráticos bastarían perfectamente para dar cuenta de los "minúsculos especuladores" y de los "chismosos". "No somos utópicos -replicaba Lenin en 1917 a los teóricos burgueses y reformistas del Estado burocrático-, no discutimos absolutamente la posibilidad y la inevitabilidad de los excesos cometidos por individuos, así como la necesidad de reprimir esos excesos... Pero no es necesario, para este fin, un aparato especial de represión; para ello bastará el pueblo armado, con la misma facilidad con que una multitud civilizada separa a dos hombres que se golpean o impide que se insulte a una mujer". Estas palabras parecen haber sido destinadas a refutar las consideraciones de uno de los sucesores de Lenin. Se estudia a Lenin en las escuelas de la URSS, pero no, evidentemente, en el Consejo de Comisarios del Pueblo. En caso contrario sería inexplicable que un Mólotov empleara, sin reflexionar, los argumentos contra los que Lenin dirigía su arma acerada. ¡Flagrante contradicción entre el fundador y los epígonos! Mientras que Lenin consideraba posible la liquidación de las clases explotadoras sin necesidad de un aparato burocrático, Mólotov, para justificar el estrangulamiento de toda iniciativa popular por medio de la máquina burocrática, después de la liquidación de las clases, no encuentra nada mejor que invocar los "restos" de las clases liquidadas.
Pero resulta tanto más difícil alimentarse con estos "restos", por cuanto que, según confesión de los representantes autorizados de la burocracia, los antiguos enemigos de clase son asimilados con éxito por la sociedad soviética. Postichev, uno de los secretarios del Comité Central, decía en abril de 1936 al Congreso de las Juventudes Comunistas: "Numerosos saboteadores se han arrepentido sinceramente y se han incorporado a las filas del pueblo soviético...". En vista del éxito de la colectivización, "los hijos de los kulaks no deben responder por sus padres". Esto no es todo: "en la actualidad, el mismo kulak no cree, indudablemente, poder recobrar su situación de explotador en la aldea". No sin razón, el Gobierno ha comenzado a abolir las restricciones legales de origen social. Pero si las afirmaciones de Postichev, aprobadas sin reservas por Mólotov, tienen algún sentido, sólo puede ser éste: la burocracia se ha transformado en un monstruoso anacronismo y la coerción estatal ya no tiene objeto en la tierra de los soviets. Sin embargo, ni Mólotov ni Postichev admiten esta conclusión rigurosamente lógica. Prefieren conservar el poder, aun a costa de contradecirse.
En realidad, no pueden renunciar. En términos objetivos: la sociedad soviética actual no puede pasarse sin el Estado y aun -en cierta medida- sin la burocracia. No son los miserables restos del pasado, sino las poderosas tendencias del presente las que crean esta situación. La justificación del Estado soviético, considerada como mecanismo coercitivo, es que el periodo transitorio actual aún está lleno de contradicciones sociales que en el dominio del consumo -el más familiar y el más sensible para todo el mundo- revisten un carácter extremadamente grave, que amenaza continuamente surgir en el dominio de la producción. Por tanto, la victoria del socialismo no puede llamarse definitiva ni asegurada.
La autoridad burocrática tiene como base la pobreza de artículos de consumo y la lucha de todos contra todos que de allí resulta. Cuando hay bastantes mercancías en el almacén, los parroquianos pueden llegar en cualquier momento; cuando hay pocas mercancías, tienen que hacer cola en la puerta. Tan pronto como la cola es demasiado larga se impone la presencia de un agente de policía que mantenga el orden. Tal es el punto de partida de la burocracia soviética. "Sabe" a quién hay que dar y quién debe esperar.
A primera vista, la mejoría de la situación material y cultural debería reducir la necesidad de los privilegios, estrechar el dominio del "derecho burgués" y, por lo mismo, quitar terreno a la burocracia, guardiana de esos derechos. Sin embargo, ha sucedido lo contrario: el crecimiento de las fuerzas producidas ha ido acompañado, hasta ahora, de un extremado desarrollo de todas las formas de desigualdad y de privilegios, así como de la burocracia. Esto tampoco ha sucedido sin razón.
En su primer periodo, el régimen soviético tuvo un carácter indiscutiblemente más igualitario y menos burocrático que ahora. Pero su igualdad fue la de la miseria común. Los recursos del país eran tan limitados que no permitían que de las masas surgieran medios siquiera un poco privilegiados. El salario "igualitario" al suprimir el estímulo individual fue un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas. La economía soviética tenía que librarse de su indigencia para que la acumulación de esas materias grasas que son los privilegios fuera posible. El estado actual de la Producción está aún muy lejos de proporcionar a todos lo necesario. Pero, en cambio, ya permite la concesión de ventajas importantes a la minoría y hacer de la desigualdad un aguijón para la mayoría. ésta es la primera razón por la cual el crecimiento de la producción hasta ahora ha reforzado los rasgos burgueses v no los socialistas del Estado.
Esta razón no es la única. Al lado del factor económico que, en la fase actual, exige recurrir a los métodos capitalistas de remuneración del trabajo, obra el factor político encarnado por la misma burocracia. Por su propia naturaleza, ésta crea y defiende privilegios; surge primeramente como el órgano burgués de la clase obrera; al establecer y al mantener los privilegios de la minoría se asigna, naturalmente, la mejor parte; el que distribuye bienes jamás se perjudica a sí mismo. De esta manera, de las necesidades de la sociedad nace un órgano que, al sobrepasar en mucho su función social necesaria, se transforma en un factor autónomo, así como en fuente de grandes peligros para el organismo social.
La significación del Termidor soviético comienza a precisarse ante nosotros. La pobreza y el estado inculto de las masas se materializan de nuevo bajo las formas amenazadoras del jefe provisto de un poderoso garrote. Primitivamente expulsada y condenada, la burocracia se transformó de servidora de la sociedad en su dueña. Al hacerlo, se alejó a tal grado de las masas, social y moralmente, que ya no puede admitir ningún control sobre sus actos y sobre sus rentas.
El miedo aparentemente místico de la burocracia por "los pequeños especuladores, los malversadores y los chismosos" encuentra así una explicación natural. Incapaz por ahora de satisfacer las necesidades elementales de la población, la economía soviética crea y resucita a cada paso tendencias hacia el soborno y la especulación. Por otro lado, los privilegios de la nueva aristocracia despiertan en las masas de la población una tendencia a prestar atención a los chismes antisoviéticos, esto es, a quien quiera que, aunque sea en un murmullo, critique a los codiciosos y caprichosos jefes. Es cuestión, por tanto, no de espectros del pasado, ni de amenazas de lo que ya no existe, ni, por decirlo brevemente, de nieves pasadas sino de unas tendencias nuevas, poderosas y continuamente renacientes hacia la acumulación personal. La todavía pequeña primera ola de prosperidad en el país, precisamente debido a su endeblez, no ha debilitado sino fortalecido estas tendencias centrífugas. Al tiempo, ha desarrollado un deseo simultáneo de los no privilegiados por abofetear las acaparadoras manos de la nueva nobleza. La lucha social se agudiza de nuevo. Tales son las fuentes del poder de la burocracia. Pero de estas mismas fuentes proviene también la amenaza a su poder.


El aumento de la desigualdad
y de los antagonismos sociales

MISERIA, LUJO, ESPECULACIÓN

Después de haber comenzado por el "reparto socialista", el poder de los soviets se vio obligado, en 1921, a recurrir de nuevo al mercado. La extrema penuria de recursos en la época del primer plan quinquenal, condujo nuevamente a la distribución estatal, es decir, a renovar la experiencia del comunismo de guerra a escala más amplia. Esta base también fue insuficiente. En 1935, el sistema del reparto planificado cedió de nuevo su lugar al comercio. Se vio, en dos ocasiones, que los métodos vitales del reparto de productos dependen del nivel de la técnica y de los recursos materiales dados, más que de las formas de la propiedad.
El aumento del rendimiento del trabajo, debido especialmente al trabajo a destajo, promete un crecimiento de la masa de mercancías y una baja de los precios, de la que resultaría un aumento del bienestar de la población. Este no es más que un aspecto del problema que ya pudo observarse, como se sabe, bajo el antiguo régimen, en la época de su plenitud económica. Los fenómenos y los procesos sociales deben considerarse en sus relaciones y en su interdependencia. El aumento del rendimiento del trabajo sobre la base de la circulación de mercancías, significa, también, un aumento de la desigualdad. El aumento del bienestar de las capas dirigentes comienza a sobrepasar sensiblemente al del bienestar de las masas. Mientras que el Estado se enriquece, la sociedad se diferencia.
Por las condiciones de la vida cotidiana, la sociedad soviética actual se divide en una minoría privilegiada que tiene asegurado el porvenir y en una mayoría que vegeta en la miseria, pues la desigualdad de que hablamos produce en los dos polos contrastes marcadísimos. Los productos destinados al consumo de las masas, son, habitualmente y a pesar de sus altos precios, de muy baja calidad, y cuanto más lejos se está del centro más difícil es conseguirlos. En estas condiciones, la especulación y el robo llegan a ser verdaderas plagas y, si ayer completaban al reparto planificado, aportan actualmente un correctivo al comercio soviético.
Los "Amigos" de la URSS tienen la costumbre de anotar sus impresiones con los ojos cerrados y los oídos tapados. No es posible contar con ellos. Los enemigos esparcen algunas veces calumnias. Consultemos a la burocracia misma. Como no es su propia enemiga, las acusaciones que se hace a sí misma, motivadas siempre por necesidades urgentes y prácticas, merecen infinitamente más crédito que sus frecuentes y ruidosas habladurías.
El plan industrial para 1935 ha sido sobrepasado, como es sabido. Pero en lo que se refiere a la construcción de habitaciones obreras es la más lenta, la más defectuosa, la más descuidada. Los campesinos de los koljoses viven, como antiguamente en las isbas [-viviendas de madera-], con sus becerros y sus polillas. Por otra parte, los notables soviéticos se quejan de que en las habitaciones construidas para ellos no siempre hay "cuarto de criados".
Todo régimen se expresa por su arquitectura y sus monumentos. La época soviética actual está caracterizada por los palacios y las casas de los soviets construidos en gran número, verdaderos templos de la burocracia (que cuestan algunas veces decenas de millones), por teatros lujosos, por casas del Ejército Rojo, principalmente clubes militares reservados a los oficiales, por un metropolitano para uso de los que pueden pagarlo, mientras que la construcción de las habitaciones obreras, así sean del tipo de los cuarteles, está invariable y terriblemente atrasada.
Se han obtenido éxitos reales en las vías férreas, pero el simple ciudadano soviético no ha ganado gran cosa con ello. Innumerables informes de los jefes denuncian continuamente "la suciedad de los vagones y de los locales destinados al público", la "sublevante falta de cuidado en la atención a los viajeros", el "número considerable de abusos, de robos y de estafas con motivo de la venta de billetes (...), la ocultación de los sitios libres con fines de especulación (...), el robo de equipajes durante el trayecto". Estos hechos "deshonran a los transportes socialistas". En verdad, los transportes capitalistas los consideran también como crímenes o delitos de derecho común. Las quejas repetidas de nuestro elocuente administrador, demuestran, sin duda alguna, la insuficiencia de los medios de transporte para la población y la penuria extrema de los artículos calificados a los transportes y, en fin, el cínico desdén profesado por los dirigentes de los ferrocarriles, como por todos los otros, hacia el simple mortal. En cuanto a sí misma, la burocracia sabe muy bien hacerse servir en la tierra, en el agua y en los aires, lo que se comprueba por el gran número de vagones-salones, de trenes especiales y de buques de que dispone, reemplazándolos cada vez más por coches y aviones más confortables.
Caracterizando los éxitos de la industria soviética, el representante del Comité Central en Leningrado, Jdanov, aplaudido por un auditorio directamente interesado, le promete que "el año entrante, nuestros activistas ya no irán a las asambleas en los modestos Fords de hoy, sino en limusinas". La técnica soviética, en la medida en que se vuelve hacia el hombre, trata, ante todo, de satisfacer las necesidades acrecentadas de la minoría privilegiada. Los tranvías -donde los hay- van repletos, como antiguamente.
Cuando el Comisario del Pueblo para la Industria Alimenticia, Mikoyan, se alegra de que las clases inferiores de bombones son eliminadas poco a poco por las clases superiores, y de que "nuestras mujeres" exigen mejores perfumes, esto significa solamente que la industria se adapta, a consecuencia de la vuelta al comercio, a consumidores más calificados. Esta es la ley del mercado, en la que las mujeres de los altos personajes no son las menos influyentes. Se sabe, al mismo tiempo, que 68 cooperativas de 95 registradas en Ucrania (1935) carecían completamente de bombones y que, de manera general, la demanda de confitería sólo es satisfecha en la proporción de 15% y gracias a la ayuda de las clases más bajas. Izvestia deplora que "las fábricas no tengan en cuenta las exigencias del consumidor" -cuando se trata, naturalmente, de un consumidor capaz de defenderse-.
El académico Bach, al plantear el problema desde el punto de vista de la química orgánica, encuentra que "nuestro pan es, algunas veces, de calidad detestable". Los obreros y las obreras no iniciados en los misterios de la fermentación, están completamente de acuerdo; con la diferencia de que no pueden, como el honorable académico, dar su opinión en la prensa.
El trust de la confección en Moscú hace publicidad para modelos de vestidos de seda diseñados para la Casa de Modelos; pero en provincias, y aun en los grandes centros industriales, los obreros no pueden conseguir una camisa de tela regular sin hacer cola. Faltan igual que antes. Es mucho más difícil asegurar lo necesario a un gran número, que lo superfluo a unos cuantos. Toda la historia lo demuestra.
Enumerando sus adquisiciones, Mikoyan nos hace saber que "la industria de la margarina es nueva". El antiguo régimen no la conocía, es cierto. No deduzcamos de eso que la situación ha empeorado: el pueblo tampoco veía entonces la manteca. Pero la aparición de un sucedáneo significa, en todo caso, que en la URSS hay dos clases de consumidores: la que prefiere la manteca y la que se conforma con la margarina. "Proporcionamos a voluntad el tabaco grueso en granos, la majorca", declara Mikoyan, olvidando añadir que ni en Europa ni en América se consume tabaco de tan triste calidad.
Una de las manifestaciones más notorias, por no decir más provocativa, de la desigualdad, es la apertura en Moscú y en otras ciudades importantes de almacenes que venden mercancías de calidad superior y que llevan el nombre expresivo, aunque extranjero, de Luxe. Pero las quejas incesantes sobre los robos en las tiendas de alimentación en Moscú y en las provincias, muestran que sólo hay productos para la minoría y que, sin embargo, todo el mundo quisiera alimentarse.
La obrera que tiene un hijo conoce bien al régimen social y su criterio "de consumo", como dicen desdeñosamente los grandes personajes, muy atentos a su propio consumo, que es en definitiva el que decide. En el conflicto entre la obrera y la burocracia, nos colocamos, con Marx y Lenin, al lado de la obrera contra el burócrata que exagera los éxitos alcanzados, disfraza las contradicciones y amordaza a la obrera.
Admitamos que la margarina y el tabaco en grano sean tristes necesidades; pero en este caso no hay por qué enorgullecerse y maquillar la realidad. Limusinas para los "activistas", buenos perfumes para sus mujeres; para los obreros, margarina; almacenes de lujo para los privilegiados; el espectáculo de los manjares finos expuestos en la vitrina para la plebe. Este socialismo no puede ser, ante los ojos de las masas, más que un capitalismo que regresa. Apreciación que no es del todo falsa. En el terreno de la "miseria socializada", la lucha por lo necesario amenaza con resucitar "todo el antiguo caos", y lo resucita parcialmente a cada paso.

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El mercado actual difiere del de la NEP (1921-28) en que se debe desarrollar sin intermediarios ni comercio privado, poniendo frente a frente a las organizaciones del Estado, las cooperativas, los koljoses y los ciudadanos. Pero esto sólo sucede en principio. El aumento rápido del comercio al por menor (Estado y cooperativas), debe llevarlo a 100.000 millones de rublos en 1936. El comercio de los koljoses, que se estima en 16.000 millones de rublos en 1935, debe crecer sensiblemente este año. Es difícil decir cuál es el lugar que ocupan en esta cifra de operaciones los intermediarios ilegales y semiilegales; lugar que en ningún caso es insignificante. Así como los cultivadores, los koljoses, y más aún, ciertos miembros de éstos últimos se inclinan por recurrir a los intermediarios, los artesanos, los cooperativistas, las industrias locales que tratan con los campesinos, siguen los mismos métodos. De vez en cuando se sabe repentinamente que en un amplio radio, el comercio de la carne, de la mantequilla, de los huevos, ha caído en manos de los "mercaderes". Los artículos más necesarios como la sal, las cerillas, la harina, el petróleo, que abundan en los almacenes del Estado, faltan durante semanas y meses en las cooperativas rurales burocratizadas; está claro que los campesinos los adquieren en otras partes. La prensa soviética menciona constantemente a los revendedores, como si fueran naturalmente necesarios.
Los otros aspectos de la iniciativa y de la acumulación privadas, desempeñan visiblemente un papel menos importante. Los cocheros que poseen un tiro y los artesanos independientes, así como los cultivadores independientes, apenas son tolerados. Numerosos talleres de reparación, propiedad de particulares, existen en Moscú y el Gobierno cierra los ojos ante ellos porque llenan importantes lagunas. Un número infinitamente mayor de particulares trabaja bajo las falsas insignias de los artels (asociaciones) y de las cooperativas, o se resguarda en los koljoses. Mientras tanto, el servicio de investigaciones criminales, como si tuviera un placer especial en hacer salir a los lagartos de la economía, detiene de vez en cuando en Moscú, en calidad de especuladores, a pobres mujeres hambrientas que venden gorros que ellas mismas han tejido y camisas corrientes que han cosido.
"La base de la especulación ha sido destruida en nuestro país -proclamaba Stalin (el otoño de 1935)- y si aún tenemos mercaderes, esto sólo se explica por la insuficiente vigilancia de clase de los obreros y por el liberalismo de ciertas instancias soviéticas respecto a los especuladores". ¡Razonamiento burocrático típico! ¿La base económica de la especulación ha sido destruida? En ese caso no hay necesidad de vigilancia. Si, por ejemplo, el Estado pudiera proporcionar sombreros en número suficiente, ¿qué necesidad habría de detener a las desdichadas vendedoras callejeras? Es muy dudoso, por lo demás, que aun sin que eso suceda, sea necesario encarcelarlas.
Las categorías de la iniciativa privada que acabamos de enumerar no son temibles por sí mismas, ni por la calidad ni por la amplitud de sus operaciones. No es posible temer que cocheros, vendedores de gorros, relojeros, vendedores de huevos, ataquen las murallas de la propiedad estatalizada. Pero el problema no se resuelve con la simple ayuda de las proporciones aritméticas. La profusión y la variedad de los especuladores de todas clases, que surgen a la menor tolerancia administrativa como las manchas de fiebre en un cuerpo enfermo, atestiguan la constante presión de las tendencias pequeño burguesas. El grado de nocividad de los bacilos de la especulación para el porvenir socialista, está determinado por la capacidad general de resistencia del organismo económico y político del país.
El estado de espíritu y la conducta de los obreros y de los trabajadores de los koljoses, es decir, de cerca del 90% de la población, están determinados en primer lugar por las modificaciones de su salario real. Pero la relación entre sus ingresos y el de las capas sociales más favorecidas, no tiene menor importancia. La ley de la relatividad se deja sentir más directamente en el dominio del consumo. La expresión de todas las relaciones sociales en términos de contabilidad-dinero revela la parte real de las diversas capas sociales en la renta nacional. Aun admitiendo la necesidad histórica de la desigualdad durante un tiempo bastante largo, el problema de los límites tolerables de esta desigualdad queda planteado, así como el de su utilidad social en cada caso concreto. La lucha inevitable por la parte de la renta nacional se transformará necesariamente en una lucha política. Si el régimen actual es socialista o no, es un problema que no será resuelto por los sofismas de la burocracia sino por la actitud de las masas, es decir, de los obreros y de los campesinos de los koljoses.

