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Dos años después…La revolución Continúa

Martes 9 de abril de 2013, por Robert Paris

Dos años después…La revolución Continúa

Escrito por Ronald León Núñez

La estratégica región del Norte de África y Medio Oriente se encuentra sacudida por una imponente ola de revoluciones populares que han transformado el mapa político de toda el área.

Este ciclo de revoluciones, que el propio John Kerry, nuevo canciller de EEUU, definió como “la mayor convulsión desde la caída de Imperio Otomano”, representa la más cabal e incuestionable prueba del rotundo fracaso de la campaña ideológica del imperialismo que pretendió sepultar y decretar “el fin de la historia y de las revoluciones”.

Pues ahí están. Imponentes y aterrorizantes para las clases poseedoras. Los pueblos oprimidos nuevamente derrocan gobiernos y regímenes de décadas haciendo revoluciones que comenzaron con una chispa que incendió un pastizal que hacía mucho tiempo estaba seco.

El 17 de diciembre de 2010, un joven tunecino llamado Mohamed Bouazizi llegó al límite cuando la policía lo abofeteó en la calle y le confiscó el carrito con el que vendía frutas. Tomó la decisión de quemarse a lo bonzo, como desesperado acto de protesta contra la situación económica y la opresión de la dictadura de Ben Alí.

Esa chispa comenzó el incendio revolucionario en Túnez y en toda la región. Fue el detonante de un proceso social y político profundo, incubado durante décadas hasta estallar en una vigorosa onda expansiva. Lo que vino a confirmar aquella ley que, tiempo atrás, estableció León Trotsky: “Toda revolución es imposible hasta que se torna inevitable”.

Los dictadores de Túnez, Egipto, Libia y Yemen fueron derrocados por la acción de las masas. Una larga y sangrienta guerra civil en Siria sigue en curso sin visos de rápida resolución y existe un reanimamiento de la lucha palestina.

Son muchos los hechos y complejas las contradicciones. El momento histórico que vivimos hace imperioso discutir un balance, aunque sea provisorio, con el objetivo de apuntar las lecciones y trazar las perspectivas del proceso general.

Existen muchos interrogantes entre los luchadores revolucionarios y activistas honestos: ¿cuál es el carácter del proceso: son o no revoluciones y de qué tipo? ¿Las masas han avanzado o retrocedido? ¿Cuál es la política central del imperialismo? ¿Qué tipo de direcciones tienen las masas actualmente y cuál es su papel? ¿Cuál debe ser la ubicación, el programa y la política de los revolucionarios?

Revoluciones son revoluciones

Hay quienes dicen, incluso entre los que se dicen trotskistas, que lo que ocurre en el mundo árabe no tiene nada que ver con una revolución. Los líderes del castro- chavismo, por ejemplo, afirman que es “una contrarrevolución” y apoyan a los dictadores sanguinarios, cuestionados por las masas.

Hay quienes, con argumentos más “izquierdistas”, llegan a la misma conclusión que los jefes “bolivarianos”. Estos analistas se esfuerzan por demostrar “teóricamente” que lo que sucede no pasa de una simple “ola de protestas y rebeliones”1, porque los hechos no cumplen las condiciones de sus rígidos esquemas. A estos últimos, Trotsky les respondería:

“El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas de este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los periodistas. Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, éstas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen. Dejemos a los moralistas juzgar si esto está bien o mal. A nosotros nos basta con tomar los hechos tal como nos los brinda su desarrollo objetivo. La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”.

Cabe interpelarlos: ¿qué están haciendo, entonces, las masas egipcias, sirias, tunecinas o libias –con todas sus contradicciones y limitaciones– sino “intervenir directamente en los acontecimientos históricos” y en la “determinación de sus propios destinos”? ¿Cómo no llamar “revoluciones” a estos poderosos procesos objetivos que derrocan dictadores y todo tipo de “representantes tradicionales” y se erigen como “punto de partida” para avanzar?

