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Bergoglio Papa: Por qué y para qué

Jueves 21 de marzo de 2013, por Robert Paris

Bergoglio Papa: Por qué y para qué

Escrito por PSTU Argentina

Hubo sorpresa y estupor por partes iguales. No estaba en los pronósticos ni en las apuestas. Los medios comenzaron a celebrar, todavía incrédulos, la elección del “Papa argentino”.

En seguida se recordó que en 2005 había sido el segundo cardenal más votado después del alemán Ratzinger, que fue Papa por ocho años con el nombre de Benedicto XVI, hasta su reciente renuncia.

Entonces se comienza a entender que lejos de ser alguien ignoto, imprevisto o improvisado, el cardenal Jorge Bergoglio es desde hace años uno de los hombres más poderosos e influyentes de la Iglesia Católica mundial.

El jesuita argentino es un hombre conservador, que tiene una larga trayectoria de defensa de las posturas más reaccionarias de la iglesia. Coincidente en todo lo esencial con las posiciones de su antecesor. Pero, al mismo tiempo, por provenir de un país latinoamericano, puede dar una sensación de renovación, de apertura, respecto de la curia italiana, europea y norteamericana, carcomidas por la crisis económica, la corrupción y los escándalos por violaciones masivas de niños. Por eso y para eso fue electo Papa.

La Iglesia al ritmo del imperialismo

Después de los años negros de la Segunda Guerra Mundial en los que apoyó los regímenes contrarrevolucionarios de Mussolini y Hitler, en la posguerra la Iglesia Católica se alineó con el nuevo amo, Estados Unidos. Promoviendo los partidos demócrata-cristianos que cumplieron un rol central en la reconstrucción capitalista de Europa occidental.

Asociada al éxito del nuevo orden mundial imperialista en el gran boom económico de la posguerra, la Iglesia Católica tendría su momento de mayor esplendor con el Papa Juan XXIII (1958-1963). Este impulsaría a través del Concilio Vaticano II una orientación de apertura a todos los cristianos y un espíritu general de inclusión o “ecumenismo”.

El mensaje era que todos tendrían su lugar en la gran prosperidad de la democracia imperialista.

El inicio de la crisis mundial a fines de los años sesenta, en la que se combinó la caída de las economías centrales con la primera derrota militar de Estados Unidos en Vietnam, golpeó también a la Iglesia Católica.

Comenzaron a destaparse grandes escándalos en la Iglesia, en particular los relacionados con el Banco Ambrosiano donde se comprobaron graves desfalcos. Al mismo tiempo surgieron en el seno de la iglesia corrientes que cuestionaron el sostén de la curia al orden imperialista, como fue en América Latina el caso de la Teología de la Liberación.

La jerarquía de la iglesia buscó reafirmar su rol de principal custodia de la fe imperialista, sumándose en los años ochenta a la cruzada contrarrevolucionaria encabezada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher. A la que se asociaron desde la URSS Mijail Gorbachov y desde China Deng Xiao Ping, encargados de concretar la restauración capitalista en los estados gobernados por los PC.

El carismático Carol Wojtyla, el Papa polaco que tomó el nombre de Juan Pablo II, cumpliría un rol de primera magnitud en ese frente único contrarrevolucionario mundial, apoyado en su influencia sobre las masas del Este, en particular el movimiento Solidaridad de Polonia y promoviendo los valores occidentales y cristianos de la democracia imperialista.

En su extenso pontificado (1978-2005) fue un factor fundamental en los logros de la contrarrevolución en ese período, como se vio, por ejemplo, en su rol para concretar la rendición de la dictadura militar Argentina en la guerra de las Malvinas.

Y ello se extendió hasta el apoyo a la nueva ofensiva contrarrevolucionaria lanzada por George Bush a principios de este siglo con la ocupación militar de Irak y Afganistán.

En este período creció mucho la influencia de la Iglesia Católica en Estados Unidos, con sus 70 millones de fieles. La que se convertiría en el principal sostén económico del Vaticano.

Crisis imperialista, crisis en la Iglesia.

A la muerte de Wojtyla en 2005, lo sucedió Ratzinger, quien ratificó el apoyo a la política de Bush. Pero esto coincidió con un momento en que comenzaban a acumularse los factores que llevarían a la gran crisis imperialista mundial que vivimos hoy.

Paralelamente al empantanamiento y posterior retirada imperialista de Irak (y pronto de Afganistán) y al inicio de la gran crisis financiera en 2007, la Iglesia comenzó a vivir un nuevo periodo de dificultades económicas, combinado con la aparición de cada vez más denuncias de casos de pedofilia ocultados por la jerarquía eclesiástica en Estados Unidos, en numerosos países europeos.