LA DIFERENCIACIÓN DEL PROLETARIADO

Parece que los datos referentes al salario real deberían ser objeto de un estudio particularmente atento en un Estado obrero; la estadística de los ingresos por categorías de población, debería ser límpida y accesible a todos. En realidad, este dominio, que es el que toca más de cerca a los intereses vitales de los trabajadores, está cubierto por una densa bruma. Por increíble que sea, el presupuesto de una familia obrera en la URSS constituye para el observador una magnitud mucho más enigmática que en cualquier país capitalista. En vano trataríamos de trazar la curva de los salarlos reales de las diversas categorías de obreros durante el segundo periodo quinquenal. El silencio obstinado de las autoridades y de los competentes en la materia es tan elocuente como su exhibición de cifras sumarias y desprovistas de significado.
Según un informe del Comisario del Pueblo para la Industria pesada, Ordzhonikidze, el rendimiento medio mensual de un obrero ha aumentado 3,2 veces en 10 años, de 1925 a 1935, mientras que el salario ha aumentado 4,5 veces. ¿Qué parte de este último coeficiente, tan bello en apariencia, es devorado por los especialistas y los obreros bien pagados? ¿Cuál es el valor efectivo de este salario nominal -cosa no menos importante-? No sabemos nada por el informe ni por los comentarios de la prensa. En el Congreso de las Juventudes Comunistas en abril de 1936, el secretario general, Kosarev, decía: "A partir de enero de 1931 hasta diciembre de 1935, el salario de los jóvenes ha aumentado un 340%". Pero aún entre los jóvenes condecorados, cuidadosamente escogidos y dispuestos a prodigar ovaciones, esta fanfarronada no provocó aplausos: los auditores sabían demasiado bien, como el orador, que el brusco paso a los precios del mercado agravaba la situación de la gran mayoría de obreros.
El salario medio anual, que se determina reuniendo los salarlos del director del trust y los de la barrendera, era, en 1935, de 2.300 rublos y debe alcanzar en 1936 cerca de 2.500 rublos, o sea, al tipo nominal del cambio, 7.500 francos y algo así como 3.500 a 4.000 francos franceses, según la capacidad de compra. Esta cifra modestísima disminuye aún más si se toma en cuenta que el aumento de los salarlos de 1936 no es más que una compensación parcial por la supresión de los precios de favor y de algunos servicios gratuitos. Pero lo principal de todo esto es que el salario de 2.500 rublos al año, o sea 208 rublos al mes, no es más que un promedio, es decir, una ficción aritmética destinada a enmascarar la realidad de una cruel desigualdad en la retribución del trabajo.
Es indiscutible que la situación de la capa superior de la clase obrera, y sobre todo de los llamados estajanovistas, ha mejorado sensiblemente durante el año pasado; la prensa relata detalladamente cuántos trajes, cuántos pares de zapatos, cuántos gramófonos, bicicletas y aun latas de conservas han podido comprar los obreros condecorados. Al mismo tiempo se descubre qué pocos de estos bienes son accesibles al obrero ordinario. Stalin dice las causas que han hecho nacer el movimiento Stajanov: "Se vive mejor, más alegremente. Y cuando se vive más alegremente, el trabajo mejora". Hay algo de verdad en esta manera optimista, propia de los dirigentes, de presentar el trabajo a destajo. En efecto, la formación de una aristocracia obrera sólo ha sido posible gracias a los éxitos económicos anteriores. El estímulo de los estajanovistas no consiste, sin embargo, en la "alegría", sino en el deseo de ganar más. Mólotov ha modificado en este sentido la afirmación de Stalin: "El anhelo de alcanzar un alto rendimiento del trabajo ha sido inspirado a los estajanovistas por el simple deseo de aumentar su salario". En efecto, en unos cuantos meses se han formado toda una categoría de obreros, apodada los "mil" porque su salario es superior a mil rublos al mes. Hay algunos que ganan más de 2.000 rublos, mientras que el trabajador de las categorías inferiores gana frecuentemente menos de 100 rublos.
La simple amplitud de estas variaciones de salarios establecería, según parece, una diferencia suficiente entre el obrero "notable" y el obrero "ordinario". Pero esto no basta a la burocracia. Los estajanovistas están literalmente colmados de privilegios. Se les dan habitaciones nuevas, se hacen reparaciones en sus casas, disfrutan de vacaciones fuera de tiempo en las casas de reposo y en los sana torios, se les envía gratuitamente, a domicilio, maestros de escuela y médicos, tienen entradas gratuitas al cine; llega a suceder que se les afeita gratuitamente fuera de turno. Muchos de estos privilegios parecen inventados especialmente para herir y ofender al obrero medio. La obsequiosa benevolencia de las autoridades tiene su causa tanto en el arribismo como en la mala conciencia: los dirigentes locales que aprovechan ávidamente la ocasión de salir de su aislamiento favoreciendo con privilegios a una aristocracia obrera. El resultado es que el salario real de un estajanovista sobrepasa frecuentemente de 20 a 30 veces al de las categorías inferiores. Los sueldos de los especialistas más favorecidos bastarían en muchas circunstancias para pagar de 80 a 100 peones. Por la magnitud de la desigualdad en la retribución del trabajo, la URSS ha alcanzado y sobrepasado ampliamente a los países capitalistas.
Los mejores de los estajanovistas, los que se inspiran realmente en móviles socialistas, lejos de alegrarse con los privilegios, se sienten descontentos. Es de comprender: el goce individual de diversos bienes en una atmósfera de miseria general, los rodea de un círculo de hostilidad y de envidia que les envenena la existencia. Estas relaciones entre los obreros están más alejadas de la moral socialista que las de los obreros de una fábrica capitalista, reunidos por la lucha común contra la explotación.
Resulta que la vida cotidiana no es fácil para el obrero cualificado, sobre todo en provincias. Además de que la jornada de siete horas es sacrificada progresivamente al aumento del rendimiento del trabajo, muchas horas se dedican a la lucha complementaria por la existencia. Se indica como un signo particular del bienestar que los mejores obreros de los sovjoses -explotaciones agrícolas del Estado-, los conductores de tractores y de máquinas combinadas, que forman ya una aristocracia ostensible, tienen vacas y puercos. Así pues, la teoría según la cual era preferible el socialismo sin leche que la leche sin socialismo, se ha abandonado. Se reconoce ahora que los obreros de las empresas agrícolas del Estado, en las que parece que no faltan vacas ni cerdos, necesitan tener para asegurar su existencia su propio rebaño minúsculo. El comunicado triunfal según el cual 96.000 obreros de Kharkov tienen huertas individuales, no es menos asombroso. Las otras ciudades han sido invitadas a imitar a Kharkov. ¡Qué terrible desperdicio de fuerzas humanas significan la "vaca individual", el "huerto individual", y qué fardo para el obrero, y aún más para su mujer y sus hijos, el trabajo medieval de la pala, del estiércol y de la tierra!
La gran mayoría de los obreros carece-, como es natural, de vacas y de hortalizas y, con frecuencia, de albergue. El salario de un peón es de 1.500 rublos al año, algunas veces menos, lo que con los precios soviéticos equivale a la miseria. Las condiciones de alojamiento, índice de los más característicos de la situación material y cultural, son de las peores; algunas veces, intolerables. La inmensa mayoría de los obreros se amontona en habitaciones comunes mucho menos bien instaladas, mucho menos habitables que los cuarteles. ¿Se trata de justificar los fracasos en la producción, las faltas al trabajo, los defectos de la producción? La administración misma, por medio de sus periodistas, describe las condiciones de alojamiento de los obreros: "Los obreros duermen sobre el suelo, pues la madera de los lechos está infestada de chinches, las sillas están destruidas, no hay un recipiente para beber, etc.". "Dos familias viven en un cuarto. El techo está agujereado. Cuando llueve, entra el agua a cántaros". "Los excusados son indescriptibles...". Detalles de este género, relacionados con el país entero, podrían citarse hasta el infinito. A consecuencia de las condiciones de existencia intolerables, "la fluidez del personal -escribe, por ejemplo, el dirigente de la industria petrolera- alcanza grandes proporciones (...). Numerosos pozos no son explotados por falta de mano de obra...". En ciertas regiones poco favorecidas, sólo los obreros despedidos de otras partes por indisciplina consienten en trabajar. Así, se forma en los bajos fondos del proletariado una categoría de miserables privados de todo derecho, parias soviéticos, que una rama de la industria tan importante como el petróleo se ve obligada a emplear abundantemente.
A consecuencia de las desigualdades notables en el régimen de los salarios, agravadas además por los privilegios arbitrariamente creados, la burocracia logra que nazcan ásperos antagonismos en el seno del proletariado. Recientes informaciones de la prensa pintaban el cuadro de una guerra civil disimulada. "El sabotaje de las máquinas constituye el medio preferido (!) para combatir al sistema Stajanov", escribía, por ejemplo, el órgano de los sindicatos. "La lucha de clases" se evoca a cada paso. En esta lucha de "clases", los obreros están de una parte; los sindicatos de otra. Stalin recomendaba públicamente "romperles la cabeza" a los insumisos. Otros miembros del Comité Central amenazan en diversas ocasio nes a "los enemigos desvergonzados" con anonadarles totalmente. La experiencia del movimiento Stajanov hacer ver claramente el abismo que existe entre el poder y el proletariado y la obstinación desenfrenada de la burocracia para aplicar esta regla: "Divide y vencerás". En revancha, el trabajo a destajo, forzado de este modo, se transforma, para consolar al obrero, en "estímulo socialista". Estas simples palabras son una burla. La emulación, cuyas raíces se hunden en la biología, indudablemente seguirá siendo en el régimen comunista -depurada del espíritu de lucro, del deseo de privilegios- el motor más importante de la civilización. Pero en una fase más próxima, preparatoria, la consolidación real de la sociedad socialista no debe hacerse con los métodos humillantes del capitalismo retrasado a los que recurre el Gobierno soviético, sino por medios más dignos del hombre liberado y, ante todo, sin el garrote del burócrata, pues este garrote es la herencia más odiosa del pasado; habrá que romperlo y quemarlo públicamente para que sea posible hablar de socialismo sin que la vergüenza nos enrojezca la frente.

CONTRADICCIONES SOCIALES DE LA ALDEA COLECTIVIZADA

Si los trust industriales son "en principio" empresas socialistas, no podría decirse otro tanto de los koljoses que no reposan sobre la propiedad del Estado, sino sobre la de los grupos. Constituyen un gran progreso con relación a la agricultura parcelaria. ¿Conducirán al socialismo? Esto depende de una serie de circunstancias, unas de orden interno, y externas las otras, que se refieren al sistema soviético en su conjunto; existen, además, las de carácter internacional, que no son las menos importantes.
La lucha entre los campesinos y el Estado está lejos de haber terminado. La organización actual de la agricultura, aún muy inestable, no es más que un compromiso momentáneo de los dos adversarios después de una ruda explosión de guerra civil. Es cierto que el 90% de los hogares están colectivizados y que los campos de los koljoses han proporcionado el 94% de la producción agrícola. Aun si no se toma en cuenta cierto número de koljoses ficticios que en realidad disimulan intereses privados, hay que reconocer que, según parece, los cultivos parcelarios han sido vencidos en la proporción de sus nueve décimas partes. Pero la lucha real de las fuerzas y de las tendencias en las aldeas sobrepasa, de todas maneras, a la simple oposición de los cultivadores individuales y de los koljoses.
Para pacificar los campos, el Estado ha tenido que hacer grandes concesiones al espíritu de propiedad de los campesinos, comenzando por la devolución solemne de la tierra a los koljoses, en goce perpetuo, es decir, por la liquidación de la nacionalización del suelo. ¿Ficción jurídica? Según la relación de fuerzas puede transformarse en una realidad y constituir próximamente un grave obstáculo para la economía planificada. Sin embargo, es mucho más importante que el Estado se haya visto obligado a permitir la resurrección de las empresas campesinas individuales en parcelas minúsculas, con sus vacas, sus puercos, sus corderos, sus aves de corral, etc. A cambio de este golpe a la socialización y de esta limitación de la colectivización, el campesino consiente en trabajar apaciblemente, aunque sin gran celo por el momento, en los koljoses que le dan la posibilidad de cumplir con sus obligaciones con el Estado y de disponer de algunos bienes. Estas nuevas relaciones tienen aún formas tan imprecisas que sería difícil expresarlas en cifras, aun cuando la estadística soviética fuera más honrada. Sin embargo, muchas razones permiten suponer que para el campesino es más importante su minúsculo bien personal que el koljós. Es decir, que la lucha entre la tendencia individualista y la colectivista, impregna todavía la vida del campo y que su resultado aún no está decidido. ¿En qué sentido se inclinan los campesinos? Ellos mismos no lo saben bien.
El Comisario del Pueblo para la Agricultura decía a fines de 1935: "Hasta en los últimos tiempos hemos tropezado con una viva resistencia de los kulaks para ejecutar el plan de almacenamiento de los cereales". Es decir, que: "hasta en los últimos tiempos" la mayor parte de los koljosniki han considerado la entrega de trigo al Estado como una operación desventajosa y se han inclinado al comercio privado. Las leyes draconianas que defienden los bienes de los koljoses muestran lo mismo pero en otro plano. Uno de los hechos más instructivos es que el haber de los koljoses está asegurado por el Estado en 20.000 millones de rublos, mientras que la propiedad privada de los miembros de los koljoses lo está en 21.000 millones. Si esta diferencia no indica necesariamente que los campesinos, considerados individualmente, son más ricos que los koljoses, demuestra, en todo caso, que los cultivadores aseguran con más cuidado sus bienes privados que los bienes colectivos.
No menos interesante, desde el punto de vista que nos ocupa, es el desarrollo de la cría de ganado. Mientras que el número de caballos continuó bajando hasta 1935, y sólo comenzó a aumentar ligeramente este año como consecuencia de las medidas tomadas por el Gobierno, el aumento del ganado vacuno el año pasado ya se elevaba a cuatro millones de cabezas. Durante el favorable año de 1935 el plan no se ha ejecutado, en lo que se refiere a los caballos, más que en una proporción del 94%, en tanto que ha sido fuertemente superado para el ganado vacuno. El significado de estos datos se desprende del hecho de que los caballos son propiedad de los koljoses, mientras que las vacas son propiedad privada del mayor número de campesinos. Hay que añadir que en las estepas, en donde los campesinos de los koljoses están autorizados, a título excepcional, a poseer un caballo en propiedad privada, el aumento del número de estos animales es mucho más rápido que en los koljoses, los que, por otra parte, superan a este respecto a las explotaciones del Estado (sovjoses). Sería un error deducir de lo anterior que la pequeña explotación individual sea superior a la gran explotación colectiva. Pero el paso de la primera a la segunda, paso de la barbarie a la civilización, presenta numerosas dificultades que no es posible alejar con la simple ayuda de medios administrativos.
"El derecho jamás puede elevarse sobre el régimen económico y el desarrollo cultural de la sociedad, condicionada por ese régimen". El alquiler de las tierras, prohibido por la ley, se practica en realidad a amplia escala y bajo las formas nocivas de alquiler pagado en trabajo. Algunos koljoses alquilan tierra a otros, algunas veces a particulares, a sus miembros más emprendedores en fin. Por inverosímil que sea esto, los sovjoses, empresas "socialistas", también alquilan tierras, y los más instructivo es que los koljoses de la GPU son los que se distinguen en esto. Bajo la égida de la alta institución que vela sobre las leyes, hay directores de sovjoses que imponen a sus arrendatarios campesinos condiciones que parecen tomadas de los antiguos contratos de servidumbre dictados por los señores. Y estamos en presencia de casos de explotación de los campesinos por los burócratas, que no obran en calidad de agentes del Estado, sino en calidad de terratenientes semilegales.
Sin querer exagerar la importancia de hechos monstruosos de este género, que, naturalmente, no pueden ser registrados por la estadística, no podemos desentendemos de su enorme significado sintomático. Demuestran infaliblemente la fuerza de las tendencias burguesas en la rama atrasada de la economía que abarca a la gran mayoría de la población. La acción del mercado refuerza inevitablemente las tendencias individualistas y agrava la diferenciación social en los campos, a pesar de la nueva estructura de la propiedad.
Los ingresos medios de un hogar, en los koljoses, se elevaban en 1935 a 4.000 rublos. Pero los promedios son aún más engañosos para los campesinos que para los obreros. Se informaba, por ejemplo, al Kremlin, que los pescadores colectivos habían ganado en 1935 dos veces más que en 1934; precisamente, 1.919 rublos por trabajador. Los aplausos que saludaron esta cifra demuestran en qué proporción superaba la ganancia media de los koljoses. Por otra parte, hay koljoses en los que los ingresos se han elevado a 3.000 rublos por familia, sin contar la relación en dinero y en especie de las explotaciones individuales ni del conjunto de la explotación colectiva: los ingresos en especie del conjunto de la explotación colectiva: los ingresos de un gran cultivador de koljós de esta categoría sobrepasan, generalmente, de 10 a 15 veces, el salario de un trabajador "mediano" o inferior de los koljoses.
La escala de los ingresos sólo está determinada parcialmente por la aplicación al trabajo y las capacidades. Los koljoses, igual que las parcelas individuales, están colocados necesariamente en condiciones muy desiguales, según el clima, el género de cultivo, la situación con relación a las ciudades y a los centros industriales. La oposición entre las ciudades y el campo, lejos de atenuarse durante los periodos quinquenales, se ha desarrollado hasta el extremo a consecuencia del crecimiento febril de nuevas regiones industriales. Esta antinomia fundamental de la sociedad soviética engendra ineludiblemente contradicciones entre los koljoses y en el seno de ellos, a causa, sobre todo, de la renta diferencial.
El poder ilimitado de la burocracia no es una causa de diferenciación menos poderosa. La burocracia dispone de palancas como los salarlos, el presupuesto, el crédito, los precios, los impuestos. Los beneficios exagerados de ciertas plantaciones de algodón colectivizadas del Asia Central, dependen más bien de las relaciones entre los precios fijados por el Estado que del trabajo de los campesinos. La explotación de unas capas de la población por otras, no ha desaparecido, sino que ha sido disimulada. Los primeros koljoses "acomodados" -algunas decenas de millares- han adquirido sus bienes en detrimento del conjunto de koljoses y de obreros. Asegurar el bienestar de todos los koljoses es mucho más difícil y exige mucho más tiempo que ofrecer privilegios a la minoría en detrimento de la mayoría. La Oposición de Izquierda señalaba en 1927 que "los ingresos del kulak han aumentado sensiblemente más que los del obrero" y esta situación persiste hoy, aunque bajo una forma modificada: los ingresos de la minoría privilegiada de los koljoses han aumentado infinitamente mas que los de la masa de koljoses y de centros obreros. Probablemente, la diferencia es aun mayor que la que existía en vísperas de la liquidación de los kulaks.
La diferenciación que existe en el seno de los koljoses se expresa, en parte, en el dominio del consumo individual y, en parte, en la economía privada de la familia, ya que los principales medios de producción están socializados. La diferenciación entre los koljoses tiene desde ahora consecuencias más profundas, pues el koljós rico puede usar más abonos, más máquinas, y en consecuencia puede enriquecerse más rápidamente. Sucede con frecuencia que los koljoses ricos alquilan la mano de obra de los pobres sin que las autoridades lo impidan. La atribución definitiva a los koljoses de tierras de un valor desigual, facilita en su mayor grado la diferenciación ulterior y, como consecuencia, la formación de una especie de "koljoses burgueses" o de "koljoses millonarios" como ya se les llama.
El Estado tiene, es cierto, la posibilidad de intervenir en la diferenciación social en calidad de regulador. Pero, ¿en qué sentido y en qué medida? Atacar a los koljoses-kulaks sería provocar un nuevo conflicto con los elementos más "progresistas" del campo, que, sobre todo después de un doloroso intervalo, anhelan ávidamente "buena vida". Además, y esto es lo principal, el Estado cada vez es menos capaz de ejercer un control socialista. En la agricultura, como en la industria, busca el apoyo y la amistad de los fuertes, de los favorecidos por el éxito, de los "estajanovistas del campo", de los "koljoses millonarios". Después de comenzar preocupándose por las fuerzas productivas, termina invariablemente pensando en sí mismo.
Justamente en la agricultura, en donde el consumo se relaciona tan de cerca con la producción, la colectivización ha abierto inmensas posibilidades al parasitismo burocrático que comienza a arrastrar a los dirigentes de los koljoses. Los "regalos" que los trabajadores de los koljoses llevan a los jefes en las sesiones solemnes del Kremlin, no hacen más que representar bajo una forma simbólica el tributo nada simbólico que pagan a los poderes locales.
De este modo, en la agricultura, más aún que en la industria, el bajo nivel de la producción entra constantemente en conflicto con las formas socialistas y aun cooperativistas (koljosianas) de la propiedad. A su vez la burocracia nacida, en último análisis, de esta contradicción, la agrava.