También están los que correctamente dicen que estamos delante de revoluciones y apoyan la lucha de las masas contra las dictaduras, como es el caso de MES2, corriente interna del PSOL brasileño. Pero este acierto acaba siendo limitado, pues lo enmarcan, sin admitirlo, dentro de un error estratégico global: la concepción estalinista de la “revolución por etapas”:

“Siendo revoluciones democráticas, aquéllos que levantan ya como tarea la bandera del socialismo están absolutamente descontextualizados. No hay hoy por hoy la posibilidad de crear una alternativa de masas bajo esta consigna. Hay sí posibilidad de destrucción de viejos regímenes y conquista de independencia frente al imperialismo”.3

Como los partidos europeos llamados “anticapitalistas”, el MES apoya las revoluciones árabes solamente en los marcos del derrocamiento de dictaduras y la conquista de la “democracia radical” pues, para ellos, el proceso no pasaría de una “revolución democrática” que necesariamente debe detenerse en la caída de los regímenes dictatoriales. Para ellos, la perspectiva socialista, la toma del poder por la clase trabajadora y el pueblo oprimido para avanzar de las tareas democráticas a las tareas anticapitalistas, simplemente no están planteadas en la realidad.

Planteadas estas cuestiones, la posición de la LIT-CI, desde el principio, es que en esa región se están dando revoluciones y esas revoluciones tienen un contenido y un curso objetivamente socialista, aunque comiencen básicamente por problemas democráticos y el carácter socialista continúe siendo inconsciente.

Son socialistas porque enfrentan gobiernos y regímenes que sostienen Estados burgueses y son profundamente pro-imperialistas. En otras palabras, la lucha de las masas se enfrenta objetivamente al capitalismo y al imperialismo. Si este carácter anticapitalista y socialista aún es inconsciente, es debido a la falta de una dirección revolucionaria e internacionalista.

Por todo lo anterior, apoyamos incondicionalmente estas revoluciones –las dirija quien las dirija– y estamos en la primera línea en la pelea por la caída de los dictadores y la conquista de amplias libertades democráticas para los pueblos. Encaramos esta lucha con la estrategia de que la acción revolucionaria de las masas no se detenga en ese “punto de partida” (la caída de las dictaduras) y continúe avanzando hasta el socialismo en cada país y en toda la región, como parte de la revolución socialista mundial.

¿Invierno árabe?

A dos años de su inicio, no son pocos los que afirman que la ola revolucionaria retrocedió o se “desvió”. Hay variados argumentos, de derecha a “izquierda”, que concluyen que la “primavera” dio paso al “invierno”: que comenzó “pacífica” y derivó en guerra civil en Libia o Siria; que han sido los sectores islamistas quienes aumentaron su influencia o ya gobiernan Egipto y Túnez, o porque el imperialismo y las direcciones burguesas “secuestraron” las “rebeliones”.

¿La revolución avanzó o retrocedió? Lo central es responder estos interrogantes: ¿el imperialismo y las burguesías de la región consiguieron derrotar el proceso revolucionario y han estabilizado la región? ¿Ellos están más fuertes o más debilitados que antes del inicio de la ola de revoluciones?

Para nosotros, ni la revolución fue derrotada ni el imperialismo consiguió estabilizar la región, a pesar de sus esfuerzos y de toda la ayuda que las direcciones burguesas –la Hermandad Musulmana y otras en Libia y Siria– le están prestando.

Al contrario, con sus contradicciones y desigualdades de ritmo y profundidad político-militar, la revolución continúa avanzando y asestando golpes a la dominación capitalista e imperialista. Revisemos, aunque sea de forma sucinta, los procesos más importantes de la región (Siria, Egipto y Libia).

Siria: una sangrienta guerra civil en curso

Actualmente, el punto más alto de este proceso revolucionario, se encuentra en Siria, donde el pueblo tomó las armas para derrocar la sanguinaria dictadura de Bashar Al Assad, parte de un régimen que se mantiene hace 40 años.

La ONU habla de 70.000 muertos. Más de 800.000 personas salieron del país huyendo de las masacres del régimen y ahora sobreviven en pésimas condiciones en “campos de refugiados” en Líbano, Turquía y Jordania.