A lo que la Argentina puede aportar el notorio caso del padre Grassi entre otros.

En particular la Iglesia Católica de Estados Unidos gastó más de 600 millones de dólares en indemnizaciones a las familias de niños víctimas de violaciones por curas.

Lo que redujo su aporte financiero a Roma, provocando un gran déficit en las arcas de la Iglesia. Y junto con ello salen a luz nuevos casos de corrupción en la curia romana.

El imperialismo yanqui respondió a la crisis abierta a partir del fracaso del proyecto contrarrevolucionario de George Bush con la figura de Obama para administrar el imprescindible ajuste anti-obrero. Un dirigente negro profundamente conservador y comprometido con el corrupto aparato del Partido Demócrata, pero que presenta la imagen de alguien sensible a los problemas del pueblo.

Ahora la Iglesia busca acomodarse al nuevo período de crisis con una figura como la de Bergoglio que, al igual que Obama, y en su caso por ser latinoamericano, aparece como renovador, sin por ello dejar de ser un sostenedor de la ortodoxia católica.

Un digno representante de lo peor de la iglesia.

Los medios hablan de “un pastor que siempre acompañó a los pobres” y de un “conservador moderado que sorprende por su modestia y sencillez”. Entre los primeros saludos al nuevo Papa estuvieron el de Obama y de Raúl Castro, por su parte el reemplazante de Chavez, Nicolás Maduro, declaró que creía que el fallecido “Comandante” había ayudado desde el cielo a su elección. En nuestro país los medios y otras figuras como el mismísimo Perez Esquivel han empezado a actuar para intentar esconder la parte más oscura de su pasado. Desde los sectores de más extrema derecha hasta los autodenominados progresistas le han dado su apoyo. Jorge Mario Bergoglio es en realidad un digno representante de la conducción de la Iglesia Argentina, una de las más retrógradas del mundo.

Los cardenales encontraron en Ratzinger hace ocho años un hombre cuyo primer antecedente era haber militado en las juventudes hitlerianas. En Bergoglio encuentran a un miembro de la orden Jesuita que acompañó a la cúpula eclesiástica argentina en el apoyo a la dictadura militar de Videla. Incluso se lo acusa de haber facilitado la detención y tortura de dos curas que hacían trabajo en las villas miseria. No es ninguna casualidad que bajo la conducción de Bergoglio la iglesia no haya excomulgado a Videla ni a ninguno de los genocidas condenados en los juicios de estos años por las desapariciones, torturas, robos de bebés y demás crímenes de la dictadura.

En el terreno político-social estuvo alineado en 2008 junto a la Mesa de Enlace en la rebelión de los sojeros ricos del campo contra el intento de aumentarles los impuestos.

Además, los años kirchneristas, en los que cumple su principal rol a la cabeza de la conferencia de obispos como cardenal primado de la Argentina, lo encuentran en la férrea oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo: lo calificó de una política del diablo para destruir la familia tradicional. Es un militante contra el aborto y contra toda forma de anticoncepción, incluido el uso de profilácticos como medida sanitaria.

Dentro de la iglesia se opone al ordenamiento de mujeres como sacerdotes y en general a todo cambio en el estricto régimen machista-patriarcal que la rige.

No sorprende que en Buenos Aires, mientras los medios oficiales tratan de colocar la impactante noticia de su ascensión al papado en un segundo plano, los medios y la oposición de derecha celebran el nombramiento de Bergoglio como un triunfo propio. Del que se han hecho voceros amigos íntimos de Bergoglio, como la diputada Gabriela Micheti del Pro que encabeza el derechista intendente de Buenos Aires, Mauricio Macri.

Todo esto conduce inevitablemente a la pregunta: ¿Por qué ante la necesidad de dar una imagen de renovación, se recurre a un personaje tan nefasto, digno representante de lo peor y lo más retrógrado de la Iglesia Católica? La respuesta es que la conducción de la Iglesia Católica no tiene otra cosa que ofrecer.

Bergoglio es en todo caso uno de los más “moderados”, uno de los menos impresentables integrantes de una burocracia corrupta y degenerada, comprometida con los intereses y las políticas imperialistas y manchada cada vez más por las denuncias de desfalcos bancarios y encubrimiento de violaciones masivas de niños.

Los cardenales esperan que con Bergoglio al timón, aprovechando las expectativas generadas por su nombramiento, pueda taparse un poco la corrupción en Roma, poner un poco de orden en las cuentas vaticanas, disimular mejor el escándalo generalizado de las violaciones de niños. Y que la Iglesia sobreviva con el menor costo posible a una nueva crisis para mantenerse, como lo ha hecho a lo largo de toda su historia, al servicio del poder y la opresión.

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