FISONOMÍA SOCIAL DE LOS MEDIOS DIRIGENTES

Con frecuencia vemos que las obras soviéticas condenan al "burocratismo" como una mala manera de pensar o de trabajar (estas condenas son formuladas siempre por los superiores contra los inferiores, y constituyen para los primeros un procedimiento defensivo). Pero lo que no se encontrará en ninguna parte es un estudio consagrado a la burocracia como medio dirigente, a su magnitud numérica, a su estructura, a su carne y a su sangre, a sus privilegios y a sus apetitos, a la parte de la renta nacional que absorbe. Sin embargo, la burocracia tiene estos aspectos, y el hecho de que disimule tan atentamente su fisonomía social demuestra que posee una conciencia específica de "clase" dirigente, que aún se siente insegura en lo que se refiere a sus derechos al poder.
Es completamente imposible dar cifras precisas sobre la burocracia soviética, por dos razones: desde luego, porque en un país donde el Estado es casi el único amo, es difícil decir dónde termina el aparato administrativo; y en segundo lugar, porque los estadistas, los economistas y los publicistas soviéticos guardan sobre este problema, como ya hemos dicho, un silencio particularmente concentrado, siendo imitados en esto por los "Amigos" de la URSS. Notemos, de pasada, que en las 1.200 páginas de su pesada compilación, los Webb no han considerado un solo instante a la burocracia soviética como una categoría social. ¿Qué tiene esto de asombroso? ¿No escribían, en realidad, bajo su dictado?
Las oficinas centrales del Estado contaban, el 1 de noviembre de 1933, según datos oficiales, con cerca de 550.000 individuos pertenecientes al personal dirigente. Pero esta cifra, fuertemente acrecentada durante los últimos años, no comprende los servicios del ejército, de la flota, de la GPU, de la dirección de las cooperativas ni de las llamadas sociedades, Aviación, Química (Osoaviajim) y otras. Cada república posee, además, su aparato gubernamental propio. Paralelamente a los estados mayores del Estado, de los sindicatos, de las cooperativas y otros, y confundiéndose parcialmente con él, hay en fin, el poderoso estado mayor del partido. No exageramos, ciertamente, al estimar en 400.000 almas a los medios dirigentes de la URSS y de las repúblicas que pertenecen a la Unión. Es posible que en la actualidad lleguen al medio millón. No son simples funcionarios, sino altos funcionarios, "jefes" que forman una casta dirigente en el sentido propio de la palabra, dividida jerárquicamente por importantísimos cortes horizontales.
Esta capa social superior está sostenida por una pesada pirámide administrativa de base amplia y multifacética. Los comités ejecutivos de los soviets regionales, de las ciudades, de los barrios, duplicados por los órganos paralelos del partido, de los sindicatos, de las Juventudes Comunistas, de los transportes, del ejército, de la flota, de la seguridad general, deben dar una cifra de 2.000.000 de hombres. No olvidemos tampoco a los presidentes de los soviets de 600.000 burgos y aldeas.
En 1933 (no hay datos más recientes) la dirección de las empresas industriales estaba en manos de 17.000 directores y directores adjuntos. El personal administrativo y técnico de las fábricas y de las minas, comprendiendo los cuadros inferiores y hasta los contramaestres, se componía de 250.000 almas (de ellas, 54.000 especialistas no desempeñaban funciones administrativas en el sentido propio de la palabra). Hay que agregar a esta cifra el personal del partido, de los sindicatos y de las empresas, administradas, como se sabe, por el triángulo (dirección, partido, sindicato). No será exagerado estimar en medio millón de hombres el personal administrativo de las empresas de primera importancia. Habría que añadir al personal de empresas dependiente de las repúblicas nacionales y de los soviets locales.
Desde otro punto de vista, la estadística oficial indica para 1933 más de 860.000 administradores y especialistas en toda la economía soviética. De este número, más de 480.000 están en la industria, más de 100.000 en los transportes, 93.000 en la agricultura, 25.000 en el comercio. Estas cifras comprenden a los especialistas que no ejercen funciones administrativas, pero no al personal de las cooperativas y de los koljoses; además, han sido sensiblemente superadas durante los últimos años.
Para 250.000 koljoses, si sólo se cuenta a los presidentes y los organizadores del partido, hay medio millón de administradores. En realidad, en la actualidad el número es inmensamente más elevado. Si se añade los sovjoses y las estaciones de maquinaria y tractores, la cifra general de dirigentes de la agricultura socializada excede en mucho el millón.
El Estado disponía en 1935 de 113.000 establecimientos comerciales; la organización cooperativa tenía 200.000. Los gerentes de unos y otros no son, en realidad, agentes, sino funcionarios, y funcionarios de un monopolio del Estado. La misma prensa soviética se queja de vez en cuando de que "los cooperativistas han dejado de considerar a los campesinos de los koljoses como a sus electores". ¡Como si el mecanismo de las cooperativas pudiera distinguirse cualitativamente de los sindicatos, de los soviets y del partido!
La categoría social que, sin proporcionar un trabajo productivo directo, manda, administra, dirige, distribuye los castigos y las recompensas (no comprendemos a los profesores) debe ser estimada en 5 ó 6 millones de almas. Esta cifra global, lo mismo que sus componentes, no pretende, de ningún modo, la precisión: es válida como primera aproximación y nos prueba que la "línea general" no tiene nada de un espíritu descarnado.
En los diversos grados de la jerarquía, examinada de abajo a arriba, los comunistas varían en la proporción de un 20% a un 90%. En la masa burocrática, los comunistas y los jóvenes comunistas forman un bloque de 1.500.000 a 2.000.000 de hombres; más bien menos que más en este momento, a consecuencia de incesantes depuraciones. Este es el esqueleto del poder. Los mismos hombres constituyen la osamenta del partido y de las Juventudes Comunistas. El ex partido bolchevique ha dejado de ser la vanguardia del proletariado, para transformarse en la organización política de la burocracia. El conjunto de los miembros del partido y de las juventudes no sirve más que para proporcionar activistas; es, en otras palabras, la reserva de la burocracia. Los activistas sin partido desempeñan el mismo papel.
Se puede admitir como una hipótesis que la aristocracia obrera y koljosiana es casi igual en número a la burocracia: o sea, de cinco a seis millones de almas (estajanovistas, activistas sin partido, hombres de confianza, parientes y compadres). Junto con sus familias, estas dos capas sociales que se penetran pueden abarcar de veinte a veinticinco millones de hombres. Damos una estimación modesta de las familias, tomando en cuenta que la mujer y el marido, a veces también el hijo o la hija, forman parte, frecuentemente, del aparato burocrático. Por lo demás, la mujer de los medios dirigentes limita mucho más fácilmente su descendencia que la obrera y, sobre todo, que la campesina. La campaña actual en contra de los abortos, hecha por la burocracia, no la afecta a ella misma. El 12%, probablemente el 15%, es la base social auténtica de los medios dirigentes absolutistas.
Cuando una alcoba individual, una alimentación suficiente, un vestido adecuado aún no son accesibles más que a una pequeña minoría, millones de burócratas, grandes o pequeños, tratan de aprovecharse del poder para asegurar su propio bienestar. De ahí el inmenso egoísmo de esta capa social, su fuerte cohesión, su miedo al descontento de las masas, su obstinación sin límites en la represión de toda crítica y, por fin, su adoración hipócritamente religiosa al "jefe" que encarna y defiende los privilegios y el poder de los nuevos amos.
La misma burocracia es aún menos homogénea que el proletariado o que el campesinado. Hay un abismo entre el presidente del soviet de aldea y el alto personaje del Kremlin. Los funcionarios subalternos de diversas categorías tienen en realidad un nivel de vida muy primitivo, inferior al del obrero cualificado de Occidente. Pero todo es relativo: el nivel de la población circundante es mucho más bajo. La suerte del presidente del koljós, del organizador comunista, del cooperativista, así como la del funcionario un poco más elevado, no depende para nada de los "electores". Todo funcionario puede ser sacrificado en cualquier momento por su superior jerárquico con el objeto de calmar el descontento. En revancha, cualquier funcionario puede elevarse un grado, cuando llegue la ocasión. Todos están ligados -hasta el primer choque importante, en todo caso- por una responsabilidad colectiva con el Kremlin.
Por sus condiciones de existencia, los medios dirigentes comprenden todas las gradaciones, desde la pequeña burguesía más provinciana hasta la gran burguesía de las ciudades. A las condiciones materiales corresponden los hábitos, los intereses y la manera de pensar. Los dirigentes de los sindicatos soviéticos de hoy no difieren mucho del tipo psicológico de los Citrine, Jouhaux, Green. Tienen tradiciones diferentes, otra fraseología, pero la misma actitud de tutores desdeñosos hacia las masas, la misma habilidad desprovista de escrúpulos en las pequeñas maniobras, el mismo conservadurismo, la misma estrechez de horizontes, la misma preocupación egoísta por su propia paz y, en fin, la misma veneración de las formas triviales de la cultura burguesa. Los coroneles y los generales soviéticos difieren poco de los de las cinco partes del mundo; en todo caso, tratan de parecérseles lo más posible. Los diplomáticos soviéticos han adoptado de nuevo, más que el frac, las maneras de pensar de sus colegas de Occidente. Los periodistas soviéticos, aunque a su manera, engañan a los lectores como los periodistas de otros países.
Si es difícil proporcionar estimaciones numéricas sobre la burocracia, apreciar sus ingresos lo es aún más. Desde 1927, la Oposición protestaba contra el hecho de que "el aparato administrativo inflado y privilegiado devoraba una parte importantísima de la plusvalía". La plataforma de la Oposición indicaba que el simple aparato comercial "devoraba una enorme parte de la renta nacional: más de la décima parte de la producción global". El poder tomó inmediatamente sus precauciones para imposibilitar tales cálculos. Esto hizo precisamente que los gastos generales aumentaran en lugar de disminuir.
Las cosas no marchan mejor en otros dominios. Se necesitó, como escribía Rakovski en 1930, un disgusto momentáneo entre los burócratas del partido y los sindicatos para que la población supiera que 80 millones de rublos, de un presupuesto sindical total de 400, son devorados por las oficinas. Subrayemos que sólo se trataba del presupuesto legal. Además, la burocracia sindical recibe de la burocracia industrial, en señal de amistad, dádivas en dinero, alojamientos, medios de transporte, etc.
¿Cuánto cuesta el mantenimiento de las oficinas del partido, de las cooperativas, de los koljoses, de los sovjoses, de la industria, de la administración en todas sus ramas?, preguntaba Rakovski, y respondía: "Ni siquiera tenemos datos hipotéticos sobre este asunto".
La ausencia de todo control tiene como consecuencias inevitables los abusos y, en primer lugar, los gastos exagerados. El 29 de septiembre de 1935, el Gobierno, obligado a plantear una vez más el problema del trabajo defectuoso de las cooperativas, comprobaba, bajo la firma de Stalin y Mólotov: "los robos y las dilapidaciones al por mayor, y el trabajo deficitario de muchas cooperativas rurales". En la sesión del Comité Ejecutivo de la URSS, en enero de 1936, el Comisario del Pueblo para las Finanzas se quejaba de que los ejecutivos locales hiciesen un empleo completamente arbitrario de los recursos del Estado. El Comisario del Pueblo guardaba silencio sobre los organismos centrales, porque él formaba parte de ellos.
No tenemos ninguna posibilidad de calcular la parte de la renta nacional que se apropia la burocracia. Esto no solamente se debe a que ésta disimula sus ingresos legalizados, y a que, rozando sin cesar el abuso para caer en él francamente, tiene grandes ingresos ilícitos, sino, sobre todo, porque el progreso social en su conjunto, urbanismo, bienestar, cultura, artes, se realiza principalmente, si no exclusivamente, en beneficio de los medios dirigentes.
De la burocracia como consumidora se puede decir con algunos correctivos lo que se ha dicho de la burguesía: no tenemos razones para exagerar su consumo de artículos de primera necesidad. El aspecto del problema cambia radicalmente si consideramos que monopoliza todas las conquistas antiguas y nuevas de la civilización. Desde el punto de vista formal, estas conquistas son accesibles a toda la población, a las de las ciudades cuando menos; pero en realidad la población no las disfruta más que excepcionalmente. La burocracia, en cambio, dispone como quiere y cuando quiere de sus bienes personales. Si añadimos a los emolumentos todas las ventajas materiales, todos los beneficios complementarios semilícitos y, para terminar, las ventajas de la burocracia en los espectáculos, las vacaciones, los hospitales, los sanatorios, las casas de descanso, los museos, los clubes, las instalaciones deportivas, estaremos obligados a deducir que ese 15 ó 20% de la población disfruta de tantos bienes como el 80 o el 85% restante.
¿Los "Amigos de la URSS" tratarán de refutar estas cifras? Que proporcionen otras más precisas. Que obtengan de la burocracia la publicación de los ingresos y de los gastos de la sociedad soviética. Mantendremos desde aquí nuestra opinión. El reparto de los bienes de la tierra es mucho más democrático en la URSS que en el antiguo régimen zarista y aun que en los países más democráticos del Occidente; pero todavía no tiene nada de común con el socialismo.

(...)

¿Qué es la URSS?

RELACIONES SOCIALES

La propiedad estatalizada de los medios de producción domina casi exclusivamente en la industria. En la agricultura sólo está representada por los sovjoses, que no abarcan más que el 10% de las superficies sembradas. En los koljoses, la propiedad cooperativa o la de asociaciones se combina en proporciones variables con las del Estado y las del individuo. El suelo perteneciente jurídicamente al Estado, pero concedido "a goce perpetuo" a los koljoses, difiere poco de la propiedad de las asociaciones. Los tractores y las máquinas pertenecen al Estado; el equipo de menor importancia, a la explotación colectiva. Todo campesino de koljós tiene, además, su empresa privada. El 10% de los campesinos permanecen aislados.
Según el censo de 1934, el 28’1% de la población estaba compuesto por obreros y empleados del Estado. Los obreros de la industria y de la construcción eran 7,5 millones en 1935, sin incluir a sus familias. Los koljoses y los oficios organizados en cooperativas constituían, en la época del censo, el 45,9% de la población. Los estudiantes, los militares, los pensionistas y otras categorías que dependen inmediatamente del Estado, el 3’4%. En total, el 74% de la población pertenecía al "sector socialista" y disponía del 95,8% del capital del país. Los campesinos aislados y los artesanos representaban todavía (en 1934) el 22,5% de la población, pero apenas poseían un poco más del 4% del capital nacional.
No ha habido censo desde 1934, y el próximo se efectuará en 1937. Sin embargo, es indudable que el sector privado de la economía ha sufrido nuevas limitaciones en favor del "sector socialista". Los cultivadores individuales y los artesanos constituyen en la actualidad, según los órganos oficiales, cerca del 10% de la población, o sea 17 millones de almas; su importancia económica ha caído mucho más bajo que su importancia numérica. Andreev, secretario del Comité Central, declaraba en abril de 1936: "En 1936 el peso específico de la producción socialista en nuestro país debe constituir el 98,5%, de manera que no le quedará al sector no socialista más que un insignificante 1,5%". Estas cifras optimistas parecen, a primera vista, probar irrefutablemente la victoria "definitiva e irrevocable" del socialismo. Pero desdichado del que detrás de la aritmética no vea la realidad social.
Estas mismas cifras son un poco forzadas. Basta indicar que la propiedad privada de los miembros de los koljoses está comprendida en el "sector socialista". Sin embargo, el eje del problema no está allí. La indiscutible y enorme superioridad estadística de las formas estatales y colectivas de la economía, por importante que sea para el porvenir, no aleja otro problema igualmente importante: el del poder de las tendencias burguesas en el seno mismo del "sector socialista", y no solamente en la agricultura, sino también en la industria. La mejora del nivel de vida obtenida en el país, basta para provocar un crecimiento de las necesidades, pero de ninguna manera basta para satisfacerlas. El propio dinamismo del desarrollo económico implica cierto despertar de los apetitos pequeño burgueses, y no únicamente entre los campesinos y los representantes del trabajo "intelectual", sino también entre los obreros privilegiados. La simple oposición de los propietarios individuales a los koljoses y de los artesanos a la industria estatalizada, no dan la menor idea de la potencia explosiva de estos apetitos que penetran en toda la economía del país y se expresan, para hablar sumariamente, en la tendencia de todos y de cada uno, de dar a la sociedad lo menos que pueden y sacar de ella lo más.
La solución de los problemas de consumo y de competencia por la existencia, exige la misma energía e ingenio, cuando menos, que la edificación socialista en el sentido propio de la palabra; de allí proviene, en parte, el débil rendimiento del trabajo social. Mientras que el Estado lucha incesantemente contra la acción molecular de las fuerzas centrífugas, los propios medios dirigentes constituyen el lazo principal de la acumulación privada lícita o ilícita. Enmascaradas por las nuevas normas jurídicas, las tendencias pequeño burguesas no se dejan asir fácilmente por la estadística. Pero la burocracia "socialista", esta asombrosa contradictio in adjecto, monstruosa excrecencia social, siempre creciente y que se transforma, a su vez, en causa de fiebres malignas de la sociedad, demuestra su claro predominio en la vida económica.
La nueva Constitución, construida enteramente, tal como veremos, sobre la identificación de la burocracia y del Estado -así como del pueblo y del Estado-, dice: "La propiedad del Estado, en otras palabras, la de todo el pueblo...". Sofisma fundamental de la doctrina oficial. No es discutible que los marxistas, comenzando por el mismo Marx, hayan empleado con relación al Estado obrero los términos de propiedad "estatal", "nacional" o "socialista" como sinónimos. A grandes escalas históricas, esta manera de hablar no presentaba inconvenientes; pero se transforma en fuente de groseros errores y de engañifas al tratarse de las primeras etapas, aún no aseguradas, de la evolución de la nueva sociedad aislada y retrasada, desde el punto de vista económico, con relación a los países capitalistas.
Para que la propiedad privada pueda llegar a ser social, tiene que pasar ineludiblemente por la estatalización, del mismo modo que la oruga para transformarse en mariposa tiene que pasar por la crisálida. Pero la crisálida no es una mariposa. Miriadas de crisálidas perecen antes de ser mariposas. La propiedad del Estado no es la de "todo el pueblo" más que en la medida en que desaparecen los privilegios y las distinciones sociales y en que, en consecuencia, el Estado pierde su razón de ser. Dicho de otra manera: la propiedad del Estado se hace socialista a medida que deja de ser propiedad del Estado. Por el contrario, mientras el Estado soviético se eleva más sobre el pueblo, más duramente se opone, como el guardián de la propiedad, al pueblo dilapidador, y más claramente se declara contra el carácter socialista de la propiedad estatalizada.
"Aún estamos lejos de la supresión de las clases", reconoce la prensa oficial, y se refiere a las diferencias que subsisten entre la ciudad y el campo, entre el trabajo intelectual y el manual. Esta confesión puramente académica tiene la ventaja de justificar como trabajo "intelectual" los ingresos de la burocracia. Los "amigos", para quienes Platón es más caro que la verdad, también se limitan a admitir en estilo académico la existencia de vestigios de desigualdad. Pero estos vestigios están muy lejos de bastar para dar tina explicación a la realidad soviética. Si la diferencia entre la ciudad y el campo se ha atenuado desde distintos puntos de vista, en cambio desde otros se ha profundizado a causa del rápido crecimiento de la civilización y del confort en las ciudades, es decir, de la minoría ciudadana. La distancia social entre el trabajo manual y el intelectual, en lugar de disminuir ha aumentado durante los últimos años, a pesar de la formación de cuadros científicos salidos del pueblo. Las barreras milenarias de las castas que aislan al hombre -al ciudadano educado del mujik inculto, al mago de la ciencia del peón-, no solamente se han mantenido bajo formas más o menos atenuadas, sino que renacen abundantemente y revisten sin aspecto provocativo.
La famosa consigna: "Los cuadros lo deciden todo", caracteriza mucho más francamente de lo que quisiera Stalin a la sociedad soviética. Por definición, los cuadros están llamados a ejercer la autoridad. El culto a los cuadros significa, ante todo, el de la burocracia, de la administración, de la aristocracia técnica. En la formación y en la educación de los cuadros, como en otros dominios, el régimen soviético realiza una labor que la burguesía ha terminado desde hace largo tiempo. Pero como los cuadros soviéticos aparecen bajo el estandarte socialista, exigen honores casi divinos y emolumentos cada vez más elevados. De manera que la formación de cuadros "socialistas" va acompañada por un renacimiento de la desigualdad burguesa.
Puede parecer que no existe ninguna diferencia, desde el punto de vista de la propiedad de los medios de producción, entre el mariscal y la criada, entre el director de trust y el peón, entre el hijo del comisario del pueblo y el vagabundo. Sin embargo, los unos ocupan bellos apartamentos, disponen de varias villas en diversos rincones del país, tienen los mejores automóviles y, desde hace largo tiempo, ya no saben cómo se limpia un par de zapatos; los otros viven en barracas, en las que frecuentemente faltan los tabiques están familiarizados con el hambre y no se limpian los zapatos porque andan descalzos. Para el dignatario, esta diferencia no tiene importancia: para el peón, es de las más importantes.
Algunos "teóricos" superficiales pueden consolarse diciéndose que el reparto de bienes es un factor de segundo orden en comparación con la producción. Sin embargo, la dialéctica de las influencias recíprocas guarda toda su fuerza. El destino de los medios nacionalizados de producción se decidirá, a fin de cuentas, según la evolución de las diferentes condiciones personales. Si un vapor se declara propiedad colectiva, y los pasajeros quedan divididos en primera, segunda y tercera clase, es comprensible que la diferencia de las condiciones reales terminará por tener, a los ojos de los pasajeros de tercera, una importancia mucho mayor que el cambio jurídico de la propiedad. Por el contrario, los pasajeros de primera expondrán gustosamente, entre café y cigarrillos, que la propiedad colectiva es todo, que comparativamente la comodidad de los camarotes no es nada. Y el antagonismo resultante de estas situaciones asestará rudos golpes a una colectividad inestable.
La prensa soviética ha relatado con satisfacción que un chiquillo al visitar el zoo de Moscú, preguntó a quién pertenecía el elefante, y al oír decir "al Estado", concluyó inmediatamente: "Entonces, también es un poco mío". Si en realidad hubiera que repartir el elefante, los valiosos colmillos irían a los privilegiados, algunos dichosos apreciarían el jamón del paquidermo, y la mayoría tendría que contentarse con las tripas y las sobras. Los chiquillos perjudicados en el reparto se sentirían poco inclinados a confundir su propiedad con la del Estado. Los jóvenes vagabundos no tienen como propiedad más que lo que acaban de robar al Estado. Es muy probable que el chiquillo del zoo fuese el hijo de un personaje influyente habituado a pensar que "el Estado soy yo".
Si traducimos, para expresarnos mejor, las relaciones socialistas en términos de Bolsa, los ciudadanos serían los accionistas de una empresa que poseyera las riquezas del país. El carácter colectivo de la propiedad supone un reparto "Igualitario" de las acciones y, por tanto, un derecho a dividendos iguales para todos los accionistas. Los ciudadanos, sin embargo, participan en la empresa como accionistas y como productores. En la fase inferior del comunismo, que hemos llamado socialismo, la remuneración del trabajo se hace aun según las normas burguesas, es decir, de acuerdo con la cualificación del trabajo, su intensidad, etc.
Los ingresos teóricos de un ciudadano se forman, pues, de dos partes: a + b, el dividendo más el salario. Cuanto más desarrollada es la técnica y la organización económica está más perfeccionada, mayor será la importancia del factor a con relación a b; y, será menor la influencia ejercida sobre la condición material por las diferencias individuales del trabajo. El hecho de que las diferencias de salario en la URSS no sean menores, sino mayores que en los países capitalistas, nos impone la conclusión de que las acciones están repartidas desigualmente y que los ingresos de los ciudadanos implican, al mismo tiempo que un salario desigual, partes desiguales del dividendo. Mientras que el peón no recibe más que b, salario mínimo que recibiría en idénticas condiciones en una empresa capitalista, el estajanovista y el funcionario reciben 2a+ b o 3a + b, y así sucesivamente. Por otra parte, b puede transformarse en 2b, 3b, etc. En otras palabras, la diferencia de los ingresos no solo está determinada por la simple diferencia del rendimiento individual, sino por la apropiación enmascarada del trabajo de otros. La minoría privilegiada de los accionistas vive a costa de la mayoría expoliada.
Si se admite que el peón soviético recibe más de lo que recibiría, con el mismo nivel técnico y cultural, en una empresa capitalista, es decir, que un pequeño accionista, su salario debe considerarse como a + b. Los salarlos de las categorías mejor pagadas serán expresados, en este caso, por la fórmula 3a + 2b; 10a + 15b, etc., lo que significaría que mientras que el peón tiene una acción, el estajanovista tiene tres y el especialista diez; y que, además, sus salarios, en el sentido propio de la palabra, están en la proporción de 1 a 2 y a 15. Los himnos a la sagrada propiedad socialista parecen, bajo estas condiciones, mucho más convincentes para el director de fábrica o de trust o el estajanovista, que para el obrero ordinario o para el campesino del koljós. Ahora bien, los trabajadores no cualificados constituyen la inmensa mayoría en la sociedad, y el socialismo debe contar con ellos v no con una nueva aristocracia.
"El obrero no es, en nuestro país, un esclavo asalariado, un vendedor de trabajo-mercancía. Es un trabajador libre" (Pravda). En la actualidad esta fórmula elocuente no es más que una inadmisible fanfarronada. El paso de las fábricas al poder del Estado no ha cambiado más que la situación jurídica del obrero; de hecho, vive en medio de la necesidad, trabajando cierto número de horas por un salario dado. Las esperanzas que el obrero fundaba antes en el partido y en los sindicatos, las ha trasladado después de la Revolución sobre el Estado que él mismo ha creado. Pero el trabajo útil de ese Estado se ha visto limitado por la insuficiencia de la técnica y de la cultura. Para mejorar una y otra, el nuevo Estado ha recurrido a los viejos métodos: agotamiento de los nervios y de los músculos de los trabajadores. Se ha formado todo un cuerpo de aguijoneadores. La gestión de la industria se ha hecho extremadamente burocrática. Los obreros han perdido toda influencia en la dirección de las fábricas. Trabajando a destajo, viviendo en medio de un malestar profundo, privado de la libertad de desplazarse, sufriendo hasta en la misma fábrica un terrible régimen policíaco, el obrero difícilmente podrá sentirse "un trabajador libre". Para él, el funcionario es un jefe; el Estado, un amo. El trabajo libre es incompatible con la existencia del Estado burocrático.
Todo lo que acabamos de decir se aplica al campo, con algunos correctivos necesarios,. La teoría oficial erige la propiedad de los koljoses en propiedad socialista. Pravda escribe que los koljoses "ya son en realidad comparables a las empresas de Estado del tipo socialista". Agrega inmediatamente que la "garantía del desarrollo socialista de la agricultura reside en la dirección de los koljoses por el partido bolchevique", esto es trasladarnos de la economía a la política. Es decir, que las relaciones socialistas están establecidas, por el momento, no en las verdaderas relaciones entre los hombres, sino en el corazón tutelar de los superiores. Los trabajadores harán bien en desconfiar de este corazón. La verdad es que la economía de los koljoses está a medio camino entre la agricultura parcelaria individual y la economía estatal; y que las tendencias pequeño burguesas en el seno de los koljoses son completadas, de la mejor manera por el rápido crecimiento del haber individual de los campesinos.
Con sólo 4 millones de hectáreas contra 108 millones de hectáreas colectivas, o sea menos del 4%, las parcelas individuales de los miembros de los koljoses, sometidas a un cultivo intensivo, proporcionan al campesino los artículos más indispensables para su consumo. La mayor parte del ganado mayor, de los corderos, de los cerdos, pertenece a los miembros de los koljoses y no a los koljoses. Sucede frecuentemente que los campesinos den a sus parcelas individuales el principal cuidado y releguen a segundo término los koljoses de flojo rendimiento. Los koljoses que pagan mejor la jornada de trabajo ascienden, por el contrario, un escalón, formando una categoría de granjeros acomodados. Las tendencias centrífugas no desaparecen aún, por el contrario se fortifican y extienden. En cualquier caso, los koljoses por el momento no han logrado mas que transformar las formas jurídicas de la economía en el campo; particularmente en el modo de reparto de los ingresos. Casi no han afectado a la antigua isba, a los huertos, a la cría de ganado, al ritmo del penoso trabajo de la tierra, ni aun a la antigua manera de considerar al Estado, que si ya no sirve a los propietarios territoriales y a la burguesía, toma demasiado al campo para la ciudad y mantiene a demasiados funcionarios voraces.
Las categorías siguientes figurarán en el censo del 6 de enero de 1937: obreros, empleados, trabajadores de koljoses, cultivadores individuales, artesanos, profesiones libres, servidores del culto, no trabajadores. El comentario oficial precisa que no se incluyan otras rúbricas porque no hay clases en la URSS. En realidad tal estadística está concebida para disimular la existencia de medios privilegiados y de bajos fondos desheredados. Las verdaderas capas sociales a las que se hubiera debido señalar, por medio de un censo honrado, son éstas: altos funcionarios, especialistas y otras personas que viven como burgueses; capas medias e inferiores de funcionarios y especialistas que viven como pequeño burgueses; aristocracia obrera y koljosiana, situada casi en las mismas condiciones que los anteriores; obreros medios; campesinos medios de los koljoses; obreros y campesinos próximos al lumpen proletariat o proletariado déclassé; jóvenes vagabundos, prostitutas y otros.
Cuando la nueva Constitución declara que "la explotación del hombre por el hombre se ha abolido en la URSS", dice lo contrario de la verdad. La nueva diferenciación social ha creado las condiciones para un renacimiento de la explotación bajo las formas más bárbaras, como son la compra del hombre para el servicio personal de otro. El servicio domestico no figura en las hojas del censo, debiendo comprenderse, evidentemente bajo la firma de "obreros". Los problemas siguientes no se plantean: ¿El ciudadano soviético tiene sirvientes, y cuáles (camarera, cocinera, nodriza, niñera, chófer)? ¿Tiene un coche a su servicio? ¿De cuántas habitaciones dispone’? No se habla de la magnitud de su salario. Si volviera a ponerse en vigor la regla soviética que priva de derechos políticos a quien explote el trabajo de otro, se vería que las cumbres dirigentes de la sociedad soviética debían ser privadas del beneficio de la Constitución. Felizmente, se ha establecido una igualdad completa de los derechos... entre el amo y los criados.
Dos tendencias opuestas se desarrollan en el seno del régimen. Al desarrollar las fuerzas productivas -al contrario del capitalismo estancado-, ha creado los fundamentos económicos del socialismo. Al llevar hasta el extremo -con su complacencia para los dirigentes- las normas burguesas del reparto, prepara una restauración capitalista. La contradicción entre las formas de la propiedad y las normas de reparto no puede crecer indefinidamente. De manera que las normas burguesas tendrán que extenderse a los medios de producción o las normas de distribución tendrán que corresponderse con el sistema de propiedad socialista.
La burocracia teme la revelación de esta alternativa. En todas partes: la prensa, en la tribuna, en la estadística, en las novelas de sus escritores y en los versos de sus poetas, en el texto de su nueva Constitución, emplea las abstracciones del vocabulario socialista para ocultar las relaciones reales tanto en la ciudad como en el campo. Esto es lo que hace tan falsa, tan mediocre y tan artificial la ideología oficial.