Después de meses de intensos combates, de avances y retrocesos, los rebeldes agrupados en el Ejército Libre de Siria (ELS) han liberado y controlan amplias zonas en las inmediaciones de Alepo (centro económico del país) e Idlib, en el noroeste; diversas poblaciones en torno a Homs; parte del valle de Al Qalamoun (frontera con Líbano), y franjas de tierra en la frontera con Israel y Jordania, al sur.

Cuando cerramos este artículo, tropas rebeldes realizan ataques en diversos puntos de Damasco, bastión del régimen y de la alta cúpula militar. Durante meses, los combates estaban restrictos a la periferia de la ciudad, situación que forzó al régimen a bombardear barrios de la propia capital. Ahora los choques armados se dan con más intensidad y frecuencia en las zonas céntricas. La última vez que los rebeldes habían logrado atacar el corazón del régimen fue el atentado de julio pasado (murieron varios altos mandos militares y el propio cuñado de Al Assad).

Estos avances militares rebeldes se combinan con una situación económica cada vez más insostenible para Al Assad, agravada por la dantesca destrucción que producen sus propios bombardeos masivos y por las sanciones internacionales que pesan sobre su régimen.

No obstante, es un hecho que Al Assad mantiene superioridad militar, especialmente aérea y blindada. Además, todavía cuenta con el apoyo militar y económico de Irán, Rusia y Hezbolah, y de los gobiernos castro-chavistas, como la Venezuela de Hugo Chávez, que sigue abasteciendo de combustible los aviones que masacran al pueblo sirio. A pesar del heroísmo y de los innegables logros rebeldes, todos estos elementos, impiden un avance decisivo de la revolución y configuran una situación donde el fin de la guerra civil se presenta lejano e incierto.

La LIT-CI apoya incondicionalmente la lucha armada del pueblo sirio, la dirija quien la dirija políticamente, pues su triunfo será el de todos los pueblos del mundo y generará mejores condiciones para que avance la revolución en toda la región. Desde esa ubicación, llama a los trabajadores y el pueblo sirio a no confiar en el imperialismo ni en las direcciones burguesas, y a construir sus propias herramientas políticas para que la revolución no se detenga en la caída de Al Assad y avance hasta la solución de las necesidades más profundas de las masas, es decir, hasta la toma del poder por la clase obrera y el pueblo.

Egipto: “¡El pueblo quiere la caída del régimen!”

En este país, el más populoso e importante del mundo árabe, el segundo aniversario, encontró nuevamente a decenas de miles de manifestantes en las calles de las principales ciudades.

La revolución nunca se detuvo. Miles de trabajadores y jóvenes exigen al gobierno de la Hermandad Musulmana, presidido por Mohamed Morsi, el cumplimiento de las demandas democráticas y económicas insatisfechas desde que derrocaron a Mubarak, en febrero de 2011. Los reclamos más coreados en las movilizaciones son los mismos de hace dos años: “Pan, Libertad y Justicia Social” y “¡El pueblo quiere la caída del régimen!”. El gobierno de Morsi, junto con la cúpula militar, responde con una brutal represión y un endurecimiento aún mayor del régimen.

Para entender mejor la situación, se hace necesario detenernos un poco en la cuestión del régimen político. La revolución, sin dudas, conquistó un primer e importantísimo triunfo al derrocar al odiado dictador Mubarak. Sin embargo, a pesar de la poderosa movilización popular y debido a la traición de direcciones tradicionales con mucho arraigo popular, fundamentalmente la Hermandad Musulmana, el derrocamiento de Mubarak no representó la caída del régimen político. Éste continúa asentado en la preeminencia y en los enormes privilegios económicos de la alta cúpula militar.

Amparados ahora por el gobierno de Morsi, los generales egipcios siguen controlando cerca de 40% de la economía, manejando sin control alguno su propio presupuesto y nominando al ministro de Defensa. Continúan siendo, además, el segundo ejército –después de Israel– que más “ayuda militar” recibe de EEUU (1.400 millones de dólares anuales).