¿CAPITALISMO DE ESTADO?

Ante fenómenos nuevos, los hombres suelen buscar un refugio en las palabras viejas. Se ha tratado de disfrazar el enigma soviético con el término capitalismo de Estado, que presenta la ventaja de no ofrecerle a nadie un significado preciso. Sirvió primero para designar los casos en que el Estado burgués asume la gestión de los medios de transporte y de determinadas industrias. La necesidad de medidas semejantes es uno de los síntomas de que las fuerzas productivas del capitalismo superan al capitalismo y lo niegan parcialmente en la práctica. Pero el sistema se sobrevive y sigue siendo capitalista, a pesar de los casos en que llega a negarse a sí mismo.
En el plano de la teoría, podemos representarnos una situación en la que la burguesía entera se constituyera en sociedad por acciones para administrar, por medio del Estado, toda la economía nacional. El mecanismo económico de un régimen de esta especie no ofrecería ningún misterio. El capitalista, lo sabemos, no recibe bajo forma de beneficio la plusvalía creada por sus propios obreros, sino una fracción de la plusvalía de un país entero, proporcional a su parte de capital. En un "capitalismo de Estado" integral, la ley del reparto igual de los beneficios se aplicaría directamente, sin concurrencia de los capitales, por medio de una simple operación de contabilidad. Jamás ha existido un régimen de este género, ni lo habrá jamás, a causa de las contradicciones profundas que dividen a los poseedores entre sí, y tanto más cuanto que el Estado, representante único de la propiedad capitalista, constituiría para la revolución social un objeto demasiado tentador.
Después de la guerra, y sobre todo después de las experiencias de la economía fascista, se entiende por "capitalismo de Estado" un sistema de intervención y de dirección económica por el Estado. Los franceses usan en tal caso una palabra mucho más apropiada: el estatismo. El capitalismo de Estado y el estatismo indudablemente se tocan: pero como sistemas, serían más bien opuestos. El capitalismo de Estado significa la sustitución de la propiedad privada por la propiedad estatalizada, y conserva, por esto mismo, un carácter parcial. El estatismo -así sea la Italia de Mussolini, la Alemania de Hitler, los Estados Unidos de Roosevelt o la Francia de León Blum-, significa la intervención del Estado sobre las bases de la propiedad privada, para salvarla. Cualesquiera que sean los programas de los gobiernos, el estatismo consiste, inevitablemente, en trasladar las cargas del sistema agonizante de los más fuertes a los más débiles. Salva del desastre a los pequeños propietarios, únicamente porque su existencia es necesaria para el sostenimiento de la gran propiedad. El estatismo, en sus esfuerzos de economía dirigida, no se inspira en la necesidad de desarrollar las fuerzas productivas, sino en la preocupación de conservar- la propiedad privada en detrimento de las fuerzas productivas que se rebelan contra ella. El estatismo frena el desarrollo de la técnica, al sostener a empresas no viables y al mantener capas sociales parasitarias: en una palabra, es profundamente reaccionario.
La frase de Mussolini: "Las tres cuartas partes de la economía italiana, industrial y agrícola, están en manos del Estado" (26 de mayo de 1934), no debe tomarse al pie de la letra. El Estado fascista no es propietario de las empresas, no es más que intermediario entre los capitalistas. ¡Diferencia apreciable! El Popolo d’Italia dice a ese respecto: "El Estado corporativo une y dirige la economía, pero no la administra (dirige e porta alla unitá l’economia, ma non fa l’economia, non gestice), lo que no sería otra cosa, con el monopolio de la producción, que el colectivismo" (12 de junio de 1936).
Con los campesinos en general, con los pequeños propietarios, la burocracia interviene como un poderoso señor; con los magnates del capital, como su primer poder. "El Estado corporativo -escribe precisamente el marxista italiano Feroci- no es más que el agente del capital monopolista (...) Mussolini hace que el Estado corra con todos los riesgos de las empresas y deja a los capitalistas todos los beneficios de la explotación". En este aspecto, Hitler sigue las huellas de Mussolini. La dependencia de clase del Estado fascista determina los límites de la nueva economía dirigida, y también su contenido real; no se trata de aumentar el poder del hombre sobre la naturaleza en interés de la sociedad, sino de explotar a la sociedad en interés de una minoría: "SI yo quisiera -se alababa Mussolini- establecer en Italia el capitalismo de Estado o el socialismo de Estado, lo que no sucederá, encontraría en la actualidad todas las condiciones necesarias". Salvo una: la expropiación de la clase capitalista. Y para realizar esta condición, el fascismo tendría que colocarse del otro lado de la barricada, "lo que no sucederá" se apresura a añadir Mussolini, y con razón, pues la expropiación de los capitalistas necesita otras fuerzas, otros cuadros y otros jefes.

La primera concentración de los medios de producción en manos del Estado conocida por la historia, la realizó el proletariado por medio de la revolución social, y no los capitalistas por medio de los trust estatalizados. Este breve análisis bastará para mostrar cuán absurdas son las tentativas de identificar el estatismo capitalismo con el sistema soviético. El primero es reaccionario, el segundo realiza un gran progreso.


¿ES LA BUROCRACIA UNA CLASE DIRIGENTE?

Las clases se definen por el sitio que ocupan en la economía social y, sobre todo, con relación a los medios de producción. En las naciones civilizadas, la ley fija las relaciones de propiedad. La nacionalización del suelo, de los medios de producción, de los transportes y de los cambios, así como el monopolio del comercio exterior, forman las bases de la sociedad soviética. Para nosotros, esta adquisición de la revolución proletaria define a la URSS como un Estado proletario.
Por la función de reguladora y de intermediaria, por el cuidado que tiene en mantener la jerarquía social, por la explotación, con estos mismos fines, del aparato del Estado, la burocracia soviética se parece a cualquier otra y, sobre todo, a la del fascismo. Pero también se distingue de ésta en caracteres de una extrema importancia. Bajo ningún otro régimen, la burocracia alcanza semejante independencia. En la sociedad burguesa, la burocracia representa los intereses de la clase poseedora e instruida que dispone de gran número de medios de control sobre sus administraciones. La burocracia soviética se ha elevado por encima de una clase que apenas salía de la miseria y de las tinieblas, y que no tenía tradiciones demando y de dominio. Mientras que los fascistas, una vez llegados al poder, se alían con la burguesía por los intereses comunes, la amistad, los matrimonios, etc., etc., la burocracia de la URSS asimila las costumbres burguesas sin tener a su lado una burguesía nacional. En este sentido, no se puede negar que es algo más que una simple burocracia. Es la única capa social privilegiada y dominante, en el sentido pleno de estas palabras, en la sociedad soviética.
Otra particularidad presenta Igual importancia. La burocracia soviética ha expropiado políticamente al proletariado para defender con sus propios métodos las conquistas sociales de éste. Pero el hecho mismo de que se haya apropiado del poder en un país en donde los medios de producción más importantes pertenecen al Estado, crea entre ella y las riquezas de la nación relaciones enteramente nuevas. Los medios de producción pertenecen al Estado. El Estado "pertenece", en cierto modo, a la burocracia. Si estas relaciones completamente nuevas se estabilizaran, se legalizaran, se hicieran normales, sin resistencia o contra la resistencia de los trabajadores, concluirían por liquidar completamente las conquistas de la revolución proletaria. Pero esta hipótesis es prematura. El proletariado aun no ha dicho su última palabra. La burocracia no le ha creado una base social a su dominio, bajo la forma de condiciones particulares de propiedad. Esta obligada a defender la propiedad del Estado, fuente de su poder y de sus rentas. Desde este punto de vista, sigue siendo el instrumento de la dictadura del proletariado.
Las tentativas de presentar a la burocracia soviética como una clase "capitalista de Estado", no resiste crítica. La burocracia no tiene títulos ni acciones. Se recluta, se completa y se renueva gracias a una jerarquía administrativa, sin tener derechos particulares en materia de propiedad. El funcionario no puede transmitir a sus herederos su derecho de explotación del Estado. Los privilegios de la burocracia son abusos. Oculta sus privilegios y finge no existir como grupo social. Su apropiación de una inmensa parte de la renta nacional es un hecho de parasitismo social. Todo esto hace la situación de los dirigentes soviéticos altamente contradictoria, equívoca e indigna, a pesar de la plenitud de poder y de la cortina de humo de las adulaciones.
En el curso de su carrera, la sociedad burguesa ha cambiado muchas veces de regímenes y de castas burocráticas, sin modificar, por eso, sus bases sociales. Se ha inmunizado contra la restauración del feudalismo y de sus corporaciones, por la superioridad de su modo de producción. El poder sólo podía secundar o estorbar el desarrollo capitalista; las fuerzas productivas, fundadas sobre la propiedad privada y la concurrencia, trabajan por su cuenta. Al contrario de ésto, las relaciones de propiedad establecidas por la revolución socialista están indisolublemente ligadas al nuevo Estado que las sostiene. El predominio de las tendencias socialistas sobre las tendencias pequeño burguesas no está asegurado por el automatismo económico -aún estamos lejos de ello-, sino por el poder político de la dictadura. Así es que el carácter de la economía depende completamente del poder.
La caída del régimen soviético provocaría infaliblemente la de la economía planificada y, por tanto, la liquidación de la propiedad estatalizada. El lazo obligado entre los trusts y las fábricas en el seno de los primeros, se rompería. Las empresas más favorecidas serían abandonadas a sí mismas. Podrían transformarse en sociedades por acciones o adoptar cualquier otra forma transitoria de propiedad, tal como la participación de los obreros en los beneficios. Los koljoses se disgregarían al mismo tiempo, y con mayor facilidad. La caída de la dictadura burocrática actual, sin que fuera reemplazada por un nuevo poder socialista, anunciaría, también, el regreso al sistema capitalista con una baja catastrófica de la economía y de la cultura.
Pero si el poder socialista es aún absolutamente necesario para la conservación y el desarrollo de la economía planificada, el problema de saber sobre qué se apoya el poder soviético actual y en qué medida el espíritu socialista de su política está asegurado, se hace cada vez más grave. Lenin, hablando al XI Congreso del partido como si le diera sus adioses, decía a los medios dirigentes: "La historia conoce transformaciones de todas clases; en política no es serio contar con las convicciones, la devoción y las bellas cualidades del alma...". La condición determina la conciencia. En unos quince años, el poder modificó la composición social de los medios dirigentes más profundamente que sus ideas. Como la burocracia es la capa social que ha resuelto mejor su propio problema social, está plenamente satisfecha de lo que sucede y, por eso mismo, no proporciona ninguna garantía moral en la orientación socialista de su política. Continúa defendiendo la propiedad nacionalizada por miedo al Proletariado. Este temor saludable lo mantiene y alimenta el partido ilegal de los bolcheviques-leninistas, que es la expresión más consciente de la corriente socialista contra el espíritu de reacción burguesa que penetra profundamente a la burocracia termidoriana. Como fuerza política consciente, la burocracia ha traicionado a la revolución, pero por fortuna, la revolución victoriosa no es solamente una bandera, un programa, un conjunto de instituciones políticas; es también un sistema de relaciones sociales. No basta traicionarla, es necesario, además, derrumbarla. Sus dirigentes han traicionado a la Revolución de Octubre pero no la han derrumbado, y la revolución tiene una gran capacidad de resistencia que coincide con las nuevas relaciones de propiedad, con la fuerza viva del proletariado, con la conciencia de sus mejores elementos, con la situación sin salida del capitalismo mundial, con la inevitabilidad de la revolución mundial.

EL PROBLEMA DEL CARáCTER SOCIAL DE LA URSS AúN NO ESTá RESUELTO POR LA HISTORIA

Para comprender mejor el carácter social de la URSS de hoy, formulemos dos hipótesis para el futuro. Supongamos que la burocracia soviética es arrojada del poder por un partido revolucionario que tenga todas las cualidades del viejo partido bolchevique; y que, además, esté enriquecido con la experiencia mundial de los últimos tiempos. Este partido comenzaría por restablecer la democracia en los sindicatos y en los soviets. Podría y debería restablecer la libertad de los partidos soviéticos. Con las masas, a la cabeza de las masas, procedería a una limpieza implacable de los servicios del Estado; aboliría los grados, las condecoraciones, los privilegios, y restringiría la desigualdad en la retribución del trabajo, en la medida que lo permitieran la economía y el Estado. Daría a la juventud la posibilidad de pensar libremente, de aprender, de criticar, en una palabra, de formarse. Introduciría profundas modificaciones en el reparto de la renta nacional, conforme a la voluntad de las masas obreros y campesinas. No tendría que recurrir a medidas revolucionarias en materia de propiedad. Continuaría y ahondaría la experiencia de la economía planificada. Después de la revolución política, después de la caída de la burocracia, el proletariado realizaría en la economía importantísimas reformas sin que necesitara una nueva revolución social.
Si, por el contrario, un partido burgués derribara a la casta soviética dirigente, encontraría no pocos servidores entre los burócratas actuales, los técnicos, los directores, los secretarios del partido y los dirigentes en general. Una depuración de los servicios del Estado también se impondría en este caso; pero la restauración burguesa tendría que deshacerse de menos gente que un partido revolucionario. El objetivo principal del nuevo poder sería restablecer la propiedad privada de los medios de producción. Ante todo, debería dar la posibilidad de formar granjeros fuertes a partir de granjas colectivas débiles, y transformar a los koljoses fuertes en cooperativas de producción de tipo burgués o en sociedades anónimas agrícolas. En la industria, la desnacionalización comenzaría por las empresas de la industria ligera y las de alimentación. En los primeros momentos, el plan se reduciría a compromisos entre el poder y las "corporaciones", es decir, los capitanes de la industria soviética, sus propietarios potenciales, los antiguos propietarios emigrados y los capitalistas extranjeros. Aunque la burocracia soviética haya hecho mucho por la restauración burguesa, el nuevo régimen se vería obligado a llevar a cabo, en el régimen de la propiedad y el modo de gestión, una verdadera revolución y no una simple reforma.
Sin embargo, admitamos que ni el partido revolucionario ni el contrarrevolucionario se adueñen del poder. La burocracia continúa a la cabeza del Estado. La evolución de las relaciones sociales no cesa. Es evidente que no puede pensarse que la burocracia abdicará en favor de la igualdad socialista. Ya desde ahora se ha visto obligada, a pesar de los inconvenientes que esto presenta, a restablecer los grados y las condecoraciones; en el futuro, será inevitable que busque apoyo en las relaciones de propiedad. Probablemente se objetará que poco importan al funcionario elevado las formas de propiedad de las que obtiene sus ingresos. Esto es ignorar la inestabilidad de los derechos de la burocracia y el problema de su descendencia. El reciente culto de la familia soviética no ha caído del cielo. Los privilegios, que no se pueden legar a los hijos pierden la mitad de su valor; y el derecho de testar es inseparable del derecho de la propiedad. No basta ser director de trust, hay que ser accionista. La victoria de la burocracia en ese sector decisivo crearía una nueva clase poseedora. Por el contrario, la victoria del proletariado sobre la burocracia señalaría el renacimiento de la revolución socialista. La tercera hipótesis nos conduce así, a las dos primeras, que citamos primero para mayor claridad y simplicidad.

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Calificar de transitorio o de intermediario al régimen soviético, es descartar las categorías sociales acabadas como el capitalismo (incluyendo al "capitalismo de Estado"), y el socialismo. Pero esta definición es en sí misma insuficiente y susceptible de sugerir la idea falsa de que la única transición posible del régimen soviético conduce al socialismo. Sin embargo, sin retroceso hacia el capitalismo sigue siendo perfectamente posible. Una definición más completa sería, necesariamente, más larga y más pesada.
La URSS es una sociedad intermedia entre el capitalismo y el socialismo, en la que: a) Las fuerzas productivas son aún insuficientes para dar a la propiedad del Estado un carácter socialista; b) La tendencia a la acumulación primitiva, nacida de la sociedad, se manifiesta a través de todos los poros de la economía planificada; c) Las normas del reparto, de naturaleza burguesa, están en la base de la diferenciación social; d) El desarrollo económico, al mismo tiempo que mejora lentamente la condición de los trabajadores, contribuye a formar rápidamente una capa de privilegiados; e) La burocracia, al explotar los antagonismos sociales, se ha convertido en una casta incontrolada, extraña al socialismo; f) La revolución social, traicionada por el partido gobernante, vive aún en las relaciones de propiedad y en la conciencia de los trabajadores; g) La evolución de las contradicciones acumuladas puede conducir al socialismo o lanzar a la sociedad hacia el capitalismo; h) La contrarrevolución en marcha hacia el capitalismo tendrá que romper la resistencia de los obreros; i) Los obreros, al marchar hacia el socialismo, tendrán que derrocar a la burocracia. El problema será resuelto definitivamente por la lucha de dos fuerzas vivas en el terreno nacional y el internacional.
Naturalmente que los doctrinarios no quedarán satisfechos con una definición tan hipotética. Quisieran fórmulas categóricas; sí y sí, no y no. Los fenómenos sociológicos serían mucho más simples si los fenómenos sociales tuviesen siempre contornos precisos. Pero nada es más peligroso que eliminar, para alcanzar la precisión lógica, los elementos que desde ahora contrarían nuestros esquemas y que mañana pueden refutarlos. En nuestro análisis tememos, ante todo, violentar el dinamismo de una formación social sin precedentes y, que no tiene analogía. El fin científico y político que perseguimos no es dar una definición acabada de un proceso inacabado, sino observar todas las fases del fenómeno y desprender de ellas las tendencias progresistas y, las reaccionarias, revelar su interacción, prever las diversas variantes del desarrollo ulterior y encontrar en esta previsión un punto de apoyo para la acción.


La URSS en el espejo de la nueva Constitución

EL TRABAJO "SEGÚN LA CAPACIDAD" Y LA PROPIEDAD PERSONAL

El 11 de junio de 1936, el Ejecutivo de los soviets adoptó una nueva Constitución que, si creemos en las palabras de Stalin, repetidas diariamente por toda la prensa, será "la más democrática del mundo". Realmente, la manera como fue elaborada esta Constitución hace nacer algunas dudas. Ni en la prensa ni en las reuniones se dijo nada. El 1 de marzo de 1936, Stalin dijo a un periodista americano, Roy Howard, que "adoptaremos nuestra nueva Constitución al terminar el año". Así es que Stalin sabía de forma precisa cuándo sería adoptada la nueva Constitución que el pueblo aún ignoraba. ¿Cómo no deducir que la Constitución "más democrática del mundo" se elaboró y se impuso de una manera poco democrática? Es cierto que el proyecto se sometió en junio a la apreciación de los pueblos de la URSS. Pero en vano se buscaría en toda la superficie de la sexta parte del globo al comunista que se permitiera criticar la obra del Comité Central, o al sin partido que se aventurara a rechazar la proposición del partido dirigente. De forma que la "discusión" se redujo a enviar mensajes de gratitud a Stalin por la "vida feliz" que concede a las poblaciones... El contenido y estilo de estos mensajes los fijaba la Constitución precedente.
El primer artículo, llamado de la estructura social, termina con las siguientes palabras: "El principio del socialismo, de cada uno según su capacidad, a cada uno según su trabajo, se aplica en la URSS". Esta fórmula inconsistente, por no decir vacía de significado, que por inverosímil que parezca pasó de los discursos y de los artículos al cuidadosamente estudiado texto de una ley fundamental, atestigua, más que incapacidad teórica total de los legisladores, lo que hay de mentira en la nueva Constitución, espejo de la casta dirigente. No es difícil adivinar cómo se afirmó el nuevo "principio". Para definir a la sociedad comunista, Marx usó la célebre fórmula: De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades. Las dos proposiciones están indisolublemente ligadas. De cada uno según su capacidad significa, en la interpretación comunista, no capitalista, que el trabajo ha cesado de ser una imposición para transformarse en una necesidad del individuo; que la sociedad ya no tiene que recurrir a coerciones; que sólo los enfermos y los anormales pueden escapar al trabajo. Trabajando según su capacidad, es decir, según sus medios físicos y psíquicos, sin violentarse, los miembros de la comunidad, aprovechándose de una técnica elevada, aprovisionarán suficientemente los almacenes de la sociedad para que cada uno se surta ampliamente "según sus necesidades" sin control humillante. La fórmula del comunismo, bilateral pero indivisible, supone la abundancia, la libertad, el desarrollo de la personalidad y una disciplina muy elevada.
Desde todos estos puntos de vista, la URSS está mucho más cerca del capitalismo atrasado que del comunismo. La Unión Soviética aún no puede dar a cada uno "según sus necesidades", y por la misma causa tampoco puede permitir a los ciudadanos que trabajen "según su capacidad". La Unión se ve obligada a mantener el trabajo a destajo, cuyo principio puede anunciarse con estas palabras: "obtener lo más posible de cada uno, dándole lo menos". Es cierto que en la URSS nadie trabaja más allá de su "capacidad" en el sentido absoluto de la palabra, es decir, por encima de su potencial físico y psíquico. Pero tampoco en el régimen capitalista lo hace. Los métodos más crueles y más refinados de explotación tropiezan con los límites fijados por la Naturaleza. La mula azotada por su conductor también trabaja "según su capacidad", de lo que no vamos a deducir que el látigo es un principio socialista para uso de las mulas. El trabajo asalariado no pierde en el régimen soviético su envilecedor carácter de esclavitud. El salario "según el trabajo" está calculado, en realidad, en interés del trabajo "intelectual", en detrimento del manual y, sobre todo, del trabajo no cualificado. Es una causa de injusticia, de opresión y de coerción para la mayoría, de privilegios y de "buena vida" para la minoría.
En vez de reconocer francamente que estas normas burguesas del trabajo y del reparto predominan en la URSS, los autores de la Constitución, dividiendo en dos el principio comunista, dejan para un porvenir indeterminado la aplicación de la segunda proposición y declaran que la primera está realizada, añadiéndole mecánicamente la norma capitalista del trabajo a destajo y haciendo de todo el "principio del socialismo". ¡Y sobre esta falsificación erigen el edificio de la Constitución!
El artículo 10, que, al contrario de la mayor parte de ellos es bastante claro, tiene por objeto defender la propiedad personal de los ciudadanos en sus artículos de economía doméstica, consumo, confort y uso cotidiano contra los atentados de la burocracia misma, y es, sin duda alguna, de la mayor importancia práctica en la esfera económica. Con la excepción de la "economía doméstica", la propiedad de esta especie despojada de la mentalidad interesada y envidiosa que la llena, no sólo será preservada bajo el comunismo, sino que tendrá un desarrollo sin precedentes. Es dudoso que el hombre altamente civilizado quiera embarazarse con mediocres superfluidades de lujo; pero nunca renunciará a las conquistas del confort. El fin inmediato del comunismo es, justamente, asegurar a todos las comodidades. Pero en la URSS el problema de la propiedad no se presenta, por ahora, en sus aspectos comunistas, sino en los pequeño burgueses. La propiedad personal de los campesinos y de los ciudadanos no notables es objeto de un tratamiento arbitrario e indignante por parte de la burocracia inferior, que con frecuencia se asegura un confort relativo con estos medios. El aumento del bienestar del país permite en estos momentos renunciar al decomiso de bienes personales y conduce, incluso, a alentar la acumulación como un estimulante del rendimiento del trabajo. Al mismo tiempo, no podemos olvidar la ley que protege la isba, la vaca el reducido mobiliario del campesino, del obrero, del empleado y que legaliza la casa particular del burócrata, su villa, su coche y otros "artículos de consumo personal o comodidades" que se ha apropiado gracias al principio socialista: "de cada uno según su capacidad, a cada uno según su trabajo". Y no hay que dudar que el coche del burócrata será mejor defendido por la ley fundamental que la carreta del campesino.

SOVIETS Y DEMOCRACIA

En el plano político, la nueva Constitución difiere de la antigua en la sustitución del sistema electoral soviético, fundado en los grupos de clase y de producción, por el sistema de la democracia burguesa basado en el llamado "sufragio universal y directo" de la población atomizada. En pocas palabras, estamos ante la liquidación jurídica de la dictadura del proletariado. En donde no hay burguesía tampoco hay proletariado, nos explican los autores del proyecto, de manera que el Estado proletario se convierte en el del pueblo, simplemente. Este razonamiento seductor tiene un retraso de diecinueve anos o un adelanto de muchos. Al expropiar a los capitalistas, el proletariado comenzó realmente a liquidarse a sí mismo como clase. Pero de la liquidación en principio a la reabsorción efectiva en la comunidad, el camino es largo, tanto más cuanto que el Estado debe encargarse por mucho tiempo del pesado trabajo del capitalismo. El proletariado soviético existe aún como clase, profundamente distinto al campesinado, a los técnicos intelectuales y a la burocracia; más aún, es la única clase absolutamente interesada en la victoria del socialismo. La nueva Constitución tiende a reabsorberlo políticamente en la "nación", aunque antes no se haya reabsorbido económicamente en la sociedad.
Los reformadores decidieron, después de algunas vacilaciones, dejar al Estado la denominación de soviético. No es más que un grosero subterfugio dictado por razones análogas a las que hicieron que el imperio napoleónico guardara, durante cierto tiempo, la apariencia republicana. Los soviets son esencialmente los órganos del Estado de clase y no pueden ser otra cosa. Los órganos de la administración local son democráticamente elegidos, son municipalidades, dumas, zemstvos, lo que se quiera, pero no soviets. La asamblea legislativa, democráticamente elegida, será un parlamento atrasado o, más exactamente, una caricatura del parlamento, pero no será en ningún caso el órgano supremo de los soviets. Nuevamente los reformadores muestran, al tratar de aprovechar la autoridad histórica de los soviets, que la orientación, nueva en principio, que tratan de dar a la vida del Estado no se atreve a decir su nombre.
Considerada en sí misma, la igualación de los derechos políticos de los obreros y campesinos puede no modificar la naturaleza social del Estado, si la influencia del proletariado en el campo está suficientemente asegurada por la situación general de la economía y por el grado de civilización. El desarrollo del socialismo debe ir en ese sentido. Pero si el proletariado, que sigue siendo una minoría del pueblo, cesa realmente de tener necesidad de una supremacía política para garantizar el camino hacia el socialismo, es porque la necesidad misma de una coerción deja de hacerse sentir, cediendo su lugar a la disciplina de la cultura. La abolición de la desigualdad electoral debería estar precedida por una atenuación evidente de las funciones coercitivas del Estado. Sin embargo, la nueva Constitución no dice palabra sobre esto ni, lo que es más importante, en la vida misma.
La nueva carta "garantiza" a los ciudadanos "las libertades" de expresión, de prensa, de reunión, de manifestación callejera. Pero cada una de estas garantías reviste la forma de una sólida mordaza o de cadenas y esposas. La libertad de prensa significa el mantenimiento de una censura previa implacable, cuyos hilos se concentran en el secretariado del Comité Central, que no ha sido elegido por nadie. La libertad de imprimir letanías bizantinas al Jefe está, naturalmente, "garantizada" en toda su integridad. En cambio, gran número de artículos y de cartas de Lenin, incluyendo su "testamento", quedan bajo llave, pues en ellos se trata a los jefes actuales con cierta severidad. Si este es el caso de Lenin, es innecesario hablar de otros autores... El mando grosero e ignorante instituido en las ciencias, en la literatura y en el arte es mantenido. La "libertad de reunión" significará, como antiguamente, la libertad para ciertos grupos de asistir a las reuniones convocadas por las autoridades para tomar resoluciones decididas de antemano. Bajo la nueva Constitución, como bajo la antigua, centenares de comunistas extranjeros que se fiaron del "derecho de asilo" permanecerán en las prisiones y en los campos de concentración por haber pecado contra el dogma de la infabilidad. Nada cambia en lo que se refiere a las libertades. La prensa soviética ni siquiera trata de engañarnos a este respecto. Al contrario, proclama que la reforma constitucional tiene por principal objeto "la consolidación ulterior de la dictadura". ¿La dictadura de quién y sobre quién?
Como ya hemos oído, la liquidación de los antagonismos de clase ha preparado la igualdad política. No se trata de una dictadura de clase, sino de una dictadura "popular". Pero cuando el pueblo emancipado de los antagonismos de clase se transforma en el sostenedor de la dictadura, esto sólo puede significar la reabsorción de la dictadura en la sociedad socialista y, sobre todo, la liquidación de la burocracia. Tal es la doctrina marxista. ¿Tal vez ha sido malinterpretada? Pero los autores mismos de la Constitución invocan, es cierto que con gran prudencia, el programa del partido redactado por Lenin. Allí puede leerse: "(...) La privación de los derechos políticos y las restricciones, cualesquiera que sean, hechas a la libertad, sólo se imponen a título de medidas provisionales. (...) A medida que desaparezca la posibilidad objetiva de la explotación del hombre por el hombre, desaparecerá la necesidad que impone estas medidas provisionales (...)". Las medidas de "privación de derechos" son inseparables, pues, de las "restricciones", cualesquiera que sean, de la libertad. El advenimiento de la sociedad socialista se caracteriza no sólo por el hecho de que los campesinos se igualan con los trabajadores, y que los derechos políticos son concedidos de nuevo al pequeño porcentaje de ciudadanos de origen burgués, sino sobre todo por el hecho de que se establece la auténtica libertad para el 100% de la población. Con la liquidación de las clases desaparecen la burocracia, la dictadura y también el Estado. ¡Pero tratad de hacer una alusión semejante en la URSS! La GPU encontrará en la nueva Constitución medios para enviaros a uno de sus numerosos campos de concentración. Las clases han sido suprimidas, de los soviets no queda más que el nombre, pero la burocracia subsiste. La igualdad de derechos del obrero y del campesino no es más que su igual privación de todo derecho ante la burocracia.
No es menos significativa la Introducción del voto secreto. Si admitimos que la igualdad política responde a la igualdad social, habría que preguntarse por qué el voto aún tienen que resguardarse con el secreto. ¿Qué teme la población del país soviético y contra quién hay que defenderla? La antigua Constitución soviética veía en el voto público, así como en la privación del derecho al voto, armas de la clase revolucionaria contra sus enemigos burgueses y pequeño burgueses. No podemos dar por bueno que ahora el voto secreto sea introducido en beneficio de una minoría contrarrevolucionaria. Se trata, evidentemente, de defender los derechos del pueblo. ¿,Pero qué puede temer el pueblo socialista después de haber derrocado al zar, a la nobleza y a la burguesía? Los sicofantes ni siquiera se plantean el problema, que es, sin embargo, más edificante que las obras de los Barbusse, de los Louis Fisher, de los Duranty, de los Webb y tutti cuanti.
En la sociedad capitalista el voto secreto tiene por objeto sustraer a los explotados de la intimidación de los explotadores. Si la burguesía terminó por concederlo, ante la presión de las masas, fue porque estaba interesada en proteger un poco su Estado de la desmoralización que ella misma le inculcaba. Pero parece que en la sociedad socialista no puede haber intimidación de los explotadores. ¿Entonces contra quién hay que defender a los ciudadanos soviéticos? Naturalmente que contra la burocracia; Stalin lo confiesa con bastante franqueza. Al ser interrogado: "¿Por qué se necesita el voto secreto?", responde literalmente: "Porque nosotros queremos dar a los ciudadanos soviéticos la libertad de votar por aquellos a quienes deseen elegir". Así sabe el mundo, por fuente autorizada, que los ciudadanos soviéticos aún no pueden votar según sus deseos. Sería un error deducir que la Constitución de mañana les asegurará esta posibilidad. Pero lo que nos interesa en estos momentos es otro aspecto del problema. ¿Quiénes son esos nosotros que pueden conceder o negar al pueblo la libertad de voto? La burocracia, en cuyo nombre habla y obra Stalin. Sus revelaciones se refieren al partido dirigente y al Estado, puesto que él mismo ocupa el puesto de secretario general gracias a un sistema que no permite a los miembros del partido dirigente elegir a quien les plazca. Las palabras: "Nosotros queremos dar a los ciudadanos soviéticos la libertad de votar" son infinitamente más importantes que las constituciones soviéticas antiguas y nuevas, pues su imprudencia hace adivinar cuál es la Constitución efectiva de la URSS tal como existe, no en el papel sino en la lucha de las fuerzas sociales.