Los militares continúan detentando las riendas del poder económico y político en Egipto. Primero, a través de la Junta Militar que encabezaba el mariscal Tantawi. Después, con el pacto contrarrevolucionario entre la Hermandad y el alto mando militar, por el cual Morsi asumió la presidencia a cambio de mantener intactos los intereses y privilegios del Ejército. Por todo lo anterior, podemos afirmar que el régimen, sin Mubarak, se mantiene y se sustenta en este pacto.

Su esencia (bonapartista, represor y sumiso al imperialismo) continúa intacta, pues fue reformado y no destruido, como sí sucedió en el caso de Libia. Obviamente, la situación general es muy diferente a la de la era Mubarak. Debido a los golpes de la revolución, el régimen tuvo que adecuarse al proceso revolucionario en curso y “modificar algo para mantener el todo”. Ahora existen muchos nuevos partidos, y otros que estaban casi proscriptos –como la propia Hermandad– cumplen un papel protagónico. Existen nuevas organizaciones, sindicatos y un clima de movilización permanente, y al régimen no le resulta tan fácil como antes la represión abierta.

La LIT corrige su primera caracterización

Una mirada superficial puede dar la impresión equivocada de que el régimen cambió. Incluso, la LIT-CI caracterizó durante muchos meses que la caída de Mubarak representó también la caída del régimen. Así lo definimos en nuestro X Congreso Mundial (2011). Después de estudiar mejor la realidad y discutir los nuevos hechos, corregimos esta caracterización equivocada. Pudimos ver que los cambios, a pesar de ser producto directo de la revolución, no son cualitativos ni configuran un nuevo régimen, sino que son reformas (más o menos profundas) al mismo régimen que se asienta en las Fuerzas Armadas como institución fundamental.

Nada está definido. El pueblo explotado que derrocó a Mubarak no se conforma y va por más. Aplicando en la práctica el criterio de que cada conquista debe ser el punto de partida para otra conquista superior, las masas egipcias aumentan sus movilizaciones.

La diferencia es que estas movilizaciones ahora se enfrentan necesariamente con el gobierno de Morsi, no con Mubarak o con la Junta Militar de Tantawi. Esto hace que la experiencia se haga clara y concreta. En cada lucha, en cada ola de movilizaciones, en cada represión o declaración de estado de sitio, más se devela ante el pueblo el verdadero rostro de la Hermandad y su papel de garante del mantenimiento del régimen e instrumento del imperialismo para derrotar la revolución.

Libia: avanza la reconstrucción del Estado burgués

La revolución libia fue la más profunda de todas dentro de la región. Las masas, con su movilización revolucionaria y la lucha armada, demolieron el régimen dictatorial y pro-imperialista de Gadafi y luego lincharon al dictador.

El pueblo armado obtuvo una tremenda victoria, y protagonizó una revolución política democrática triunfante, liquidando un régimen político totalitario en un país capitalista. El caso libio se trató claramente de una revolución “socialista inconsciente” muy profunda, pues las masas, con su acción revolucionaria, destruyeron nada menos que el pilar fundamental del régimen y del propio Estado burgués: las Fuerzas Armadas.

La fuerza del proceso obligó al imperialismo a intervenir, sobre todo cuando vieron que era necesario desembarazarse de un Gadafi (al que apoyaron hasta el último minuto) que era ya incapaz de derrotar esa revolución.

En este marco, EEUU y el imperialismo europeo, a través de la ONU y la OTAN, realizaron una intervención militar para derrocar a Gadafi (por limitaciones políticas del imperialismo se restringió a ataques aéreos). Así lograron reubicarse y colocarse en mejores condiciones para intentar derrotar la revolución popular.

Al mismo tiempo, el imperialismo alentó y fortaleció una alternativa de poder a través del Consejo Nacional de Transición (CNT) y se trazó el objetivo de reconstruir lo antes posible nuevas Fuerzas Armadas y el Estado burgués propiamente dicho.