DEMOCRACIA Y PARTIDO

La promesa de dar a los ciudadanos soviéticos la libertad de votar por "aquellos a quienes deseen elegir" es más bien una metáfora estética que una fórmula política. Los ciudadanos soviéticos no tendrán el derecho de elegir a sus "representantes" más que entre los candidatos que les designen, bajo la égida del partido, los jefes centrales y locales. El partido bolchevique ejerció, indudablemente, un monopolio político en el primer periodo de la era soviética. Pero identificar estos dos fenómenos sería confundir la apariencia con la realidad. La supresión de los partidos de oposición fue una medida provisional dictada por las necesidades de la guerra del bloqueo, de la intervención extranjera y del hambre. Pero el partido gobernante, que en ese momento era la organización auténtica de la vanguardia del proletariado, vivía intensamente. La lucha de los grupos y de las fracciones en su seno, sustituía, en cierta medida, la lucha de los partidos. Ahora que el socialismo ha vencido "definitiva e irrevocablemente", la formación de fracciones en el partido se castiga con el internamiento en un campo de concentración, si no es con una bala en la nuca. La prohibición de los partidos primitivamente provisional, se ha transformado en un principio. Las Juventudes comunistas pierden el derecho de dedicarse a la política en el preciso momento en que se publica el texto de la nueva Constitución. Los jóvenes de uno u otro sexo gozan del derecho de voto a partir de los dieciocho años, y el límite de las Juventudes Comunistas (veintitrés años) no se ha reducido. La política ha sido declarada, de una vez por todas, el monopolio de una burocracia que escapa a todo control.
Al entrevistador americano que le pregunta cuál será el papel del partido bajo el régimen de la nueva Constitución, Stalin responde: "Desde el momento en que ya no hay clases, que los límites se borran entre las clases (’ya no hay’, y sin embargo ’los límites se borran entre clases inexistentes’ -L.T.), subsiste cierta diferencia superficial entre las diversas capas de la sociedad socialista, pero no podría ser un terreno que alimente las rivalidades de partidos. Donde no hay varias clases, no puede haber varios partidos, pues un partido es una parte de una clase". Tantos errores como palabras, y a veces más. Como si las clases fueran homogéneas. Como si sus fronteras estuvieran netamente determinadas de una vez por todas. Como si la conciencia de una clase correspondiera exactamente a su lugar en la sociedad. El análisis marxista de la naturaleza de clase del partido se convierte así en una caricatura. El dinamismo de la conciencia social está excluido de la historia, en interés del orden administrativo. En realidad, las clases son heterogéneas, desgarradas por antagonismos interiores, y sólo llegan a sus fines comunes por la lucha de las tendencias, de los grupos y de los partidos. Se puede conceder con algunas reservas que un "partido es parte de una clase". Pero como una clase está compuesta de numerosas capas -unas miran hacia adelante y otras hacia atrás-, una misma clase puede formar varios partidos. Por la misma razón, un partido puede apoyarse sobre capas de diversas clases. No se encontrará en toda la historia política un solo partido representante de una clase única, a menos que se consienta en tomar por realidad una ficción policíaca.
El proletariado es la clase menos heterogéneo de la sociedad capitalista. La existencia de las capas sociales, como la aristocracia obrera y la burocracia, basta sin embargo para explicarnos la de los partidos oportunistas que se transforman, por el curso natural de las cosas, en uno de los medios de la dominación burguesa. Que la diferencia entre la aristocracia obrera y la masa proletaria sea, desde el punto de vista de la sociología estaliniana, "radical" o "superficial", importa poco. En todo caso, de esa diferencia nació, en su época, la necesidad de romper con la socialdemocracia y de fundar la III Internacional.
Incluso si en la sociedad soviética "no hay clases" es, no obstante, al menos incomparablemente más heterogéneo y compleja que el proletariado de los países capitalistas y puede, en consecuencia, ofrecer un terreno propicio para la formación de varios partidos. Al aventurarse imprudentemente en el terreno de la teoría, Stalin demuestra, una vez más, lo que no hubiera deseado. Su razonamiento no establece que no puede haber partidos diferentes en la URSS, sino que no puede haber partidos; pues en donde no hay clases, en general la política no tiene nada que hacer. Pero Stalin hace una excepción "sociológica" a esta ley, en favor del partido, del que es secretario general.
Bujarin trata de abordar el problema desde otro ángulo. El problema de los caminos a seguir, hacia el capitalismo o hacia el socialismo, no se discute en la URSS; por tanto, "los partidarios de las clases enemigas o liquidadas no pueden ser autorizados a formar partidos". Sin insistir en que, en el país del socialismo victorioso los partidarios del capitalismo debían parecer ridículos Don Quijotes incapaces de formar un partido, los desacuerdos políticos existentes distan de quedar abarcados en la alternativa: hacia el socialismo o hacia el capitalismo. Hay otras: ¿cómo avanzar hacia el socialismo? ¿con qué ritmo?. La elección del camino no es menos decisiva que la de la meta. ¿Pero quién escogerá los caminos? Si no hay nada que pueda alimentar a los partidos, no es necesario prohibirlos. Por el contrario, es necesario, aplicando el programa bolchevique, suprimir "todas las trabas, cualesquiera que sean, a la libertad".
Stalin, al tratar de disipar las muy naturales dudas de su interlocutor americano, emite una nueva consideración: "Las listas electorales serán presentadas al mismo tiempo por el partido comunista y por diversas organizaciones políticas, de las que tenemos centenares". "Cada capa [de la sociedad soviética] puede tener sus intereses especiales y reflejarlos (¿expresarlos?) a través de las numerosas organizaciones sociales". Este sofisma no vale más que los otros. Las organizaciones "sociales" soviéticas -sindicatos, cooperativas, sociedades culturales- no representan los intereses de "capas sociales", pues todas tienen la misma estructura jerárquica. Aun cuando en apariencia sean organizaciones de masas, como los sindicatos y las cooperativas, los medios dirigentes privilegiados desempeñan en ellas un papel activo y la última palabra siempre la dice el "partido", es decir, la burocracia. La Constitución no hace más que mandar al elector de Poncio a Pilatos.
Este mecanismo está expresado muy fielmente en el texto de la ley fundamental. El artículo 126, eje de la Constitución, en el sentido político, "asegura a los ciudadanos el derecho" de agruparse en organizaciones sociales: sindicatos, cooperativas, asociaciones juveniles, deportivas y de defensa nacional, culturales, técnicas y científicas. En cuanto a pertenecer al partido que concentra el poder en sus manos, no es un derecho, sino un privilegio de la minoría. "Los ciudadanos más activos y más conscientes (es decir, los que están reconocidos como tales por las autoridades -L.T.) de la clase obrera y de las otras capas de trabajadores, se unen en el partido comunista que constituye el núcleo dirigente de todas las organizaciones de trabajadores tanto sociales como del Estado". Esta fórmula, de una franqueza asombrosa, introducida en el texto mismo de la Constitución, reduce a la nada la ficción del papel político de las "organizaciones sociales", esas sucursales de la firma burocrática.
¿Pero si no hay luchas de partido, probablemente las diversas fracciones del único partido existente podrán manifestarse en las elecciones democráticas? A un periodista francés que le interrogaba sobre los grupos en el seno de¡ partido gobernante, Mólotov respondió: "Se han tratado de formar fracciones en el partido (...), pero hace varios años que la situación se ha modificado radicalmente a este respecto, y que el partido comunista está realmente unido". Nada lo demuestra mejor que las depuraciones incesantes y los campos de concentración. El mecanismo democrático es perfectamente claro, según los comentarios de Mólotov. "¿Qué queda de la Revolución de Octubre -pregunta Víctor Serge-, si todo obrero que se permite una reivindicación o una apreciación crítica está condenado a la prisión? ¡Después de eso se puede establecer cualquier voto secreto!" En efecto; el mismo Hitler no ha renunciado al voto secreto.
Los razonamientos teóricos de los reformadores a propósito de las relaciones de las clases y del partido se sostienen por los pelos. La sociología no entra en el asunto; se trata de intereses materiales. El partido gobernante de la URSS es la máquina política de una burocracia que ejerce un monopolio, que tiene algo que perder, pero que va no tiene nada que conquistar. El "terreno propicio" quiere conservarlo para ella sola.
En un país en donde la lava de la revolución aún no se ha enfriado, los privilegios queman a quienes los poseen como un reloj de oro robado a un ladrón aficionado. Los medios dirigentes soviéticos han aprendido a temer a las masas con un miedo perfectamente burgués. Stalin justifica "teóricamente" los privilegios crecientes de las capas dirigentes con la ayuda de la Internacional Comunista, y defiende a la aristocracia soviética con la ayuda de los campos de concentración. Para que el sistema siga funcionando, Stalin se ve obligado de vez en cuando a ponerse del lado del "pueblo" contra la burocracia, con el consentimiento tácito de ésta, claro está. Encuentra útil recurrir al voto secreto para limpiar un poco el aparato del Estado de tina voraz corrupción.
Ya en 1928, Rakovski escribía a propósito de historias de gángsters ocurridas en el seno de la burocracia y reveladas al gran público: "Lo más característico en esta ola de escándalo, y lo más peligroso es la pasividad de las masas, de las masas comunistas más, que de las masas sin partido... Por temor al poder o por indiferencia Política, no han protestado, se han limitado a murmurar". Durante los ochos años transcurridos después, la situación ha empeorado gravemente. La corrupción del aparato, que se manifiesta a cada paso, ha empezado a amenazar la existencia misma del Estado, no ya como instrumento de la transformación socialista de la sociedad, sino como fuente de poder, de ingresos y de privilegios de los dirigentes. Stalin ha tenido que dejar entrever este motivo de la reforma: "Muchas de nuestras instituciones, dijo a Howard, funcionan mal". Notable confesión: después de que la burocracia ha creado con sus propias manos la sociedad socialista, experimenta la necesidad de un... látigo. Y ese es el móvil de la reforma constitucional. Hay, además, otro no menos importante.
Al liquidar a los soviets, la nueva Constitución disuelve a la clase obrera en la masa de la población. Los soviets, es cierto, han perdido desde hace largo tiempo todo significado político. Pero el crecimiento de los antagonismos sociales y el despertar de la nueva generación hubiesen podido reanimarlos. Hay que temer sobre todo a los soviets de las ciudades en cuya actividad toman parte los jóvenes, y, especialmente, jóvenes comunistas exigentes. El contraste entre la miseria y el lujo es demasiado notable en las ciudades. La primera preocupación de la aristocracia soviética fue desembarazarse de los soviets de obreros y de soldados rojos. Es más fácil hacerle frente al descontento disperso del campo. Incluso se puede, con cierto éxito, utilizar a los campesinos de los koljoses contra los obreros de las ciudades. No es la primera vez que la reacción burocrática se apoya en el campo en su lucha contra la ciudad.
Lo que la nueva Constitución tiene de importancia, en principio, lo que en realidad la coloca por encima de las constituciones más democráticas de los países burgueses, es la transcripción prolija de los documentos esenciales de la Revolución de Octubre. La apreciación de las conquistas económicas que se encuentra en ella, deforma la realidad a través del prisma de la mentira y de la charlatanería. Todo lo que se refiere a las libertades y a la democracia, no es más que usurpación y cinismo.
Representando como lo hacen, un inmenso paso atrás desde principios socialistas a principios burgueses, la nueva Constitución, cortada y cosida a la medida del grupo dirigente, sigue el mismo curso histórico que el abandono de la revolución mundial en favor de la Sociedad de Naciones, la restauración de la familia burguesa, la sustitución de la milicia por el ejército permanente, la resurrección de los rangos y condecoraciones, y el crecimiento de la desigualdad. Reforzando jurídicamente el absolutismo de una burocracia "fuera de las clases", la nueva Constitución crea las premisas políticas para el nacimiento de una nueva clase poseedora.


¿A dónde va la URSS?

EL BONAPARTISMO, RÉGIMEN DE CRISIS

El problema que en su debido tiempo planteamos ante el lector: ¿Cómo es posible que el grupo dirigente, a pesar de sus innumerables errores, haya podido adquirir un poder ilimitado?, o, en otras palabras, ¿cómo explicar el contraste entre la mediocridad ideológica de los termidorianos y su poderío material?, permite, ahora, que le demos una respuesta más concreta y categórica. La sociedad soviética no es armoniosa. Lo que es pecado para una clase o capa social, es virtud para la otra. Si, desde el punto de vista de las formas socialistas de la sociedad, la política de la burocracia asombra por sus contradicciones y sus discordancias, aparece muy consecuente desde el punto de vista de la consolidación de los nuevos dirigentes.
El apoyo del Estado al kulak (1923-1928) implicaba un peligro mortal para el porvenir del socialismo. En revancha, la burocracia, ayudada por la pequeña burguesía, logró maniatar a la vanguardia proletaria y aplastar la oposición bolchevique. Lo que era un "error" desde el punto de vista socialista, era un claro beneficio desde el punto de vista de los intereses de la burocracia. Pero, cuando el kulak empezó a amenazar directamente a la propia burocracia, ésta volvió sus armas contra el kulak. El pánico de la agresión contra los kulaks, extendida también a los campesinos medios, no costó menos cara al país que una invasión extranjera. Pero la burocracia defendía sus posiciones. Una vez derrotado el aliado de ayer, se dedicó a formar con toda energía una nueva aristocracia. ¿Sabotaje del socialismo? Evidentemente; pero también consolidación de la casta gobernante. La burocracia se parece a todas las castas dirigentes en que está dispuesta a cerrar los ojos ante los errores más burdos de sus jefes en la política general, si, a cambio, le son absolutamente fieles en la defensa de sus privilegios. Cuanto más inquietos están los nuevos amos, más aprecian la represión sin piedad de la menor amenaza a sus recién adquiridos derechos. Esto es lo que una casta de advenedizos toma en cuenta para elegir a sus jefes. Y ese es el secreto del éxito de Stalin.
Pero el poderío y la independencia de la burocracia no pueden crecer indefinidamente. Hay factores históricos más fuertes que los mariscales, y aun que los secretarios generales. Una racionalización de la economía no se concibe sin una contabilidad precisa; y ésta es incompatible con los caprichos burocráticos. La preocupación por la restauración de un rublo estable, es decir, independiente de los "jefes", se la inspira a la burocracia la contradicción cada vez más acentuada entre el poder absoluto de la misma y el desarrollo de las fuerzas productivas del país. Del mismo modo, la monarquía absoluta llegó a ser incompatible con el desarrollo del mercado burgués. El cálculo monetario tiene que dar una forma más abierta a la lucha de las diversas capas de la población por el reparto de la renta nacional. La cuestión de la escala salarial, casi algo indiferente durante la época del sistema de las cartillas de racionamiento, es ahora decisiva para los trabajadores, y con ella la cuestión de los sindicatos. La designación de los funcionarios sindicales, hecha desde arriba, tropezará con una resistencia cada vez más tenaz. En fin, el trabajo a destajo hace que el obrero se interese por la buena dirección de las fábricas. Los estajanovistas se quejan cada vez más de los defectos de la organización y de la producción. El nepotismo burocrático en la designación de los directores, de los ingenieros y del personal industrial en general, se hace cada vez menos tolerable. Las cooperativas y el comercio estatal están dependiendo mucho más que antes del consumidor. Los koljoses y sus miembros aprenden a traducir sus relaciones con el Estado en el idioma de las cifras y no siempre sufrirán que se les designe administradores cuyo único mérito es, con frecuencia, convenir a los burócratas locales. El rublo promete llevar la luz al dominio más secreto: el de los ingresos lícitos e ilícitos de la burocracia. Así la circulación monetaria, en un país políticamente ahogado, se convierte en una importante palanca de la movilización de las fuerzas de oposición, y anuncia el principio del fin del absolutismo "ilustrado".
Mientras que el crecimiento de la industria y la entrada de la agricultura en la esfera del plan complican extremadamente la tarea de la dirección al poner en primer plano el problema de la calidad, la burocracia mata la iniciativa creadora y el sentimiento de responsabilidad, sin los cuales no hay, y no puede haber, progreso cualitativo. Las llagas del sistema son, probablemente, menos visibles en la industria pesada, pero la roen al mismo tiempo que a las cooperativas, a la industria ligera y alimenticia, a los koljoses, a las industrias locales, es decir, a todas las ramas de la producción próximas al consumidor.
El papel progresista de la burocracia soviética coincide con el periodo dedicado a introducir en la Unión Soviética los elementos más importantes de la técnica capitalista. El trabajo de imitación, de injerto, de transferencia, de aclimataciones, se ha hecho en el terreno preparado por la revolución. Hasta ahora, no se ha tratado de innovar en el dominio de las ciencias, de la técnica o del arte. Se pueden construir fábricas gigantes según modelos importados del extranjero por mandato burocrático, y pagándolas, es cierto, al triple de su precio. Ahora bien, cuanto más lejos se vaya, más se tropezará con el problema de la calidad, que escapa a la burocracia como una sombra. Parece que la producción está marcada con el sello gris de la indiferencia. En la economía nacionalizada, la calidad supone la democracia de los productores y de los consumidores, la libertad de crítica y de iniciativa, cosas incompatibles con el régimen totalitario del miedo, de la mentira y de la adulación.
Tras el problema de la calidad se plantean otros, más grandiosos y complejos, que se pueden abarcar bajo la rúbrica de la acción creadora técnica, cultural e independiente. Un filósofo antiguo sostuvo que la discusión era la madre de todas las cosas. En donde el choque de las ideas es imposible, no pueden crearse nuevos valores. La dictadura revolucionaria, lo admitimos, constituye en sí misma una severa limitación a la libertad. Justamente por eso, las épocas revolucionarias jamás han sido propicias a la creación cultural para la que preparan el terreno. La dictadura del proletariado abre al genio humano un horizonte tanto más vasto cuanto más deje de ser una dictadura. La civilización socialista no se desarrollará más que con la agonía del Estado. En esta simple e inflexible ley histórica se contiene la condena de muerte del actual régimen político de la URSS. La democracia soviética no es una reivindicación política abstracta o moral. Ha llegado a ser un asunto de vida o muerte para el país.
Si el nuevo Estado no tuviera otros intereses que los de la sociedad, la agonía de sus funciones de coerción sería gradual e indolora. Pero el Estado no es un espíritu puro. Las funciones específicas se han creado sus órganos. La burocracia, considerada en su conjunto, se preocupa menos de la función que del tributo que ésta le proporciona. La casta gobernante trata de perpetuar y de fortalecer los órganos de coerción; no respeta nada ni a nadie para mantenerse en el poder y conservar sus ingresos. Cuanto más adverso le es el curso de las cosas, más implacable es con los elementos avanzados de la población. Como la Iglesia Católica, la burocracia ha formulado su dogma de infalibilidad después de que comenzó su decadencia, pero enseguida lo ha colocado a una altura en la que el Papa no puede soñar.
La divinización cada vez más imprudente de Stalin es, a pesar de lo que tiene de caricaturesco, necesaria para el régimen. La burocracia necesita un árbitro supremo inviolable, primer cónsul a falta de emperador, y eleva sobre sus hombros al hombre que responde mejor a sus pretensiones de dominación. La "firmeza" del jefe, tan admirada por los diletantes literarios de Occidente, no es más que la resultante de la presión colectiva de una casta dispuesta a todo para defenderse. Cada funcionario profesa que "el Estado es él". Cada sitio se refleja fácilmente en Stalin. Stalin descubre en cada uno el soplo de su espíritu. Stalin es la personificación de la burocracia. Esa es la sustancia de su personalidad política.
El cesarismo o su forma burguesa, el bonapartismo, entra en escena en la historia cuando la áspera lucha de dos adversarios parece elevar el poder sobre la nación, y asegura a los gobernantes una independencia aparente con relación a las clases; cuando en realidad no les deja más que la libertad que necesitan para defender a los privilegiados. Elevándose sobre una sociedad políticamente atomizada, apoyado sobre la policía y el cuerpo de oficiales, sin tolerar ningún control, el régimen estalinista constituye una variedad manifiesta del bonapartismo, de un tipo nuevo, sin semejanza hasta ahora. El cesarismo nació en una sociedad fundada sobre la esclavitud y transtornada por las luchas intestinas. El bonapartismo fue uno de los instrumentos del régimen capitalista en sus periodos críticos. El estalinismo es una de sus variedades, pero sobre las bases del Estado obrero, desgarrado por el antagonismo entre la burocracia soviética organizada y armada y las masas trabajadoras desarmadas.
Como la historia atestigua, el bonapartismo se acomoda muy bien con el sufragio universal y aun con el voto secreto. El plebiscito es uno de sus atributos democráticos. Los ciudadanos son invitados de vez en cuando a pronunciarse por o contra el jefe; y los votantes sienten en las sienes el ligero frío de un cañón de revólver. Desde Napoleón III, que hoy parece un dilentante provinciano, la técnica plebiscitaria ha alcanzado un desarrollo extraordinario. La nueva Constitución soviética, al instituir un bonapartismo plebiscitario, es la coronación del sistema.
El bonapartismo soviético se debe, en última instancia, al retraso de la revolución mundial. La misma causa ha engendrado el fascismo en los países capitalistas. Llegamos a una conclusión a primera vista inesperada, pero en realidad irreprochable; que el estrangulamiento de la democracia soviética por la burocracia todopoderosa y las derrotas infligidas a la democracia en otros países, se deben a la lentitud con que el proletariado mundial cumple la misión que le ha asignado la historia. A pesar de la profunda diferencia de sus bases sociales, el estalinismo y el fascismo son fenómenos simétricos; en muchos de sus rasgos tienen una semejanza asombrosa. Un movimiento revolucionario victorioso, en Europa, quebrantaría al fascismo y al bonapartismo soviético. La burocracia estalinista tiene razón, desde su punto de vista, cuando vuelve la espalda a la revolución internacional; obedece, al hacerlo, al instinto de conservación.


LA LUCHA DE LA BUROCRACIA CONTRA "EL ENEMIGO DE CLASE"

En los primeros tiempos del régimen soviético, el partido sirvió de contrapeso a la burocracia. Esta administraba al Estado, el partido la controlaba. Vigilando con celo, para que la desigualdad no sobrepasara los límites de lo necesario, el partido siempre estaba en lucha abierta o velada contra la burocracia. El papel histórico de la fracción estalinista fue el de suprimir esta dualidad, subordinando el partido a su propia burocracia administrativa, y fusionando a los funcionarios del partido y del Estado. Así se creó el régimen totalitario actual. La victoria de Stalin fue asegurada por el servicio definitivo que hacía a la burocracia.
Durante los diez primeros años de su lucha, la Oposición de Izquierda no abandonó el programa de conquista ideológica del partido por el de la conquista del poder contra el partido. Su consigna era: "Reforma, no revolución". Sin embargo, la burocracia estaba dispuesta, desde entonces, a cualquier golpe de Estado para defenderse contra una reforma democrática. Cuando en 1927 el conflicto se hizo más agudo, Stalin, volviéndose hacia la Oposición en el Comité Central, exclamó: "Estos cuadros sólo pueden ser eliminados por medio de la guerra civil". Las derrotas del proletariado europeo han hecho de esta amenaza una realidad histórica. El camino de la reforma se ha transformado en el de la revolución.
Las incesantes depuraciones del partido y de las organizaciones soviéticas tienen por objeto evitar que el descontento de las masas encuentre una expresión política coherente. Pero las represiones no matan el pensamiento, no hacen más que sumergirlo. Comunistas y sin partido tienen dos convicciones: la oficial y la secreta. La delación y la inquisición devoran a la sociedad. La burocracia califica invariablemente a sus adversarios como enemigos del socialismo. Usando fraudes judiciales, a tal grado que este hábito ha entrado en las costumbres corrientes, les imputa los peores crímenes. Arranca a los acusados, bajo amenaza de muerte, confesiones que ella misma les dicta y de las que se sirve enseguida para acusar a los más firmes.
Pravda, comentando la Constitución "más democrática del mundo", escribía el 5 de junio de 1936 que "sería imperdonablemente torpe" creer que, a pesar de la liquidación de las clases, "las fuerzas de las clases hostiles al socialismo se hayan resignado a su derrota (...). La lucha continúa". ¿Cuáles son estas "fuerzas hostiles"? Helas aquí: "Los restos de los grupos contrarrevolucionarios, de los guardias blancos de toda jaez y, sobre todo, de la variedad trotskista-zinovievista...". Después de la inevitable mención del "espionaje y de la acción terrorista y destructiva" (de los trotskistas y de los zinovievistas), el órgano de Stalin promete: "Continuaremos anonadando con mano firme a los enemigos del pueblo, los reptiles y los demonios trotskistas, cualquiera que sea su hábil disfraz". Estas amenazas, repetidas diariamente por la prensa, no hacen más que acompañar el trabajo de la GPU.
Un tal Petrov, miembro del partido desde 1918, combatiente de la guerra civil, agrónomo soviético posteriormente y opositor de derecha, se evadió en 1936 de la deportación y al llegar al extranjero, en un periódico de la emigración liberal, escribió sobre los trotskistas lo que sigue: "¿Elementos de izquierda? Psicológicamente son los últimos revolucionarios. Auténticos, ardientes. Nada de compromisos. Hombres admirables. Ideas idiotas como (...) el incendio del mundo y ese género de visiones...". Dejemos el asunto de las "ideas". El juicio moral que de los elementos de izquierda hacen sus adversarios de derecha, es de una elocuencia espontánea. Justamente a estos "últimos revolucionarios, auténticos y ardientes", los generales y los coroneles de la GPU acusan de contrarrevolucionarios en interés del imperialismo.
La histeria burocrática, rencorosamente azuzada contra la oposición bolchevique, adquiere un significado político clarísimo ante la derogación de las restricciones dictadas contra las personas de origen burgués. Los decretos conciliadores que les facilitan el acceso a los empleos y a los estudios superiores, proceden de la idea de que la resistencia de las antiguas clases dominantes cesa en la medida en la estabilidad del nuevo orden es más evidente. "Estas restricciones se han vuelto superfluas", explicaba Mólotov en la sesión del Ejecutivo de enero de 1936. En el mismo momento se descubre que los peores "enemigos de clase" se reclutan entre los hombres que han combatido toda su vida por el socialismo, comenzando por los colaboradores más cercanos de Lenin, como Zinóviev y Kámenev. A diferencia de la burguesía, los "trotskistas", si creemos a Pravda, se sienten tanto más "exasperados" cuanto más luminosamente se "dibujan los contornos de la sociedad sin clases". Esta filosofía delirante, nacida de la necesidad de justificar nuevas situaciones por medio de fórmulas viejas, no puede, por supuesto, disimular el desplazamiento real de los antagonismos sociales. Por una parte, la creación de "notables" abre las puertas a los retoños más ambiciosos de la burguesía, pues nada se arriesga al concederles la igualdad de derechos. Por otra, el mismo hecho provoca el descontento agudo y peligrosísimo de las masas y, principalmente, de la juventud obrera. Así se explica la campana contra "los reptiles y los demonios trotskistas".
La espada de la dictadura, que hería antaño a los partidarios de la restauración burguesa, se abate ahora sobre los que se rebelan contra la burocracia. Hiere a la vanguardia del proletariado y no a los enemigos de clase del mismo. Correspondiendo con ese cambio básico en sus funciones, la policía política, formada antes por los bolcheviques más celosos y dispuestos al sacrificio, está ahora compuesta por la parte más desmoralizada de la burocracia
Para proscribir a los revolucionarios, los termidorianos ponen todo el odio que les inspiran los hombres que les recuerdan el pasado y que les hacen temer el porvenir. Los bolcheviques más firmes y más fieles, la flor del partido, son enviados a las prisiones, a los rincones perdidos de Siberia y de Asia Central, a los numerosos campos de concentración. En las prisiones mismas y en los sitios de deportación, los opositores siguen siendo víctimas de los registros, del bloqueo postal, del hambre. Las mujeres son arrancadas de sus maridos, con el objeto de quebrantar a ambos y obligarlos a abjurar. Por lo demás, la abjuración no los salva; a la primera sospecha o a la primera renuncia, el arrepentido es doblemente castigado. El auxilio proporcionado a los deportados, aun por sus propios parientes, es considerado como un crimen. La ayuda mutua, como un complot. En estas condiciones, la huelga de hambre es el único medio de defensa que les queda a los perseguidos. La GPU responde a ella con la alimentación forzada, a menos que deje a sus prisioneros la libertad de morir. Centenares de revolucionarios rusos y extranjeros han sido impulsados, durante los últimos años, a huelgas de hambre mortales, se les ha fusilado o llevado al suicidio. En doce años, el Gobierno ha anunciado varias veces la extirpación definitiva de la oposición. Pero durante la "depuración" de los últimos meses de 1935 y del primer semestre de 1936, centenares de millares de comunistas han sido excluidos nuevamente del partido, entre los que se cuentan varias decenas de millares de "trotskistas". Los más activos han sido arrestados inmediatamente, encarcelados o enviados a los campos de concentración. En cuanto a los otros, Stalin ordenó a las autoridades locales, por medio de Pravda, que no se les diera trabajo. En un país donde el Estado es el único patrón, una medida de este género equivale a una sentencia a morir de hambre. El antiguo principio "quien no trabaja no come", es reemplazado por este otro: "Quien no se somete no come". No sabremos cuántos bolcheviques han sido excluidos, arrestados, deportados y exterminados a partir de 1923 -año en que se abre la era del bonapartismo-, hasta el día en que se abran los archivos de la policía política de Stalin. No sabremos cuántos permanecen en la ilegalidad hasta el día en que comience el derrumbe del régimen burocrático.
¿Qué importancia pueden tener veinte o treinta mil opositores en un partido de dos millones de miembros? La simple confrontación de las cifras no dice nada en este caso. Con una atmósfera sobrecargada, basta una decena de revolucionarios en un regimiento para hacerlo pasar al lado del pueblo. No sin razón los estados mayores sienten un miedo cerval hacia los pequeños grupos clandestinos y aun hacia los militantes aislados. Este miedo que hace temblar a la burocracia estalinista, explica la crueldad de sus proscripciones y la depravación de sus calumnias.
Victor Serge, que ha pasado en la URSS por todas las etapas de la represión, trajo a Occidente su terrible mensaje de los que son torturados por su fidelidad a la revolución y la resistencia a sus sepultureros. Escribe: "No exagero nada, peso mis palabras, puedo apoyar cada una de ellas con pruebas trágicas y nombres (...)".
"Entre esta masa de víctimas y de protestantes, silenciosos la mayor parte, siento próxima a mí, sobre todo, a una heroica minoría preciosa por su energía, por su clarividencia, por su estoicismo, por su fidelidad al bolchevismo de la gran época. Son algunos millares de comunistas, compañeros de Lenin y de Trotsky, constructores de las repúblicas soviéticas cuando existían los soviets, los que invocan, contra la decadencia interior del régimen, los principios del socialismo; que defienden como pueden (sólo pueden admitiendo todos los sacrificios) los derechos de la clase obrera (...)".
"Los encarcelados allá se sostendrán hasta que sea necesario, aunque no puedan ver la nueva aurora de la revolución. Los revolucionarios de Occidente pueden contar con ellos: la llama será mantenida, aunque sea en las prisiones. Ellos también cuentan con vosotros. Debéis defenderlos, todos debemos defenderlos, para defender a la democracia obrera del mundo, para restituir a la dictadura del proletariado su rostro liberador, para devolver a la URSS, un día, su grandeza moral y la confianza de los trabajadores

LA INEVITABILIDAD DE UNA NUEVA REVOLUCIÓN

Reflexionando sobre la agonía del Estado, Lenin escribía que el hábito de observar las regias de la comunidad es susceptible de alejar toda necesidad de coerción "si nada suscita la indignación, la protesta y la rebeldía, y no implica, así, la necesidad de la represión". Todo consiste en ese si. El actual régimen de la URSS suscita a cada paso protestas, tanto más dolorosas cuanto más se las ahoga. La burocracia no solamente es un aparato de coerción, sino una causa permanente de provocación. La misma existencia de una avariciosa casta de amos, mentirosa y cínica, no puede menos que suscitar una rebelión oculta. La mejoría de la situación de los obreros, no los reconcilia con el poder; lejos de eso, al elevar su dignidad al abrir su pensamiento a los problemas de política general, prepara su conflicto con los dirigentes.
Los "jefes" inamovibles repiten que es necesario "aprender", "asimilar la técnica", "cultivarse" y otras cosas más. Pero los amos mismos, son ignorantes, poco cultivados, no aprenden nada seriamente, siguen siendo groseros y desleales. Su pretensión a la tutela total de la sociedad, así se trate de mandar a los gerentes de cooperativas o a los compositores de música, se hace intolerable. La población no podrá alcanzar una cultura más elevada si no sacude su humillante sujeción a esta casta de usurpadores.
¿Devorará el burócrata al Estado obrero, o la clase obrera lo limpiará de burócratas?" De esta disyuntiva depende la suerte de la URSS. La inmensa mayoría de los obreros ya es hostil a la burocracia; las masas campesinas le profesan un vigoroso odio plebeyo. Si en contraste con los campesinos, los obreros casi nunca salen a la lucha abierta, condenando así las protestas de los pueblos a la confusión a la impotencia, esto no solamente se debe a la represión. Los trabajadores temen, si derrocan a la burocracia, abrir el camino a la restauración capitalista. Las relaciones recíprocas entre el Estado y la clase obrera son mucho más complejas de lo que se imaginan los "demócratas" vulgares. Sin economía planificada, la URSS retrocederá décadas. Al mantener esta economía, la burocracia continúa desempeñando una función necesaria. Pero lo hace de tal manera, que prepara una explosión de todo el sistema que puede barrer completamente los resultados de la revolución. Los obreros son realistas. Sin hacerse ilusiones sobre la casta dirigente, y menos sobre las capas de esta casta a las que conocen un poco de cerca, la consideran, por el momento, como la guardiana de una parte de sus propias conquistas. No dejarán de expulsar a la guardiana deshonesta, insolente y sospechosa, tan pronto como vean otra posibilidad. Para esto, es necesario que estalle una revolución en Occidente o en Oriente.
La supresión de toda lucha política visible es presentada por los agentes y los amigos del Kremlin como una "estabilización" del régimen. En realidad, no significa más que una estabilización momentánea de la burocracia. La joven generación, sobre todo, sufre con el yugo del "absolutismo ilustrado", mucho más absoluto que ilustrado... La vigilancia cada vez más temible que ejerce la burocracia ante toda chispa de pensamiento, así como la insoportable adulación del "jefe" providencial, demuestran el divorcio entre el Estado y la sociedad, así como la agravación de las contradicciones interiores, que al hacer presión sobre las paredes del Estado buscan una salida, e inevitablemente la encontrarán.
Los atentados cometidos en contra de los representantes del poder tienen con frecuencia una gran importancia sintomática que permite juzgar la situación de un país. El más sonado fue el asesinato de Kirov, dictador hábil y sin escrúpulos de Leningrado, personalidad típica de su corporación. Los actos terroristas son incapaces por sí mismos, de derribar a la oligarquía burocrática. El burócrata considerado individualmente, puede temer al revólver; el conjunto de la burocracia explota con éxito el terrorismo para justificar sus propias violencias, no sin acusar a sus adversarios políticos (el asunto Zinóviev, Kámenev y demás). El terrorismo individual es el arma de los aislados, impacientes o desesperados, especialmente de la joven generación de la burocracia. Pero, como sucedió en tiempos del zarismo, los crímenes políticos indican que el aire se carga de electricidad y anuncian el principio de una crisis política abierta.
Al promulgar la nueva Constitución, la burocracia demuestra que ha olfateado el peligro y que trata de defenderse. Pero más de una vez ha sucedido que la dictadura burocrática, buscando la salvación con reformas "liberales", no ha hecho más que debilitarse. Al revelar el bonapartismo la nueva Constitución ofrece, al mismo tiempo, un arma semilegal para combatirlo. La rivalidad electoral delas camarillas puede ser el punto de partida de las luchas políticas. El látigo dirigido contra los "órganos del poder que funcionan mal" puede transformarse en un látigo contra el bonapartismo. Todos los indicios nos hacen creer que los acontecimientos provocarán infaliblemente un conflicto entre las fuerzas populares y desarrolladas por el crecimiento de la cultura y la oligarquía burocrática. No hay una salida pacífica de esta crisis. Nunca se ha visto que el diablo se corte de buen grado sus propias garras. La burocracia soviética no abandonará sus posiciones sin combate; el país se encamina evidentemente hacia una revolución.
Ante una presión enérgica de las masas, y la inevitable desintegración en tales circunstancias del aparato gubernamental, la resistencia de los gobernantes puede ser mucho más débil de lo que parece. Es indudable que en este asunto sólo podemos entregarnos a las conjeturas. Sea como fuere, la burocracia sólo podrá ser suprimida revolucionariamente y, como siempre sucede, esto exigirá menos sacrificios cuanto más enérgico y decidido sea el ataque. Preparar esta acción y colocarse a la cabeza de las masas en una situación histórica favorable, es la misión de la sección soviética de la IV Internacional, aún débil y reducida a la existencia clandestina. Pero la ilegalidad de un partido no quiere decir su inexistencia. No es más que una forma penosa de existencia. La represión puede tener magníficos resultados aplicada contra una clase que abandona la escena; la dictadura revolucionaria de 1917-1923 lo demostró plenamente; pero recurrir a la violencia contra la vanguardia revolucionaria no salvará a una casta que ha sobrevivido demasiado tiempo, si es que la URSS tiene un porvenir.
La revolución que la burocracia prepara en contra de sí misma no será social como la de octubre de 1917, pues no tratará de cambiar las bases económicas de la sociedad ni de reemplazar una forma de propiedad por otra. La historia ha conocido, además de las revoluciones sociales que sustituyeron al régimen feudal por el burgués, revoluciones políticas que, sin tocar los fundamentos económicos de la sociedad, derriban las viejas formaciones dirigentes (1830 y 1848 en Francia; febrero de 1917, en Rusia). La subversión de la casta bonapartista tendrá, naturalmente, profundas consecuencias sociales; pero no saldrá del marco de una revolución política.
Un Estado salido de la revolución obrera existe por primera vez en la historia. Las etapas que debe franquear no están escritas en ninguna parte. Los teóricos y los constructores de la URSS esperaban, es cierto, que el completamente transparente y flexible sistema de los soviets permitiría al Estado transformarse pacíficamente, disolverse y morir a medida que la sociedad realizara su evolución económica y cultural. La vida se ha mostrado más compleja que la teoría. El proletariado de un país atrasado fue el que tuvo que hacer la primera revolución socialista; y muy probablemente tendrá que pagar este privilegio con una segunda revolución contra el absolutismo burocrático. El programa de esta revolución dependerá del momento en que estalle, del nivel que el país haya alcanzado y, en una medida muy apreciable, de la situación internacional. Sus elementos esenciales, bastante definidos hasta ahora, se han indicado a lo largo de las páginas de este libro: son las conclusiones objetivas del análisis de las contradicciones del régimen soviético.
No se trata de reemplazar a un grupo dirigente por otro, sino de cambiar los métodos mismos de la dirección económica y cultural. La arbitrariedad burocrática deberá ceder su lugar a la democracia soviética. El restablecimiento del derecho de crítica y de una libertad electoral auténtica, son condiciones necesarias para el desarrollo del país. El restablecimiento de la libertad de los partidos soviéticos, y el renacimiento de los sindicatos, están implicados en este proceso. La democracia provocará, en la economía, la revisión radical de los planes en beneficio de los trabajadores. La libre discusión de los problemas económicos disminuirá los gastos generales impuestos por los errores y los zigzags de la burocracia. Las empresas suntuarias, Palacios de los Soviets, teatros nuevos, metros, construidos para hacer ostentación, dejarán su lugar a las habitaciones obreras. Las "normas burguesas de reparto" serán reducidas a las proporciones estrictamente exigidas por la necesidad y retrocederán a medida que la riqueza social crezca, ante la igualdad socialista. Los grados serán abolidos inmediatamente, las condecoraciones devueltas al vestuario. La juventud podrá respirar libremente, criticar, equivocarse, madurar. La ciencia y el arte se sacudirán sus cadenas. La política exterior renovará la tradición del internacionalismo revolucionario.
Ahora más que nunca, los destinos de la Revolución de Octubre están ligados a los de Europa y del mundo. Los problemas de la URSS se resuelven en la Península Ibérica, en Francia, en Bélgica. Cuando aparezca este libro, la situación será indudablemente más clara que en estos días de guerra civil en Madrid. Si la burocracia soviética logra, con su política traicionera de los frentes populares, asegurar la victoria de la reacción en Francia y en España -y la Internacional Comunista hace todo lo que puede en este sentido-, la URSS se encontrará al borde del abismo y la contrarrevolución burguesa estará más a la orden del día que el levantamiento de los obreros contra la burocracia. Si, por el contrario, a pesar del sabotaje de los reformistas y de los jefes "comunistas", el proletariado de Occidente se abre camino hacia el poder, se inaugurará un nuevo capítulo en la historia de la URSS. La primera victoria revolucionaria en Europa, provocará en las masas soviéticas el efecto de una descarga eléctrica, las despertará y levantará su espíritu de independencia, reanimará las tradiciones de 1905 y 1907, debilitará las posiciones de la burocracia y no tendrá menos importancia para la IV Internacional que la que tuvo para la III la victoria de la Revolución de Octubre. El primer Estado obrero sólo se salvará para el porvenir del socialismo por este camino.


"EL SOCIALISMO EN UN SOLO PAÍS"