En este sentido, debido a la falta de una dirección revolucionaria, es un hecho que el imperialismo y los nuevos gobernantes libios lograron avanzar en tres cuestiones: 1) cooptaron a muchos líderes de milicias y los incorporaron al gobierno; 2) incorporaron a muchas milicias a las nuevas Fuerzas Armadas y al Estado que intentan reconstruir. La entrega del aeropuerto internacional de Trípoli (de importancia estratégica, y todo un símbolo de la fuerza de las milicias populares) y otros hechos similares donde milicias enteras entregan sus armas al nuevo gobierno, han sido avances importantes para la contrarrevolución; 3) se han realizado elecciones legislativas con muy buena participación popular y el apoyo de muchas milicias.

Las elecciones legislativas marcan un hecho importante en el desmonte de la revolución. Se hicieron el 7 de julio y fueron las primeras desde 1964. Se elegían 200 diputados que compondrían el Congreso Nacional Libio (CNL). La participación fue de 62% del padrón nacional. El CNT y el imperialismo, apoyados en las ansias populares por ejercer derechos democráticos, como el voto (vedados por décadas de dictadura), consiguieron canalizar en las elecciones parte importante de los anhelos populares de cambio.

¿Cuánto avanzaron el imperialismo y el CNT en el desmonte y desarme de las milicias populares que derrocaron a Gadafi? Este proceso también está avanzando. Al no existir una dirección revolucionaria que oriente la acción del pueblo a que su revolución avance hacia la toma del poder político y la instauración de un gobierno obrero, campesino y popular, centenas de milicias, además de fraccionarse y comenzar a defender intereses sectoriales y zonas de influencia, comienzan a vaciarse de amplios sectores de masas. Cansadas de una guerra civil que costó 50.000 vidas y de los sacrificios materiales provocados por la parálisis de la economía, intentan retomar sus vidas de antes de la revolución y muestran mucha expectativa en las elecciones y en toda la propaganda del imperialismo y de las autoridades libias sobre que la tarea “nacional” ahora es “reconstruir las instituciones y el país”.

Por supuesto, esto no significa que las milicias desaparecieron de la escena política. Todavía existen muchas que continúan combatiendo contra sectores que se reivindican gadafistas, y controlan centenas de presos ex colaboradores del antiguo régimen. Pero la dinámica no tiende a que se reorganicen democráticamente y continúen la lucha sobre nuevos objetivos revolucionarios, sino a que se disuelvan o se incorporen a las nuevas Fuerzas Armadas burguesas.

Esta situación política se da en el marco de que la actividad económica libia (casi paralizada durante la guerra civil) está recuperándose muy rápidamente, a partir del repunte de la producción y la mejoría de los precios internacionales del petróleo. El PIB creció fuertemente en 2012: un alza de 121,9% luego de una contracción de 59,7%, en 2011. La extracción de petróleo retomó el nivel previo a la guerra civil, (1,6 millones de barriles diarios) y varias multinacionales han retomado sus operaciones en Libia. Esto es un oxígeno importante para las autoridades libias: los hidrocarburos representan 70% del PIB, más de 95% de las exportaciones y 90% de los ingresos del gobierno.

El movimiento obrero

El movimiento obrero, de importancia estratégica para el avance de las revoluciones, cumple un papel desigual en la región. Da señales de reorganización y lucha en Egipto y Túnez, pero está casi ausente en Libia y Siria.

En Egipto, la clase obrera cumplió un papel importante en el período anterior y durante el derrocamiento de Mubarak. En 2012, hubo una serie de huelgas obreras, destacándose la empresa textil estatal de Mahalla, con más de 24.000 trabajadores y una referencia nacional. La huelga demandaba aumento de salarios, mayores beneficios jubilatorios y la exigencia de la destitución de los funcionarios provenientes del depuesto gobierno de Mubarak. La huelga se extendió a otras regiones.

Un proceso similar se dio en Túnez: a lo largo de 2012, hubo diversas luchas radicalizadas en varias ciudades, con cortes de rutas y huelgas en fábricas metalúrgicas y electrónicas. 2013 comenzó con una fuerte huelga general contra el gobierno islamista del partido Ennahda, que casi paralizó el país (adhirieron 1,5 millones de trabajadores). La huelga fue convocada por la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT), que tiene medio millón de afiliados y es la central más poderosa del Norte de África.

En este sentido, es fundamental una política para reorganizar el movimiento obrero de esos países sobre la base de un programa claro de independencia de clase con el cual disputar a fondo tanto las luchas económicas como las de carácter democrático, comenzando por el pleno derecho de organización sindical-política y el de huelga. Esta batalla es y será una lucha contra las direcciones burocráticas y burguesas (religiosas o no) que hacen de todo para dividir y frenar al movimiento obrero y de masas.

La política del imperialismo

Para derrotar las revoluciones, el imperialismo se vale de diversas tácticas, que varían de acuerdo con la situación de cada país. Frente a la movilización de las masas, su primera reacción ha sido invariablemente sostener lo más posible a los dictadores o a las monarquías serviles. Sólo cuando este apoyo se hizo insostenible (avivaba el incendio en vez de apagarlo), Washington pasó a defender la salida de algunos de sus antiguos aliados. Después de apoyarlos hasta el límite, Obama tuvo que exigir la salida de Mubarak, Gadafi y, actualmente, de Al Assad.

En los cálculos del imperialismo, “es mejor perder el anillo que los dedos”. Es una reubicación táctica, que nada tiene que ver con un apoyo a los reclamos económicos o democráticos de las masas árabes. Al retirar el apoyo a los dictadores, el imperialismo busca presentarse como el adalid de la “democracia” y “los derechos humanos”, siempre al servicio de posicionarse mejor para lograr su objetivo estratégico: derrotar una revolución de contornos regionales.

No se le puede achacar “inflexibilidad táctica”: critica los “crímenes contra los derechos humanos” y clama por “democracia” pero no dudó en apoyar la sangrienta represión –a través de tropas sauditas– a las movilizaciones revolucionarias en Bahrein, y continúa apoyando las tiránicas monarquías de ese país, Arabia Saudita o Jordania.

Aprovecha las aspiraciones democráticas de los pueblos que se liberan de las dictaduras y estimula procesos electorales (legislativos, constitucionales o referendos), como lo hizo en Egipto, Libia y Túnez. En Egipto, apoyó a la Junta Militar que sucedió a Mubarak, hasta conseguir el compromiso total de la Hermandad de respetar los pilares del régimen. Ahora, a pesar de su prédica contra el “peligro islamista”, apoya a la Hermandad y la utiliza como un instrumento valioso para confundir y contener la lucha revolucionaria en varios países.

Donde el pueblo tomó las armas, le gustaría intervenir con sus tropas y todo su poder militar para aplastar la revolución, pero no tiene condiciones políticas para ello, fundamentalmente debido a su histórica derrota en Irak y Afganistán, cuyo impacto negativo permanece.

En Libia, se limitaron a una intervención aérea y en Siria es claro que su línea no es una intervención militar. El propio Obama fue muy claro: “En una situación como la de Siria, tengo que preguntarme: ¿podría desencadenar una violencia aún peor o incluso provocar el uso de armas químicas?”. John Kerry, nuevo secretario de Estado, celebró que la estrategia en Libia “consiguiera nuestro objetivo sin poner un solo soldado en el terreno”. Agregó: “Todos sabemos que la diplomacia estadounidense no consiste sólo en ‘drones’ y despliegues de tropas”.

Este criterio es compartido también por los líderes europeos. El ministro alemán de Defensa, Thomas de Maizière, explicó que una intervención militar le parecería “legítima”, pero apuntó que “harían falta entre 100.00 y 200.000 efectivos para aspirar a tener algún éxito” contra el ejército de Al Assad. Esto, añadimos nosotros, tendría consecuencias imprevisibles para el imperialismo. Por eso no es hoy su primera opción.

A pesar de éxitos relativos, todavía es lejano lograr sus deseos de derrotar la revolución y estabilizar la región. El imperialismo y sus títeres, las burguesías árabes, tienen que enfrentar la acción de las masas que, además de cuestionar las dictaduras, poseen una conciencia y un odio antiimperialistas que no se ha atenuado con todas las reubicaciones de Obama. Este hecho se expresó en la ola de protestas radicalizadas contra embajadas y símbolos imperialistas en casi todos los países árabes y musulmanes, en setiembre pasado.