Las tendencias reaccionarias a la autarquía constituyen un reflejo defensivo del capitalismo senil a la tarea con que la historia se enfrenta: liberar a la economía de las cadenas de la propiedad privada y del Estado nacional, y organizarla sobre un plan conjunto en toda la superficie del globo.
La "declaración de los derechos del pueblo trabajador explotado", redactada por Lenin y sometida por el Consejo de Comisarios del Pueblo a la sanción de la Asamblea Constituyente en las escasas horas que ésta vivió, definía en los siguientes términos "la tarea esencial" del nuevo régimen: "el establecimiento de una organización socialista de la sociedad y la victoria del socialismo en todos los países". De manera que el internacionalismo de la revolución fue proclamado en el documento básico del nuevo régimen. Nadie se hubiera atrevido, en ese momento, a plantear el problema en otros términos. En abril de 1924, tres meses después de la muerte de Lenin, Stalin escribía en su compilación sobre Las bases del leninismo: "Bastan los esfuerzos de un país para derribar a la burguesía; la historia de nuestra revolución lo demuestra. La victoria definitiva del socialismo, para la organización de la producción socialista, los esfuerzos de un solo país, sobre todo si es campesino como el nuestro, son ya insuficientes: se necesitan los esfuerzos reunidos del proletariado de varios países avanzados". Estas líneas no necesitan comentario. Pero la edición en la que figuran ha sido retirada de la circulación. Las grandes derrotas del proletariado europeo y los primeros éxitos, muy modestos a pesar de todo, de la economía soviética, sugirieron a Stalin durante el otoño de 1924 que la misión histórica de la burocracia era construir el socialismo en un solo país. Se entabló una discusión alrededor de este problema que pareció escolástico a muchos espíritus superficiales pero que, en realidad, reflejaba la incipiente degeneración dela III Internacional y preparaba el nacimiento de la IV.
El ex comunista Petrov, a quien ya conocemos, actualmente emigrado blanco, relata, según sus propios recuerdos, cuán áspera fue la resistencia de los jóvenes administradores hacia la doctrina que hacia depender a la URSS de la revolución internacional: "¡Cómo! ¿No podemos hacer nosotros mismos la felicidad de nuestro país? Si Marx piensa otra cosa, no importa, no somos marxistas, somos bolcheviques de Rusia". Al recordar las discusiones de 1923-1926, Petrov añade: "Actualmente, no puedo menos que pensar que la teoría del socialismo en un solo país es una simple invención estalinista". ¡Exacto! Traducía exactamente el sentimiento de la burocracia que, al hablar de la victoria del socialismo se refería a su propia victoria.
Para justificar su ruptura con la tradición del internacionalismo marxista, Stalin tuvo la imprudencia de sostener que Marx y Engels habían ignorado... la ley del desarrollo desigual del capitalismo, supuestamente descubierta por Lenin. Esta afirmación debería ocupar el primer lugar en nuestro catálogo de curiosidades intelectuales. La desigualdad del desarrollo marca toda la historia de la humanidad, y más particularmente la del capitalismo. El joven historiador y economista, Solntsev -militante extraordinariamente dotado y de una rara calidad moral, muerto en las prisiones soviéticas perseguido por su adhesión a la Oposición de Izquierda-, escribió en 1926 una excelente nota sobre la ley del desarrollo desigual, tal como se encuentra en la obra de Marx. Naturalmente que este trabajo no pudo publicarse en la URSS. Razones opuestas hicieron que se prohibiera la obra de un socialdemócrata alemán -Vollmar- enterrado y olvidado hace largo tiempo, quien sostuvo, ya en 1878, que un "Estado socialista aislado" era posible -refiriéndose a Alemania, no a Rusia-, e invocando la "ley" del desarrollo desigual, que se nos dice era desconocida hasta Lenin.
Georg H. von Vollmar escribía:
"El Socialismo implica relaciones económicamente desarrolladas, y si la cuestión se limitara tan sólo a ellas, el socialismo debería ser más fuerte donde el desarrollo económico es mayor. En realidad, el problema se plantea de otro modo. Inglaterra es indudablemente el país más avanzado desde el punto de vista económico y, sin embargo, el socialismo es allí muy secundario, mientras que en Alemania, país menos desarrollado, se ha transformado en una fuerza tal que la vieja sociedad ya no se siente segura...". Vollmar continuaba, después de haber indicado el poder de los factores que determinan los acontecimientos: "Es evidente que las reacciones recíprocas de tan gran número de factores, hacen imposible, desde el punto de vista del tiempo y de la forma, una evolución semejante aunque no fuera más que en dos países, para no hablar de todos (...). El socialismo obedece a la misma ley (... ). La hipótesis de una victoria simultánea del socialismo en todos los países civilizados está completamente excluida, lo mismo que la de la imitación por los otros países civilizados del ejemplo del Estado que se haya dado una organización socialista. (...) Así llegaremos al Estado socialista aislado que espero haber probado que es, si no la única posibilidad, al menos la más probable". Esta obra, escrita cuando Lenin tenía ocho años, da una interpretación de la ley del desarrollo desigual mucho más justa que las de los epígonos soviéticos a partir de 1924. Notemos que Vollmar, teórico de segunda categoría, no hacía más que comentar las ideas de Engels, a quien, se nos ha dicho, la ley del desarrollo desigual le era desconocida.
El "Estado socialista aislado" ha pasado desde hace largo tiempo del dominio de la hipótesis al de la realidad, no en Alemania, sino en Rusia. El hecho de su aislamiento expresa precisamente el poder relativo del capitalismo mundial y la debilidad relativa del socialismo. Entre el Estado "socialista" aislado y la sociedad socialista, desembarazada para siempre del Estado, queda por franquear una gran distancia que corresponde justamente al camino de la revolución internacional.
Beatrice y Sidney Webb nos aseguran, por su parte, que Marx y Engels no creyeron en la posibilidad de una sociedad socialista aislada, por la simple razón de que "nunca imaginaron" ("neither Marx nor Engels had ever dreamed") instrumento tan poderoso como el monopolio del comercio exterior. No se pueden leer estas líricas sin embarazo por personas de edad tan avanzada. La nacionalización de los bancos y de las sociedades mercantiles, de los ferrocarriles y de la flota mercante, es tan indispensable para la revolución social como la nacionalización de los medios de producción, incluyendo las industrias de exportación. El monopolio del comercio exterior no hace más que concentrar en manos del Estado los medios materiales de la importación y la exportación. Decir que Marx y Engels nunca pensaron en ello, es decir que no pensaron en la revolución socialista. Para colmo de desdichas, el monopolio del comercio exterior es, para Vollmar, uno de los recursos más importantes del "Estado socialista aislado". Marx y Engels hubieran podido aprender el secreto en este autor, si él no lo hubiera aprendido de ellos.
La "teoría" del socialismo en un solo país, que Stalin no expone ni justifica en ninguna parte, se reduce a la concepción, extraña a la historia y más bien estéril, de que las riquezas naturales permiten que la URSS construya el socialismo dentro de sus fronteras geográficas. Se podría afirmar, igualmente, que el socialismo vencería si la población del globo fuese doce veces menor de lo que es. En realidad, la nueva teoría trataba de imponer a la conciencia social un sistema de ideas más concreto: la revolución ha terminado definitivamente; las contradicciones sociales tendrán que atenuarse progresivamente; el campesino rico será asimilado poco a poco por el socialismo; el conjunto de la evolución, independientemente de los acontecimientos exteriores, seguirá siendo regular y pacífico. Bujarin, intentando dar algún tipo de fundamento a la teoría, declaró que estaba probado contra toda duda que "las diferencias de clase en nuestro país o la técnica atrasada no nos conducirán al fracaso; podemos construir el socialismo aun en este terreno de miseria técnica; su crecimiento será muy lento, avanzaremos a paso de tortuga pero construiremos el socialismo y, lo terminaremos...". Subrayemos esta fórmula: "Construir el socialismo sobre una base de técnica miserable" y recordemos una vez más la genial intuición del joven Marx: con una base técnica débil "sólo se socializa la necesidad, y la penuria provocará necesariamente competencias por los artículos necesarios que harán que se regrese al antiguo caos".
En abril de 1926, la Oposición de Izquierda propuso a una asamblea plenaria del Comité Central la siguiente enmienda a la teoría del paso de tortuga: "Sería radicalmente erróneo creer que se puede ir hacia el socialismo a una velocidad arbitrariamente decidida cuando se está rodeado por el capitalismo. El progreso hacia el socialismo sólo estará asegurado cuando la distancia que separa a nuestra industria de la industria capitalista avanzada (...) disminuya evidente y concretamente, en lugar de aumentar". Con mucha razón, Stalin consideró esta enmienda como un ataque "enmascarado" contra la teoría del socialismo en un solo país y rehusó categóricamente relacionar la velocidad de la edificación con las condiciones internacionales. La versión estenográfica da su respuesta en los siguientes términos: "El que haga intervenir en este caso el factor internacional, no comprende cómo se plantea el problema embrolla todas las nociones, sea por incomprensión, sea por deseo consciente de sembrar la confusión". La enmienda de la Oposición fue rechazada.
La ilusión de un socialismo que se construye suavemente -a paso de tortuga- sobre una base de miseria, rodeado por enemigos poderosos, no resistió largo tiempo los golpes de la crítica. En noviembre del mismo año, la XV Conferencia del partido reconoció, sin la menor preparación en la prensa, que era necesario "alcanzar en un plazo histórico relativamente (?) mínimo, y sobrepasar, enseguida, el nivel de desarrollo industrial de los países capitalistas avanzados". La Oposición de Izquierda fue, en todo caso, "sobrepasada". Pero aunque dieran la orden de "alcanzar y sobrepasar" al mundo entero en un "plazo relativamente mínimo", los teóricos que la víspera preconizaban la lentitud de la tortuga, eran prisioneros del "factor internacional" tan temido por la burocracia. Y la primera versión de la teoría estalinista, la más clara, fue liquidada en ocho meses.
El socialismo tendrá que "sobrepasar" ineludiblemente al capitalismo en todos los dominios, escribía la Oposición de Izquierda en un documento repartido ilegalmente en marzo de 1927, "pero en este momento no se trata de las relaciones del socialismo con el capitalismo en general, sino del desarrollo económico de la URSS con relación al de Alemania, de Inglaterra, de los Estados Unidos. ¿Qué hay que entender por un plazo histórico mínimo? Quedaremos lejos del nivel de los países capitalistas avanzados durante los próximos periodos quinquenales. ¿Qué sucederá en este tiempo en el mundo capitalista? Si admitimos que pueda disfrutar de un nuevo periodo de prosperidad que dure algunas decenas de años, hablar del socialismo en nuestro atrasado país será una triste necesidad; tendremos que reconocer que nos engañamos al considerar nuestra época como la de la putrefacción del capitalismo. En este caso, la república de los soviets será la segunda experiencia de la dictadura del proletariado, más larga y más fecunda que la de la Comuna de París, pero al fin y al cabo una simple experiencia (...) ¿Tenemos razones serias para revisar tan resueltamente los valores de nuestra época y el sentido de la revolución internacional? No. Al concluir su periodo de reconstrucción (después de la guerra), los países capitalistas vuelven a encontrarse con todas sus antiguas contradicciones interiores e internacionales, pero aumentadas y agravadísimas. Esta es la base de la revolución proletaria. Es un hecho que estarnos construyendo el socialismo. Pero como el todo es mayor que la parte, también es un hecho no menos cierto, pero mayor, que la revolución se prepara en Europa y en el mundo. La parte sólo podrá vencer con el todo (...).
"El proletariado europeo necesita un tiempo mucho menos largo para tomar el poder que el que nosotros necesitamos para superar, desde el punto de vista técnico, a Europa y América... Mientras tanto, tenemos que aminorar sistemáticamente la diferencia entre el rendimiento del trabajo en nuestro país y el de los otros. Cuanto más progresemos, estaremos menos amenazados por la posible intervención de los bajos precios y, en consecuencia, por la intervención armada (...). Cuanto más mejoremos las condiciones de existencia de los obreros y de los campesinos, con mayor seguridad precipitaremos la revolución en Europa, más rápidamente esta revolución nos enriquecerá con la técnica mundial y más segura y completa será nuestra edificación socialista como una parte de la construcción de Europa y del mundo". Este documento, como muchos otros, quedó sin respuesta, a menos que se hayan considerado como tal las exclusiones del partido y los arrestos.
Después de abandonar la idea del paso de tortuga, hubo que renunciar a la idea conexa de la asimilación del kulak por el socialismo. La derrota infligida a los campesinos ricos por medidas administrativas debía proporcionar, sin embargo, un nuevo alimento a la teoría del socialismo en un solo país: desde el momento en que las clases estaban, "en el fondo", anonadadas, el socialismo, "en el fondo", estaba realizado (1931). Era la restauración de la idea de una sociedad socialista construida sobre "una base de miseria". Recordamos que un periodista oficioso nos explicó en ese momento que la falta de leche para los niños se debía a la falta de vacas no a las carencias del sistema socialista.
La preocupación por el rendimiento del trabajo no permite rezagarse en las fórmulas tranquilizadoras de 1931, destinadas a proporcionar una compensación moral a los estragos de la colectivización total. "Algunos creen -declaró súbitamente Stalin con ocasión del movimiento Stajanov-, que el socialismo puede consolidarse con cierta igualdad en la pobreza. Es falso. (...) El socialismo sólo puede vencer, realmente, sobre la base de un rendimiento de trabajo más elevado que en el régimen capitalista". Justísimo. Pero el nuevo programa de las Juventudes Comunistas, adoptado en abril de 1935 en el congreso que las privó de los últimos vestigios de sus derechos políticos, define categóricamente al régimen soviético: "La economía nacional se ha vuelto socialista". Nadie se preocupa por reconciliar estas concepciones contradictorias que se lanzan a la circulación según las necesidades del momento. Nadie se atreverá a emitir una crítica, dígase lo que se diga.
La necesidad de un nuevo programa de las Juventudes Comunistas fue justificada en estos términos por el ponente: "El antiguo programa contiene una afirmación errónea, profundamente antileninista, según la cual ’Rusia no puede llegar al socialismo más que por la revolución mundial’. Este punto del programa es radicalmente falso, impregnado de ideas trotskistas" -las mismas ideas que Stalin defendía aún en abril de 1924-. ¡Queda por explicar por qué un programa escrito en 1921 por Bujarin y atentamente revisado por el Buró Político con la colaboración de Lenin, se reveló "trotskista" al cabo de quince años, y necesitó una revisión en un sentido diametralmente opuesto! Pero los argumentos lógicos son impotentes cuando se trata de intereses. Después de emanciparse del proletariado de su propio país, la burocracia no puede reconocer que la URSS depende del proletariado mundial.
La ley del desarrollo desigual tuvo por resultado que la contradicción entre la técnica y las relaciones de propiedad del capitalismo provocara la ruptura de la cadena mundial en su eslabón más débil. El atrasado capitalismo ruso fue el primero que pagó las insuficiencias del capitalismo mundial. La ley del desarrollo desigual se une, a través de la historia, con la del desarrollo combinado. El derrumbe de la burguesía en Rusia provocó la dictadura del proletariado, es decir, que un país atrasado diera un salto hacia adelante con relación a los países avanzados. El establecimiento de las formas socialistas de la propiedad en un país atrasado tropezó con una técnica y una cultura demasiado débiles. Nacida de la contradicción entre las fuerzas productivas mundiales altamente desarrolladas y la propiedad capitalista, la Revolución de Octubre engendró a su vez contradicciones entre las fuerzas productivas nacionales, demasiado insuficientes, y la propiedad socialista.
Es verdad que el aislamiento de la URSS no tuvo las graves consecuencias que eran de temerse: el mundo capitalista estaba demasiado desorganizado y paralizado para manifestar todo su poder potencial. La "tregua" ha sido más larga de lo que el optimismo crítico hacía esperar. Pero el aislamiento y la imposibilidad de aprovechar los recursos del mercado mundial aun cuando fuese sobre bases capitalistas (ya que el comercio exterior había caído a una cuarta o quinta parte de lo que era en 1931), no sólo obligaban a hacer enormes gastos en la defensa nacional, sino que provocaban uno de los más desventajosos repartos de las fuerzas productivas y un lento crecimiento del nivel de vida de las masas. Sin embargo, la plaga burocrática ha sido el producto más nefasto del aislamiento.
Las normas políticas y jurídicas establecidas por la revolución ejercen, por una parte, una influencia favorable sobre la economía atrasada y sufren, por otra, la acción deprimente de un medio retrasado. Cuanto más largo sea el tiempo que la URSS permanezca rodeada por un medio capitalista, más profunda será la degeneración de los tejidos sociales. Un aislamiento indefinido provocaría infaliblemente no el establecimiento de un comunismo nacional, sino la restauración del capitalismo.
Si la burguesía no puede dejarse asimilar pacíficamente por la democracia socialista, el Estado socialista, por su parte, tampoco puede fusionarse pacíficamente con un sistema capitalista mundial. El desarrollo socialista pacífico de "un solo país" no está en el orden del día de la historia; una larga seria de transtornos mundiales se anuncia: guerras y revoluciones. En la vida interior de la URSS también se anuncian tempestades inevitables. En su lucha por la economía planificada, la burocracia ha tenido que expropiar al kulak; en su lucha por el socialismo, la clase obrera tendrá que expropiar a la burocracia sobre cuya tumba podrá inscribir este epitafio: "Aquí yace la teoría del socialismo en un solo país".

2.- LOS "AMIGOS" DE LA URSS

Por primera vez, un poderoso Gobierno compra en el extranjero, no a la prensa de derecha, sino a la de izquierda y aun de extrema izquierda. La simpatía de las masas por la más grande de las revoluciones es canalizada hábilmente en favor de la burocracia. La prensa "simpatizante" pierde insensiblemente el derecho de publicar lo que podría causar la menor contrariedad a los dirigentes de la URSS. Los libros desagradables al Kremlin son maliciosamente obviados. Apologistas ruidosos y desprovistos de todo talento son traducidos a varios idiomas. Hemos tratado de no citar en este trabajo las obras típicas de los "amigos" de la URSS, prefiriendo necedades originales a las transcripciones extranjeras. La literatura de los "amigos", comprendiendo la de la III Internacional Comunista, que es la fracción más ramplona y vulgar, presenta, sin embargo, un volumen imponente y su papel en la política no es despreciable, de manera que hay que consagrarle algunas páginas.
El libro de los Webb, El comunismo soviético, ha sido declarado como una aportación considerable al patrimonio del pensamiento. En lugar de decir lo que se ha hecho y en qué sentido evoluciona la realidad, estos autores emplean 1.500 páginas para exponer lo que se ha proyectado en las oficinas o promulgado en las leyes. Su conclusión es que el comunismo se realizará en la URSS cuando los planes y, las intenciones hayan pasado al terreno de los hechos. Tal es el contenido de un libro deprimente, que transcribe los informes de las cancillerías moscovitas y los artículos de prensa publicados en los jubileos.
La amistad que se tiene a la burocracia soviética no llega a la revolución proletaria; es más bien una prevención contra ella. Los Webb están dispuestos, sin duda, a reconocer que el sistema soviético se extenderá un día al resto del mundo. Pero "cuándo o con qué modificaciones; por una revolución violenta, por una penetración pacífica, por una imitación consciente, son preguntas a las que no podemos responder" ("But how, when, with what modifications, and whether through violent revolution or by peaceful penetration, or even by consous imitation, are questions we cannol answer"). Esta negación diplomática, que constituye en realidad una respuesta inequívoca, muy característica de los "amigos", da la medida de su amistad. Si todo el mundo hubiera respondido así al problema de la revolución, antes de 1917 por ejemplo, actualmente no habría Estado soviético y estos "amigos" británicos dedicarían sus simpatías a otros objetos.
Los Webb hablan de la presunción de esperar revoluciones en Europa en un porvenir muy próximo, como si fuera una cosa muy natural; ven en este argumento una prueba tranquilizadora de lo razonable del socialismo en un solo país. Con toda la autoridad de gentes para quienes la Revolución de Octubre fue una sorpresa, muy desagradable por otra parte, nos enseñan la necesidad de construir el socialismo en las fronteras de la URSS, a falta de otras perspectivas. Por cortesía se abstiene uno de encogerse de hombros. En realidad nuestra discusión con los Webb no es acerca de la necesidad de construir fábricas en la Unión Soviética y emplear fertilizantes minerales en las granjas colectivas, sino acerca de si es necesario preparar una revolución en Gran Bretaña y cómo se debería hacer. Pero sobre este preciso punto, nuestros sabios sociólogos se declaran incompetentes y el problema mismo les parece en contradicción con la "ciencia".
Lenin detestaba a los burgueses conservadores que se creen socialistas, y más particularmente a los fabianos ingleses. El índice alfabético de autores citados en sus Obras muestra la hostilidad que demostró toda su vida a los Webb. Por primera vez, en 1907, los trató de "estúpidos panegeristas de la mediocridad pequeño burguesa británica" que "tratan de presentar al cartismo, época revolucionaria del movimiento obrero inglés, como una simple niñería". Sin el cartismo, la Comuna de París hubiera sido imposible, y sin uno Y otra, la Revolución de Octubre también lo hubiera sido. Los Webb no encontraron en la URSS más que mecanismos, administrativos y planes burocráticos; no vieron ni el cartismo, ni la Comuna, ni la Revolución de Octubre. La revolución les resulta extraña, o cuando menos una "niñería desprovista de sentido".
Como se sabe, Lenin no se preocupaba por los modales palaciegos en su polémica con los oportunistas. Pero sus epítetos injuriosos ("lacayos de la burguesía", "traidores", "almas serviles", etc.) contuvieron, durante años, un juicio maduro sobre los Webb, propagandistas del fabianismo, es decir de la respetabilidad tradicional y de la sumisión a los hechos. No podría hablarse de un cambio profundo en el pensamiento de los Webb durante los últimos años. Esta misma gente, que durante la guerra apoyó a su burguesía y que aceptó más tarde de manos del rey el título de Lord Passfield, no ha renunciado a nada, no ha cambiado nada, adhiriéndose al comunismo en un solo, y más si es extranjero, país. Sidney Webb era ministro de las Colonias, es decir, carcelero en jefe del imperialismo inglés, en el momento en que se aproximó a la burocracia soviética, de la que recibió los materiales para su mazacote.
Tan tarde como 1923, los Webb no veían gran diferencia entre
el bolchevismo y el zarismo (véase The Decay of Capitalist Civilisation, 1923). En cambio, reconocían sin reservas la "democracia" estalinista. No tratemos de ver en esto una contradicción. Los fabianos se indignaban al ver que el pueblo privaba de libertad a las "personas instruidas", pero encuentran muy natural que la burocracia prive de libertad al proletariado. ¿Esta no ha sido siempre la función de la burocracia laborista? Los Webb afirman que la crítica es completamente libre en la URSS. Demuestran con ello una falta absoluta de sentido del humor. Citan con la mayor seriedad a la notoria "autocrítica" que se considera es una parte de los deberes oficiales, cuyo objeto y límites se pueden determinar fácilmente de antemano.
¿Candor? Ni Engels ni Lenin consideraban a Sidney Webb como un ingenuo. Tal vez respetabilidad. Los Webb hablan de un régimen establecido y de anfitriones agradables. Desaprueban profundamente la critica marxista de lo que es y, por lo mismo, se sienten llamados a defender la herencia de la Revolución de Octubre contra la Oposición de Izquierda. Indiquemos, para ser más explícitos, que el Gobierno laborista al que pertenecía Lord Passfield rehusó en su tiempo la entrada en Inglaterra al autor de esta obra. Sidney, Webb, que en esos momentos trabajaba en su libro, defendía de esa manera a la URSS en el dominio de la teoría y al imperio de Su Majestad Británica en el de la práctica. Y lo que lo honra más, es que permanecía fiel a sí mismo en ambos casos.
Para muchos pequeño burgueses que no disponen de una pluma ni de un pincel, la "amistad" oficialmente sellada con la URSS es una especie de certificado de intereses espirituales superiores... La adhesión a la francmasonería o a los clubs pacifistas es bastante análoga a la afiliación a las sociedades de "Amigos de la URSS", pues permite llevar dos existencias a la vez, una trivial, en el círculo de los intereses cotidianos; la otra más elevada. Los "Amigos" visitan de vez en cuando Moscú; toman nota de los tractores, de las guarderías, de los pioneros, de los paracaidistas, de todo, en una palabra, salvo de la existencia de una nueva aristocracia. Los mejores de ellos cierran los ojos por aversión a la sociedad capitalista. André Gide lo confiesa francamente: "También influyen, y mucho, la estupidez y la falta de honradez de los ataques contra al URSS para que pongamos alguna obstinación en defenderla". La estupidez y la falta de honradez de los adversarios no pueden justificar nuestra propia ceguera. Las masas, en todo caso, necesitan amigos que vean claro.
La simpatía del mayor número de burgueses radicales y radical "socialistas" hacia los dirigentes de la URSS tiene causas no desprovistas de importancia. A pesar de las diferencias de programas, los partidarios de un "progreso" adquirido o fácil de realizar predominan entre los políticos de oficio. Existen muchos más reformistas que revolucionarios en el planeta; muchos más adaptados que irreductibles. Se necesitan épocas excepcionales de la historia para que los revolucionarios salgan de su aislamiento y para que los reformistas hagan el papel de peces fuera del agua.
No hay en la burocracia soviética actual un solo hombre que en abril de 1917, y aun mucho más tarde, no haya considerado fantástica la idea de la dictadura del proletariado en Rusia (esa fantasía se llamaba entonces... trotskismo). Los "amigos" extranjeros de la URSS, pertenecientes a las generaciones mayores, durante decenas de años consideraron a los mencheviques rusos como políticos "realistas", partidarios del "frente popular" con los liberales y que rechazaban la dictadura como una locura. Otra cosa es reconocer una dictadura cuando ya se ha alcanzado, aún desfigurada por la burocracia; en este caso, los "amigos" están justamente a la altura de las circunstancias. Ya no se limitan a ofrecer sus respetos al Estado soviético, sino que pretenden defenderlo en contra de sus enemigos, no tanto contra los que le empujan hacia atrás como contra los que le preparan un porvenir. ¿Estos "amigos" son patriotas activos como los reformistas ingleses, franceses, belgas y demás? Entonces es cómodo justificar su alianza con la burguesía invocando la defensa de la URSS. ¿O por el contrario, son derrotistas a pesar de sí mismos, como los socialpatriotas alemanes y austríacos de ayer? En este caso esperan que la coalición de Francia con la URSS les ayude a vencer a los Hitler y los Shuschningg. León Blum, que fue un adversario del bolchevismo en su periodo heroico y abrió las páginas de Le Populaire a las campañas contra la URSS, ya no imprime una sola línea sobre los crímenes de la burocracia soviética. Del mismo modo que el Moisés de La Biblia, quien devorado por el deseo de ver el rostro divino no pudo mas que postrarse ante la parte posterior de la divina anatomía, los reformistas, idólatras del hecho consumado, no son capaces de conocer y de reconocer más que su carnoso trasero burocrático.
Los jefes comunistas actuales pertenecen, en realidad, al mismo tipo de hombres. Después de muchas piruetas y acrobacias, han descubierto de pronto las ventajas del oportunismo, al que se han convertido con la frescura de la ignorancia que los caracterizó siempre. Su servilismo hacia los dirigentes del Kremlin, no siempre desinteresado, bastaría para privarlos absolutamente de cualquier iniciativa revolucionaria. A los argumentos de la crítica sólo responden con ladridos y mugidos; en cambio, ante el látigo del amo, menean la cola. Estas personas tan poco atractivas, que a la hora del peligro correrán a los cuatro vientos, nos consideran "flagrantes contrarrevolucionarios". ¿Qué más da? La historia, a pesar de su carácter austero, no puede transcurrir sin alguna farsa ocasional.
Los más clarividentes de los "amigos" admiten, al menos en la intimidad, que hay manchas en el sol soviético, pero sustituyendo la dialéctica con un análisis fatalista, se consuelan con el pensamiento de que una "cierta" degeneración burocrática era inevitable en las condiciones dadas. Sea. Pero la resistencia al mal no lo es menos. La necesidad tiene dos extremos: el de la reacción y el del progreso. La historia nos enseña que los hombres y los partidos que tiran de ella en sentidos contrarios terminan por encontrarse a ambos lados de la barricada.
El último argumento de los "amigos" es que los reaccionarios asirán con dos manos cualquier crítica al régimen soviético. Esto es innegable y tratarán además de aprovechar esta obra. ¿Alguna vez sucedió de otro modo? El Manifiesto Comunista recordaba desdeñosamente que la reacción feudal trató de explotar la crítica socialista contra el liberalismo. Sin embargo, el socialismo revolucionario siguió su camino. Nosotros seguiremos el nuestro. La prensa comunista dice, sin duda, que nuestra critica prepara... la intervención armada contra la URSS. Esto quiere decir, evidentemente, que los gobiernos capitalistas, al saber por nuestros trabajos lo que ha llegado a ser la burocracia soviética, van a castigarla por haber abandonado los principios de Octubre. Los polemistas de la III Internacional no esgrimen la espada sino el garrote o armas todavía menos aceradas. La verdad es que la crítica marxista, al llamar a las cosas por su nombre, sólo puede consolidar el crédito conservador de la diplomacia soviética a los ojos de la burguesía.
No sucede lo mismo con la clase obrera y los partidarios sinceros que tiene entre los intelectuales. Allí, nuestro trabajo puede, en efecto, hacer que nazcan dudas y suscitar desconfianza, pero no hacia la revolución sino hacia sus usurpadores. Y éste es el fin que nos hemos propuesto. Pues el motor del progreso es la verdad y no la mentira.

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