Perspectivas

Estas revoluciones son un proceso único e internacional. Es equivocado, y sólo sirve a la contrarrevolución, analizar el proceso de forma fragmentada, como si lo que pasa en Egipto y Túnez fuera diferente de lo que ocurre en Libia y Siria. Esta es la intención, en primer lugar, de la prensa capitalista de todo el mundo, y también del estalinismo y la corriente castro-chavista.

Esto los lleva a afirmar que era correcto apoyar la lucha de los pueblos egipcio y tunecino contra sus dictadores, pero que es “contrarrevolucionario” y “funcional al imperialismo” apoyar la lucha de los libios y sirios contra Gadafi o Al Assad, por tratarse de supuestos “líderes antiimperialistas y anti-sionistas”, lo cual es una gran mentira y una excusa para apoyar a dictadores genocidas. Así, no sólo son cómplices de esos dictadores manchados con sangre, sino que capitulan al imperialismo, al dejarle el camino libre para embanderarse cínicamente con la “defensa de las libertades democráticas”.

En la misma posición caen las sectas que condicionan su apoyo a la revolución libia o siria a una serie de exigencias: la existencia del papel protagónico de la clase obrera organizada y de un partido revolucionario. Como estos elementos no existen, la revolución se convierte en contrarrevolución (debido a las direcciones burguesas de las masas y a la intervención –armada o no– del imperialismo); ellas denuncian a las masas como agentes del imperialismo (“tropas terrestres de la OTAN”). Objetivamente, se colocan en el campo militar de las dictaduras, en contra de las masas. Tal es la posición vergonzosa de varias organizaciones, incluso “trotskistas”, como la organización internacional del PTS argentino, la Fracción Trotskista.

Para la LIT-CI, esta ola de revoluciones es un único proceso permanente y es parte de la revolución socialista mundial. Como ya afirmamos, la revolución, en general, con todas sus contradicciones y limitaciones, sigue avanzando. El proceso es desigual, existen victorias y derrotas de las masas, pero sigue.

Al odio contra las dictaduras, se suma el permanente sentimiento antiimperialista, sentimiento que se extiende al Estado nazi-sionista de Israel, a partir del hecho de ser un enclave militar-político del imperialismo con décadas de agresiones militares y usurpación de territorios de los pueblos árabes, fundamentalmente al pueblo palestino.

Las revoluciones impactaron en Palestina, histórica vanguardia del mundo árabe: asistimos a un reavivamiento de su lucha por su liberación. Esto se demostró en la heroica resistencia a la última agresión sionista a Gaza, que terminó con un alto el fuego (en la práctica, un retroceso de Israel) y, de forma distorsionada, en la aceptación de Palestina como “estado observador” de la ONU, en noviembre pasado.

Las luchas en Egipto, la huelga general en Túnez, las luchas económicas y democráticas en Jordania y Bahrein, la ola de protestas antiimperialistas de setiembre pasado y el curso de la lucha armada del pueblo sirio demuestran, como dice una reciente declaración de la LIT, que: “…el pasto está seco y cualquier chispa puede generar incendios mayores o menores. Esto es así porque los problemas estructurales que detonaron la ola de revoluciones en la región no han sido resueltos ni mucho menos”.

La aguda crisis económica y social en toda la región fue un elemento objetivo que detonó la ola de revoluciones. Esta tendencia continúa a pesar de la desigualdad. El FMI proyecta un crecimiento general por encima de 3,6%, en 2013. La previsión para Túnez, es de +3,3% y Egipto, + 3%. La economía siria caerá 20% y la de Irán -0,9%. Se estima también que los seis miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (Bahrein, Kuwait, Omán, Qatar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos) crecerán sólo 3,7% en 2013, el nivel más bajo desde 2009.

Incluso con este crecimiento coyuntural, no es posible augurar bonanza y estabilidad política. La crisis económica, social y política continuará, con desigualdades. El propio FMI admite que: “El crecimiento se mantendrá por debajo de las tendencias a largo plazo y el desempleo aumentará por el descenso de la demanda externa, los altos precios de los alimentos y combustibles, las tensiones regionales y la incertidumbre política” (Financial Times).

Acompañar el ritmo de la economía de la región es fundamental para estimar el margen de maniobra que el imperialismo y las burguesías árabes tienen para enfrentar el proceso revolucionario.

El problema de la dirección de las masas

El principal elemento a favor del imperialismo y la contrarrevolución, y principal obstáculo para la revolución, es la falta de una dirección revolucionaria, obrera, socialista e internacionalista para el proceso.

Esto ya cobró y continuará cobrando su precio. Los efectos negativos de este problema histórico los estamos viendo en Egipto, Libia y Siria. Por eso, no existe tarea más urgente y necesaria, al calor de la intervención en los procesos vivos de las revoluciones, que batallar para construir una dirección política revolucionaria e internacionalista que conduzca cada enfrentamiento en el marco de un programa consecuentemente antiimperialista y anticapitalista, es decir, socialista revolucionario.

El programa y las tareas de la revolución

La revolución no es lineal ni sincronizada. Tener claridad sobre esto es fundamental para determinar el programa y la política. Las tareas y el ordenamiento del programa varían en cada país. Donde las dictaduras o las monarquías reaccionarias no han sido derrocadas (Siria, Arabia Saudita, Irán, Egipto, Bahrein, etc.), se impone que el punto de partidadel programa revolucionario sea la caída de estos regímenes y la conquista de amplias libertades democráticas, como parte de la lucha por el poder obrero y socialista.

En los países donde ya fueron derrocados los regímenes totalitarios (Libia y Túnez), se impone una política de reorganización del movimiento obrero y de masas a partir de un programa clasista que se enfrente a los nuevos gobiernos y regímenes democrático-burgueses, también con la perspectiva socialista.

En cada país, a partir de la realidad concreta, es fundamental ordenar el programa, basados en las tareas planteadas y el nivel de conciencia, para movilizar a la clase obrera y el pueblo y, a partir de esta movilización, encontrar y levantar las consignas que los conduzcan hacia la toma del poder.

Es preciso un programa que avance mucho más allá de las caídas de las dictaduras –paso fundamental pero parcial– o de las explosiones espontáneas contra las embajadas norteamericanas. Un programa que parta de las aspiraciones democráticas: el castigo a los crímenes de los dictadores y personeros de los regímenes dictatoriales, la confiscación de todas sus fortunas, la convocatoria de Asambleas Constituyentes libres y soberanas que garanticen la ruptura y la anulación de todos los pactos políticos, contratos petroleros y comerciales con el imperialismo y sus empresas, además de establecer el no pago de la deuda externa.

Al mismo tiempo, es necesario explicar pacientemente que esas Asambleas Constituyentes, para ser realmente libres y soberanas, deberán ser convocadas por gobiernos obreros, campesinos y populares (la dictadura revolucionaria del proletariado). Sólo un gobierno así podrá llevar hasta el fin la concreción de las tareas democráticas y poner la rica economía de estos países al servicio de su población pobre y de los pueblos del mundo, expropiando y nacionalizando las tierras, los bancos y todas las empresas petroleras y estratégicas que están en manos del imperialismo o de las burguesías nacionales.

La gran tarea es responder programática y políticamente a las tareas democráticas y a los problemas sentidos por las clases trabajadoras y explotadas, y movilizarlas hasta la toma del poder, conformando gobiernos apoyados en las organizaciones obreras y populares, sin el imperialismo y sus agentes nacionales. Estos nuevos gobiernos y Estados obreros, para avanzar en la revolución socialista mundial y defenderse de la contrarrevolución, deberán unirse en una Federación de Repúblicas Socialistas Árabes.

1MOLINA, Eduardo y ISHIBASHI, Simone, A un año y medio de la “primavera árabe”, publicada en la revista de la Fracción Trotskista, Estrategia Internacional (28/09/2012).

2Movimento Esquerda Socialista, corriente reformista que es parte del PSOL brasileño.

3FUENTES, Pedro y DUTRA Israel, Túnez y Egipto: Una revolución democrática recorre los países árabes, publicado en el sitio web del PSOL (09/02/2011).

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